~Por Cristina:
Ya no había nada por hacer
28 de Diciembre de 2010.
12:00 A.M.Suenan las campanas de las iglesias y hay fuegos artificiales en el firmamento. Todos salimos para poder disfrutar de ellos.
Nunca me he drogado, pero por el vértigo que me da al mirar hacia arriba mientras parece que fueran a caer sobre mi todos esos colores en el cielo, parece que sí lo estuviese. Lo único que podía calmar esa sensación de vértigo eran las banderas de Villa de los Santos que se ondean por la brisa. El color blanco de las banderas representando la santidad con las tres delgadas franjas rojas en la parte de abajo representando los inocentes caídos no me marean tanto. El estar aquí es como una escena de una película romántica. A mi izquierda están Alejandro y Nicole besándose, atrás de ellos Miguel y su novia Manuela. A ellos solemos fastidiarlos diciéndoles "2M", y no precisamente porque los nombres de ambos empiecen por M, sino por la marca de preservativos que así se llama. Y es que a veces creo que gastan más condones al mes que huevos para el desayuno. En fin, a mi derecha están los mellizos Javier y Ángela discutiendo, pues parece que Javier le acaba de verter la cerveza sobre ella. Debe ser que ya empezó con su delirio de las bromas por Santos Inocentes. Y hasta eso se ve romántico. En cambio, yo me encuentro sola, tratando de disimular que observo a Samuel. Él también está solo. Me acerco a él sin saber si sea una buena idea hablarle.
3:47 A.M.
Todos seguimos fuera del local, pues el dueño de la disco permitió que sacaramos algunas sillas, al igual que un par de bafles y la fiesta siguiera en el corredor y sobre la calle. La vista es perfecta. Hay un gran cielo color azul no tan oscuro por las luces de la ciudad, y una gran cantidad de pinos que adornaban el vecindario, donde cualquiera podría ocultarse sin ser visto. Miguel, Manuela y Javier se encuentran totalmente ebrios, los demás no hemos bebido mucho. Mientras todos bailan y disfrutan, Samuel y yo seguimos hablando, y de vez en cuando salimos a bailar también. Realmente está noche no la cambiaría por nada.
Cristina: — Sami...
Samuel: —Cris...
Cristina: —Toda la noche te he visto un poco serio, ¿ha pasado algo malo?
Samuel: —No, no. — Se queda en silencio por unos segundos mientras parece que recapacita sobre su insegura respuesta. —Bueno, la verdad es que sí.
Cristina: —¿Quisieras contarme?
Samuel: Bien, es que...
Cristina: ...
Samuel: Es que terminé con Luciana. Mejor dicho, ella me terminó.
Cristina: ¿Qué? ¿Por qué?
Samuel: Ya sabes, lo mismo de siempre, se puso histérica porque la semana pasada estuve la mayoría del tiempo con Alejandro, y no con ella. Y cuando se enteró que hoy también saldría con él y bueno, con ustedes, se enfadó como nunca y me terminó.
Lo oía y no podía creerlo. ¡Samuel y Luciana habían terminado! Aunque se que está mal, me alegra un poco, pues sé que ahora tengo más posibilidades de poder pasar tiempo con él, y por otra parte, siento lástima por Luciana. Ella siempre ha sido tan buena con él, es tan pasiva y agradable que me siento mal al alegrarme.
Cristina: ¿Y no crees que ella tuviera razón en enojarse?
Samuel: ¡No, claro que no! Ella debe entender que Alejo es mi mejor amigo y eso no lo podrá cambiar ella.
Cristina: ¿Y fue un nunca jamás? ¿o piensan volver algún día?
Samuel: Pues, Cris— Dijo mientras se me acercaba al oído— Creo que hay otras personas que sí valen la pena y ya es momento de darles una oportunidad.
En ese momento se queda a unos centímetros de mi rostro. Al instante siento su mano helada por la brisa rozar con la mía. Sus ojos se ven excitados, al igual que los míos. Nuestras respiraciones se aceleran y antes de que sus labios tocaran los míos, suena el teléfono de Alejandro, quien se levanta a contestar la llamada. De inmediato recuerdo. Recuerdo la conversación de la pareja, las promesas, las amenazas, el día, la hora, el lugar, la llamada. No creí que fuera cierto, ni siquiera me había atrevido a creerlo, pero antes de que pudiera gritar el nombre de Alejandro, ya me habían callado dos estruendosos disparos. Me vi obligada a tragar mi grito mientras Samuel me empuja contra la acera y sale corriendo, y toda la gente que allí se encontraba empieza a armar una gran exposición de desgarradores gritos.
Ya no había nada por hacer, Alejandro se encontraba allí, tendido, con dos certeros tiros. El primero fue en su pulmón izquierdo, suficiente para dejarlo sin aliento y derribarlo al piso, y el otro, aprovechando que había levantado la mirada para pedir ayuda a Dios con los ojos, le penetró la sien, dejándolo inconsciente, sin mente, sin vida.