The plight emerges and invites me in
Lapse of control, a shallow breath in litany
Claustrophobic; the walls seem to be closing in
Inhaling pestilence
The library devours all who attest the divinity
of it's ancient design
Inhale the pestilence
Forsake the light
Fernanda se levantó desde las siete de la mañana. Terminó de ordenar lo que dejó pendiente la noche anterior: la ropa limpia acumulada en la silla frente a su escritorio estaba doblada y guardada en su lugar; los trastes sucios sobre su mesita de noche habían desaparecido; guardó sus amplificadores y solo dejó uno junto a la base de su bajo.
La cocina se transformó en un lugar pulcro y con olor a pino. Recogió las botellas de cerveza vacías que su padre dejaba en la sala de televisión, sacó la basura y barrió la entrada. Quería que todo estuviera perfecto para recibir a Astrid.
Por fortuna, su padre tampoco las molestaría, lo había escuchado salir más temprano.
La dibujante llegaría entre las once y las once y media de la mañana, el tiempo perfecto para que el repartidor trajera el almuerzo.
Se sentó en uno de los sillones de la sala a observar su obra de arte: una casa limpia, pero vacía. Sin más en que entretenerse sacó su teléfono y observó el último mensaje de Astrid, una rápida contestación escrita a las dos de la mañana.
Había empezado a preocuparse cuando pasaron horas sin una respuesta de su parte, pero al recibir la notificación, se tranquilizó. «Seguro que se quedó dibujando».
El reloj del teléfono marcó las once...las once cinco...las once quince...Y Astrid no daba señales de vida.
«¿Se habrá quedado dormida?».
Un mensaje más no dañaría a nadie.
"Astrid, ¿cómo vas? Ya pedí nuestro almuerzo."
El timbre sonó y salió disparada a la puerta. Pero solo era el repartidor con la comida. ¡Vaya decepción!
Dejó el teléfono en la barra de la cocina y sacó algunos platos para organizar el almuerzo. Al abrir el cajón de los cubiertos, su frasco de pastillas apareció entre los tenedores y cuchillos. ¿Cuándo había sido la última vez que las había tomado?
Antes de que sacara el frasquito, el celular vibró. Dejó de poner atención a lo demás y leyó en la pantalla:
"Voy para allá, disculpa. Me quedé dormida."
El mensaje concluía con un emoji sonrojado.
Al leer, Fernanda se convirtió en un cubito de hielo al sol, completamente derretida.
Siguió sacando lo que necesitaría llevar a su habitación y acomodó el almuerzo hasta que estuvo satisfecha. Describirse emocionada e ilusionaba se quedaba corto con lo que sentía hasta que, en la puerta de la cocina y después de un parpadeo, la mujer de la tarde anterior le devolvió una mirada reprobadora.
De la euforia pasó al susto.
«Ella es demasiado para ti. » escuchó una voz en su cabeza.
ESTÁS LEYENDO
La nota perfecta (Editando)
RomanceFernanda Lancaster, una de las estudiantes más populares de la Universidad de Boston, cursando la carrera de producción musical, es también bajista de la banda de Deathcore Beyond the Light. A sus veintidós años, Astrid Lowllet sueña con montar una...