Capítulo 5. Quiero conservar lo que tengo entre las piernas

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2013

Llegaron a su apartamento solo tres días después de año nuevo. De inmediato Lucía se pegó al computador y empezó a navegar por sus redes sociales. Como era costumbre, Marianela y David iban pegados a la pata de ella. Les sacó varios rompecabezas y los dejó en el cuarto de David, la habitación había cambiado bastante, aunque conservaba el dibujo del trencito en la pared, ya no tenía una cuna, sino la cama de un solo cuerpo y los peluches habían sido reemplazados por carros pequeñitos de los que tanto le gustaban al único hombre de la casa.

– Pero, ma, yo estoy grande, puedo quedarme con los demonios, si me dejas el almuerzo listo veras que te puedo ayudar. – Argumentaba Lucía. Ella se sentía realmente grande y aunque les decía demonios a sus hermanos, los adoraba, siempre los consentía, aunque a veces querían aparecer en las videollamadas que hacía con sus amigos.

– Mi amor, tu estas muy chiquita, gracias por la oferta, pero la abu, se va a quedar con ustedes. – Aidée siempre la acompañaba para esos días, ella le decía que de esa manera no le tocaba pagar una persona y eso le serviría para ella y para los niños.

– Es que abu ya está viejita, deberíamos dejarla descansar. – Los argumentos de su hija le sacaban sonrisas, la forma como hablaba de la edad de su abuela era chistosa, si ella se llegara a enterar le daría un patatús.

– Ella lo hace con amor, además, solo serán dos semanas. Lo que podemos hacer es lo siguiente: tú te quedas a cargo hasta que la abu llegue y allí vamos mirando.

Así hicieron, la abu entraba al apartamento a las diez de la mañana, lo que sus nietos no sabían era que ella estaba en el edificio desde las ocho en punto, era su forma de cuidarlos y brindarle un voto de confianza.

Ese par de semanas se pasaron volando y la rutina de escuela comenzó. Lucía le seguía ayudando a Ela con el cuidado de los más pequeños y eso la llenaba de orgullo.

En la oficina todo era normal, solo que con el pasar de los días agradeció a Dios porque la señora Leticia ya no iba por allá. El señor Jorge parecía más tranquilo que el último mes del año anterior, pero se le notaba cierta tristeza.

– Lo que pasa es que extraña a la supervisora. – Dijo Alejo una vez que con la mirada ella le preguntaba por el jefe.

Ella nunca había tenido palabras con él más allá de lo referente a la oficina, Jorge siempre separaba lo personal de lo laboral, por eso muchas veces no entendía que la señora leticia se apareciera siempre por allá. Era como si quisiera supervisarlo, el apodo de Alejo era perfecto.

Jorge Armando estaba evaluando una nueva propuesta para construir un complejo de edificios en el sur de la hermosa ciudad de Cali, iba a ser algo de lujo, varias piscinas, cancha de tenis, amplias zonas sociales y con muchísima seguridad. Ese nuevo proyecto lo tenía embelesado, tanto que no se había dado cuenta que Ela estaba frente a él haciéndole una pregunta.

– Disculpe, Pautt. Estaba viendo... – Dudó por un momento y al final cambió de tema – Dígame, ¿se le ofrece algo?

– Si, señor, tengo al doctor Laponte esperándolo, dijo que tenían una cita para lo del centro recreacional de Panamá.

– Hágalo pasar, gracias. – Se quitó los lentes de lectura y se apoyó en el espaldar de la silla. Estaba cansado.

– Es un placer, señor. – Como era costumbre, ella siempre le sonreía y se daba la vuelta.

Jorge Armando se quedó viendo la salida de su secretaria, nunca antes había mirado su andar, pero ese día vestía una falda azul rey que se le ceñía muy bien y dejaba ver unas buenas piernas y un atractivo derrier.

Déjame quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora