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¿Que ustedes qué?

— ¡Déjame en paz, Leah!— le grito por milésima ver a mi hermana que insiste en que me levante—

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— ¡Déjame en paz, Leah!— le grito por milésima ver a mi hermana que insiste en que me levante—. ¡ No saldré de la cama!

— ¡Es importante!— insiste desde afuera de mi cuarto; escucho su desesperación—. Te necesito. Eres mi única hermana y lo que quiero contarles es importante que lo sepas.

— Leah...

— ¡Por favor, Tahla!— suplica; escucho que se ha pegado a la puerta—. No sé qué te pasa, no has querido contarme pero, ¿no puedes hacer un pequeño esfuerzo por mí?

Reniego entre dientes porque sabe que ella es una de mis debilidades.

— Está bien— suelto, rendida; ella da pequeños brincos del otro lado de la puerta. ¿Hace cuánto tiempo que Leah no sonaba así de feliz?—. Dame un poco de tiempo para arreglarme.

— Media hora. No más.

Ante la amenaza de Leah, me levanto deprisa a pesar de la protesta de mis músculos. Busco algo decente que ponerme y después de cambiarme, corro al espejo para maquillarme y arreglarme el cabello. Me detengo a observar bien mi reflejo. Luzco cansada y triste, con unas oscuras ojeras bajo mis ojos apagados, denotando mi falta de sueño y no es para menos. Han pasado tres días desde la última vez que vi a Emmett y ha sido una completa tortura porque lo extraño como nunca lo había hecho con nadie pero mi lobo parecía agonizar por su ausencia, lloriqueando en cada rincón de mi interior. Y mi pecho dolía, mi corazón dolía, pero con un dolor más allá del físico que ningún tratamiento médico podría curar. Todo era mi culpa y debía afrontar las consecuencias de mis actos, incluyendo el perder a Emmett...

— ¡Tahla, ya sal de ahí!

Creo que no podré hacer más.

En cuanto abro la puerta veo a una Leah radiante, hermosa, feliz. ¿Qué le ha pasado?

— ¡Vamos, se hace tarde!— Leah me toma de la mano y me jala a la salida donde me sorprende ver a mamá y Seth platicando con un sonriente Edward.

— ¡Ya era hora!— exclama mi hermano; abre la puerta del volvo de Edward y entra—. ¡Vamos, llegaremos tarde!

— ¿A dónde se supone que vamos?— pregunto con curiosidad.

— A casa de los Cullen— responde mamá demasiado tranquila para ser una Quileute y un miembro del consejo de Ancianos.

— ¿Qué?

— Después— dice Leah, empujándome dentro del coche. Para más sorpresa, veo cómo Edward abre la puerta del copiloto para mi hermana y esta le agradece con una sonrisa demasiado tierna para venir de ella.

Edward, ¿qué está pasando?

Cuestiono al vampiro en cuanto entra al auto pero él sólo niega y me da una sonrisa por el espejo retrovisor.

SolsticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora