CAPÍTULO I

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Martina miró por la ventanilla del avión. Su mirada se detuvo en la hilera de luces interminables de la pista del aeropuerto. Miraba, pero no observaba. Su mente estaba en los acontecimientos que fueron sucediendo, uno tras otro, casi sin darse cuenta.

Primero, la noticia de su despido, después, el desalojo de su apartamento, y, por último, la ida al extranjero de su mejor amiga.
Lo anterior había sido un suceso feliz para Camila, pero para ella, aunque no se lo hubiera dicho, fue como si una parte de su pasado se hubiera ido también.

¡La mejor parte!

Las divertidas salidas de los sábados por la noche, los mensajes con los chicos que le gustaban, las historias imaginarias de lo que serían sus vidas...

—Señorita, Señorita —sintió que le tocaban el hombro.

Levantó la cabeza saliendo de sus pensamientos.
La azafata le sonreía, esperando su atención.

—¿Disculpe, podría revisar su pasaje por favor?, creo que está en el asiento equivocado.

Martina comenzó a buscar el pasaje dentro de su enorme bolso.

«¡Mierda! ¡Siempre le pasaba lo mismo!», pensó.

Era inútil, por más que se repitiera que guardaría las cosas en bolsillos diferentes, para asegurarse que lo encontraría fácilmente, nunca lo lograba.

Siempre terminaba revolviendo todo, pensando que lo había perdido,¡se volvía loca!

Después de un tiempo demasiado largo, considerando la sencillez del pedido, lo encontró.

Miro el número de asiento y de fila. Efectivamente, se había equivocado.

—Mil disculpas, yo... —empezó a decir atropelladamente—, por no detener la fila de pasajeros que tenía detrás, me apresuré a sentarme y confundí el número de asiento, perdón.

Se levantó un poco avergonzada. Sacó con torpeza la maleta del portaequipaje y se dirigió al asiento correcto, prestando minuciosamente atención, para no volver a pasar por la misma situación.

Después de acomodar sus maletas, pidió permiso y pasó hasta su asiento.

Siempre que podía pedía ventanilla, era como si se acurrucara contra una pared para olvidarse de todo mientras viajaba.

Además, le gustaba ver las ciudades iluminadas cuando el avión pasaba por encima de ellas, o las líneas de los ríos que parecían hechas por un niño; pero lo que no le gustaba, era ver solo el océano, la embargaba una angustia infinita, desazón y soledad.
Se imaginaba estando en un barco, a merced de una tormenta y de solo pensarlo, le daban unas ganas infinitas de llorar.
Según su profesión, esto tendría alguna explicación psicológica escondida en su inconsciente, aunque todavía a pesar de sus estudios y numerosas terapias, no había podido descubrir el porqué. 

Entonces, ya acomodada en su asiento, ponía alrededor de su cuello su almohada de viaje y trataba de dormir, para que el viaje le resultara más corto.

Pasaron dos horas y seguía despierta. No podía dejar de pensar si aquel giro que había hecho en su vida, estaría bien, o sería un gran error.

Se decía a sí misma que el universo le había dado muchas señales, simplemente no podía ignorarlas. Aunque también tenía que reconocer que esas ideas no eran actuales.

Siempre quiso viajar, así como vivir si fuera posible en lugares diferentes, conocer gente diferente, costumbres diferentes, ciudades, paisajes, aquello que dejara aprendizajes y gratos recuerdos.Sucesos que, cuando fuera el momento de parar en la vida, pudiera recordar con alegría.

Después de todo, eso era lo que quedaba; no lo material, sino las sensaciones y experiencias vividas.

Cuando lo hablaba con gente que lo había hecho, le decían que al pasar del tiempo extrañaban de su país, hasta lo que antes les parecía feo.
No lo negaba, podía ser, pero quería saberlo por sí misma. 

No quería pasar por esta vida sin haber vivir todo eso, no quería quedarse con lo que le tocó, sino que quería algo más.

Sacudió la cabeza, no podía seguir pensando en sí estuvo bien o no su decisión.

Ya estaba en el avión, no había marcha atrás, por lo menos por ahora.

No le era fácil tomar decisiones, pero cuando las tomaba, no sabía si por orgullo o por curiosidad, no retrocedía.

Luego de unas horas, las luces se encendieron y el movimiento de las azafatas le hizo notar, que era la hora de la cena.

No tenía hambre, aunque no había comido desde el mediodía y ya eran las 10 de la noche.

«Quizás comería algo», pensó. —Quizás solo el postre. Sí, el postre estaría bien —afirmó mentalmente.

¡Amaba las cosas dulces, las prefería antes que cualquier otra cosa, sobre todo cuando estaba ansiosa, y en ese instante vaya que si lo estaba!

No supo cómo, pero siguiendo un hilo invisible de pensamientos, recordó que no le había dicho a Marcos con exactitud, la hora de llegada, ¡quedo de avisarle y nunca lo hizo!
¡Por Dios!, se odiaba cuando hacía esas cosas.

—¡Son cosas importantes como para olvidarse! —se decía —
¡¿Porque siempre hago lo mismo?!— se preguntó furiosa.

Respiró hondo, como lo hacía en sus clases de mindfulness y pensó: «
bueno, ahora mismo no tiene solución, así que trata de tranquilizarte».
No era solo un pensamiento, para su mente, era una orden.
Trató de escuchar su propia respiración.

«Es fácil, se dijo, yo puedo concentrarme» —volvió a decirse para sus adentros.

Pero otra vez caía en ese hilo de pensamientos vertiginosos. 
En ese mismo hilo recordó el día de su despido.

...                                       

—Martina —comenzó a decir Claudia entrando en su consultorio—.
Viviana quiere hablar contigo.

La expresión nerviosa de Claudia asustaba.
Se levantó como si estuviera sentada sobre espinas y caminó con pasos largos rumbo a la oficina de Recursos Humanos.

—Esto no será bueno —dijo para sí—, tanto recorte presupuestal...

Y así fue.

Después de una larga explicación muy amable, estaba despedida.

Su cara nunca expresó lo que sintió, era buena para eso. Sabía ocultar emociones cuando era necesario, y en ese momento lo era.

Claudia nunca la había aceptado, sobre todo después que entabló amistad con Marcos.
Es que no era un secreto para nadie que Claudia siempre había estado enamorada de él.

La primera vez que ella los vio juntos, ya supo que se había ganado una enemiga.

Así que, después que Marcos renunció a su puesto por defenderla, sumado al recorte de personal, supo de antemano que no le quedaba mucho tiempo como parte del equipo de la clínica.

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El viaje de MartinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora