Esa noche, Hyunjin no fue capaz de conciliar el sueño. La pesada opresión en su pecho se removía, punzante, clavándole sus espinas con cada respiración que llenaba sus pulmones. La carga de consciencia le martilleaba todo el cuerpo, haciéndole imposible siquiera mantener los ojos cerrados. En la oscuridad del cuarto, se agarró la camiseta del pijama y la apretó con el puño, como si de alguna forma pudiera arrancarse el torbellino de culpabilidad que le estaba devorando. No desapareció. Por mucho que lo intentase, nada le liberaría de la culpa a la que él mismo se había condenado.
Y es que Hyunjin había cometido el que, para él, era el mayor de los pecados. Había roto la promesa que se juró mantener con su vida y por la que aseguró que ofrecería su alma para protegerla. Le había fallado a Jeongin, pues él mismo provocó sus lágrimas amargas.
Para Hyunjin, semejante delito era como haberse clavado una navaja en el pecho a sí mismo. Jeongin era lo que más apreciaba en el mundo, el tesoro que le había dado la vida y que deseaba proteger de cualquier daño. Pero ¿qué podía hacer si el daño era el propio Hyunjin? ¿Qué podía hacer si el culpable de sus lágrimas no era otro que él mismo?
—¿Hyunjin? —le llamó Seungmin cuando salió del baño y lo vio todavía en medio del cuarto, sin poder moverse un solo centímetro. Le echó una mirada de reproche a Jisung, quien estaba detrás de él, tapándose la boca de la impresión, pero sin prestarle atención a su otro amigo.
Seungmin se acercó a él y le tomó de las manos, pero Hyunjin no mostró reacción alguna. Tenía las manos frías, estaba pálido como una hoja en blanco y sus hombros temblaban, con la mirada fija en la puerta por la que Jeongin salió huyendo. Le agarró del mentón con los dedos y le obligó a mirarlo al rostro, aunque fue en vano. Hyunjin tenía la mirada vacía, perdida en el remolino de pensamientos que se revolvía en su cabeza.
—Tss. Tierra llamando a Hyunjin, ¿estás ahí? —le dijo, pero no obtuvo respuesta alguna. Eso le hizo fruncir el ceño y le apretó la barbilla con más fuerza.
En ese momento, pareció que Jisung tomó consciencia por fin de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Miró con preocupación a sus dos amigos, pero también le echó un vistazo a la puerta, pensando en Jeongin. Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, inseguro, sin saber qué hacer.
—¿Quizás debería ir detrás de Jeongin...? —preguntó Jisung en voz baja y llena de timidez y nerviosismo.
—Haz lo que quieras —no se molestó en desviar la mirada para contestarle. Estaba más centrado en Hyunjin, quien parecía estar a punto de desvanecerse. En silencio, su respiración se agitaba a cada segundo que pasaba y, bajo sus dedos, Seungmin notó cómo se estremecía—. Hyunjin, tranquilízate. Respira hondo.
Pero la opresión en el pecho era demasiado fuerte. El aire desaparecía de la habitación a una velocidad vertiginosa y la fuerza en sus piernas estaba a punto de desaparecer.
—Jeongin... Yo... Yo he... —balbuceó.
—Aire, Hyunjin. Tienes que coger aire —le repitió—. Mírame a los ojos.
—Estaba... Por mi culpa, yo... Tengo que ir a...
—Primero tienes que tranquilizarte.
—Lo sabía. Yo lo sabía y él me dijo que... ¿Qué he hecho, Seungmin? ¿Qué es lo que he hecho?
Tenía ganas de vomitar. Sus oídos pitaban y lo único que quería hacer era llorar, pero las lágrimas no salían de sus ojos. Se sentía tan vacío por dentro que ni siquiera las lágrimas le brotaban.
Ni siquiera escuchó cómo Jisung abría la puerta para salir en busca de Jeongin, demasiado ocupado en ahogarse en su propio pánico. Apenas fue consciente de cómo Seungmin lo arrastró hasta su cama y lo sentó, tomándole de las manos y obligándolo a regular su respiración. No fue fácil. Puso en práctica todos los ejercicios para regularla que se le vinieron a la mente, pero Hyunjin no daba señales de estarle prestando atención. Tardó varios minutos en conseguir que se calmara un poco, al menos lo suficiente como para que su piel recuperara algo de color.
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ONIROS ┃hyunin, minsung┃
Fanfiction➽ Desde hacía años en los sueños de Hyunjin aparecía un misterioso chico de piel pálida y mirada triste. No sabía su nombre y, aunque sabía que no eran más que fantasías producto de su imaginación, eso no le impidió que se acabara enamorando de él:...