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Victoria

Guardar un secreto puede ser una tarea difícil

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Guardar un secreto puede ser una tarea difícil. Y agotadora. Definitivamente agotadora, en especial cuando estás rodeada de una manada de lobos que puede leer tu mente, o que trata de meterse en ella para poder saber todos tus pensamientos, deseos y, por supuesto, secretos. Y yo no sé a ciencia cierta cuánto tiempo podré mantener mi mente como si fuera una caja fuerte en la que debes meter una clave para poder abrirla, y mucho menos sé cuánto tiempo tarde la manada en darse cuenta de que intento por todos los medios alejarlos de mi cabeza y de un potencial secreto, demasiado íntimo como para compartirlo con ellos.

Las rondas como lobo eran las más pesadas desde mi encuentro con Emmett. Solía pasar la mayor parte del tiempo como loba pensando en tonterías que alejaban al resto de la manada de mi cabeza o "encendía la radio" trayendo a mi memoria alguna canción pegajosa que hubiera escuchado y que no pudiera borrar. Y creo que eso los había hartado, a tal punto que la voz de Sam, gruñona, de mal humor, me hizo quedarme muda. Bueno, en mi cabeza.

— ¡Tahla! Necesito hablar contigo ahora mismo. Te veo en mi casa.

— Allá voy.

Ninguno de la manada se atrevió a decir algo. Eso sólo puede significar una cosa: Sam no se enoja de esa manera por cualquier razón.

Corro hasta la morada de Sam, esperando que esto acabe lo antes posible. Al mal paso darle prisa. Emily, mi prima y novia de Sam, me espera en la entrada de la casa, con una enorme sonrisa, sosteniendo entre sus manos lo que parece una bata.

— Hola Tahla— saluda, haciendo que la mueca en sus labios se acreciente debido a que ha ensanchado su sonrisa pero la cicatriz que cruza su rostro no deja que el gesto se complete—. Me voltearé para que salgas de fase y te pongas la bata.

Si pudiera, me reiría, aunque ha sido muy amable de su parte el deseo de que tuviera privacidad pero ella no era la que me preocupaba que me viera de esa manera, sino el resto de la manada, repleta de hombres. Leah y yo eramos la excepción y aún no se sentía cómodo el entrar y salir de fase completamente desnudas, vulnerables.

No debía pensar mucho en eso, incluso debía desecharlo directo al fondo de mi mente y dejarme llevar. Y así lo hago. Si el calor, el intenso y profundo calor, me volvía una loba, el frío era el que me hacía de nuevo mujer. Literal. Una sensación helada se extiende por mis músculos, mis huesos, todas mis terminaciones nerviosas, cubriendo cada parte, cada rincón de mi cuerpo, de modo que el lobo se esfuma, poniéndome en pie, siendo de nuevo la mujer que soy. Me parece un poco difícil de describir cada parte de mi proceso porque, después de todo, sigue siendo extraordinario para mí; aún no puedo creer que forme parte de la rama de lo mágico, de lo sobrenatural.

Tomo, cuando me acerco a Emily, la bata que tiene extendida hacia mí; me la coloco rápidamente por si acaso hay algún fisgón.

— No me importa si tú me ves desnuda o no.

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