veinte y siete.

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Su cuerpo temblaba con desespero, al compás que las lágrimas caían de sus ojos carmín con velocidad. Le dolía tanto su anatomía, su pecho y garganta ardían, a la vez que sus angustiadas manos acariciaban su cuello, masajeando este para aliviar el dolor.

Estaba harto, estaba aburrido de sentir cómo moría con lentitud, de percatarse del daño que sus órganos estaban teniendo día a día. Detestaba con demasía el sentirse tan pequeño y tan adolorido cada que sus labios quedaban nadando en sangre y su cuerpo sin energías para levantarse. Incluso le dolían los dientes gracias a los ácidos gástricos que quemaban todo a su paso.

Solo quería morir, rápido. Quería abandonar aquella pesadilla que vivía constantemente, y que cada vez aumentaba más. Le avergonzaba estar en aquel lugar, le llenaba de molestia con él mismo el estar en sus últimos minutos con el causante de todo esto, y también el no querer escapar.

No había dejado de pensar en aquellos momentos, donde su cuerpo se deshacía en sangre, flores y ácido. Se cuestionaba sobre si sus decisiones eran las correctas. Quizás estaba equivocado, quizás aquel día debió quedarse con Vegetta y no perseguir la ansiedad de su corazón.

Quizás estaría mucho más sano si hubiese seguido correctamente las indicaciones de Vegetta, si no hubiese caído en los juegos egoístas de Quackity una y otra vez.

Sin embargo, esas ideas se iban cuando Quackity aparecía en su campo de vista, cuando le hablaba con ternura y lo tomaba de las manos cuando se sentía débil, cuando lo arropaba en las noches y le contaba anécdotas para poder olvidar la amargura de su enfermedad, incluso si había escuchado más de una vez las mismas historias divertidas del chico.

Debía aguantar, debía disfrutar esos últimos días que le quedaban con su amado, incluso si las lágrimas no paraban en aquel momento y no podía levantarse por su cuenta. Se sentía patético, pues estaba esperando, en el frondoso pasto fuera de la cabaña, por la llegada del pelinegro. Ya ni siquiera podía sus piernas por el cansancio.

—¿Vamos a morir? ¿Otra vez vamos a morir? — Un suspiro escapó de sus labios cuando escuchó dicha voz temerosa, observando al preocupado Luzu quien se sentaba frente suyo. Siempre le daba una sensación de nervios y angustia el hablar con él, le hacía sentir como si cada vez fuera más cercano el día que estarían juntos, muertos.

— Claramente vamos a morir. —Abrazó sus piernas, con la mirada perdida. No quería verlo, no quería notar esa mirada llena de desilusión y pánico. ¿Realmente tuvo la esperanza de que esta vez sería distinto?

— Pensé que las cosas iban por un buen camino esta vez.

— Tú mismo dijiste que estábamos destinados a estar solos, que era parte de nuestro destino. —El contrario simplemente agachó la cabeza, sintiéndose regañado por el de orbes carmín. — Nunca tuve oportunidad en este juego del amor. Incluso si otras personas me quieren, no puedo quitar mis ojos de él.

Aquellas últimas palabras las dijo con molestia y frustración, jaloneando sus cabellos con desesperación. Se sentía enojado consigo mismo por ser tan testarudo incluso con sus emociones.

— Supongo que es algo de nosotros. — Se alzó de hombros, acercándose al chico y apoyando su mano en su hombro en modo de consuelo. Luzu pudo sentir algo de frío, como si una brisa acariciase aquel sector de su anatomía. —No te queda mucho tiempo, Luzu.

Lo sabía, estaba esperando aquel momento, por lo que pudo respirar hondo. De cierta forma, sintió cierta paz en su corazón, pero también la tristeza incrementó en su sistema. La idea de abandonar a su amado y de no volver a verle le dejaba un mal sabor de boca.

— ¿Cuánto tiempo me queda? — Cuestionó, ciertamente temeroso, sin querer saber del todo la respuesta.

—¿Tres días? Quizás algo más, o puede ser menos.

not him﹆ luckityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora