Capítulo 9. Repelús

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Con los zapatos en la mano, Micaela lo hizo pasar al interior, casi, casi como un gesto de agradecimiento, pues si no hubiese traído su celular habría estado un par de días, o más, incomunicada, de seguro hubiese dado por hecho que lo había perdido quien sabe dónde y realmente si lo necesitaba para comunicarse con sus hijos.

Le pidió que la esperara un momento en la sala mientras ella dejaba sus cosas en la habitación y lo invitó a sentarse. Jorge solo se posó frente a un mueble que dominaba la pequeña sala, en él estaba un televisor mediano y plano, fotos de todos los miembros de la familia, incluso, una que supo era de ella con su esposo, en esa imagen se les veía radiantes y ella estaba con su vientre bastante abultado.

El escrutinio no duró mucho, pero pudo observar que algunos marcos estaban hechos a mano o que eran alguna actividad escolar y que había jarrones de porcelana o pequeñas figuras en yeso pintadas por ellos mismos. Toda la sala, en términos generales, tenía un estilo bastante disperso y extrañamente eso era lo que la hacía sentir cálida, como un verdadero hogar.

Su enorme casa y con cada detalle bien cuidado y que encajaba dentro del mismo concepto vanguardista de decoración no podía acercarse en lo más mínimo a este lugar. Esa inmensa construcción era fría y no generaba en él el deseo de regresar, de no ser por hijo, que ahora estaba por fuera, hace mucho habría dejado de llegar.

Ella salió de la habitación cerrando la puerta, en sus pies portaba unos zapatos bajos que evidenciaron varios centímetros de diferencia y notó la mirada de su jefe, esa que parecía anhelar algo y ella no alcanzó a comprender qué.

Señor, gracias por traer mi celular, no se hubiese molestado, le hubiese dicho a Donaldo que lo trajera o me lo llevara mañana a la oficina.

– No es ninguna molestia, Pautt. –Dijo sonriendo, cosa que de cierta manera no dejaba de sorprenderla – Seguramente usted lo va a necesitar esta noche para comunicarse con sus hijos y no tuve que pensarlo dos veces.

– De todas formas, le agradezco muchísimo, la verdad no me hubiera dado cuenta de inmediato, porque estaba pensando en llamarlos después de cambiarme y comer. Si no los hubiera llamado esta noche ellos se habrían preocupado mucho.

–Ya ve. –Un pequeño silencio que generó incomodidad y obligó a ambos a mirar a su alrededor. Jorge no sabía cómo actuar, pero no quería despedirse, se sentía bien en ese lugar y a riesgo de parecer metiche cambió el tema, necesitaba algo que lo hiciera quedarse allí – sabe algo, me encanta su casa. – Ela sonrió incrédula – No se ría, es cierto, tiene un toque hogareño... de calidez.

– Es que cada uno ha ido colocando un poquito de su personalidad en diferentes rincones, así que tenemos de todo por acá. –Estaban aun de pie y Ela no sabía cómo atender a su jefe, no estaban en la oficina y era como estar jugando en estadio diferente, aun cuando estaba en su casa– ¿Le apetece un café o un jugo? cualquier cosa.

– Gracias Ela, un café estaría bien... no se preocupe, cualquiera estaría bien para mí. – Dijo al ver que ella dudó por un momento, seguramente recordando su gusto por el precioso líquido – Puedo ver lo que dice, esas fotos son hermosas, se ve la evolución de la familia.

– Si, todos aparecemos en diferentes momentos, es una manera de conservar ciertos recuerdos. – Dijo desde la cocina mientras organizaba lo necesario para dos buenas tazas de café.

Este comentario inevitablemente los hizo pensar en el hombre de la fotografía. Micaela recordó al hombre de su vida, ese que había amado y perdido para siempre, al cual extrañaba cada día de su vida y Jorge pensó en lo afortunado que él había sido, pues en ese lugar se mantenía su presencia y se evidenciaba el amor, pues el marco, aunque era de madera, tenía algunas decoraciones que seguramente habían sido colocadas por diferentes miembros de la familia y eso era evidencia del gran sentimiento que aún se le profesaba.

Déjame quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora