CAPITULO II

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Firhat llegó a las 9 en punto, justo cuando la aguja del minutero del reloj llegaba a las 12.
Es más, se diría que el tiempo lo marcaba él.

Parecía que el enorme reloj de la entrada lo esperaba para correr la aguja, justo cuando el cruzaba la puerta.

Desde que Andrea ya no estaba,esa clínica se volvió su obsesión.
No vivía de ella, pero trabajaba como si lo fuera.

Hoy, hacía ya dos años de la muerte de Andrea, no podía olvidar esa tarde.

Cuando le dieron la noticia, él estaba como solía hacerlo, con alguna de sus «amigas».

Andrea lo había llamado varias veces ese día, pero él «estaba muy ocupado» como para contestar.

«La llamaré más tarde», pensó.

Esto, hasta el día de hoy, era su enorme cruz.
La culpa lo perseguía, como una sombra devoradora de paz.

Aunque nadie notara su sufrimiento, habitaba su alma día y noche.

Cuando escuchaba el timbre del teléfono, su mente, instantáneamente y sin poder controlarlo, regresaba a ese día.

Por lo que siempre tenía silenciado su celular; usaba solo la vibración del mismo para avisos de mensaje o llamadas entrantes.

—Buenos días, cuñado —reaccionó con sobresalto al saludo de Pablo, contestó asintiendo con la cabeza.

Era de pocas palabras, más bien lo necesario, con el único que hablaba más era con su cuñado y tampoco es que fueran grandes conversaciones.

—Firhat —comenzó a decir Pablo—, hoy salimos a las 13:00, ¿estás de acuerdo?
Nuevamente y en silencio asintió con un pequeño movimiento.

—¿Quieres café? Me prepararé una taza —volvió a hablar Pablo.

—No gracias, ya he tomado —contestó con apatía.

—Iré a la florería —dijo sin siquiera levantar la mirada.

A Pablo no le molestaba su manera de actuar, estaba acostumbrado.
Sabía que esa era su máscara contra el dolor que cargaba.

Mientras se dirigía a la salida, Pablo le recordó que ese día empezaba la nueva psicóloga y que sería bueno que él estuviera presente cuando ella llegara.

Él se detuvo, se dio la vuelta con un gesto de desagrado, y respondió con voz gélida:

—Ya hemos hablado de eso y sabes que no estoy de acuerdo con esta decisión —dijo con tono de desprecio en su voz—. Así que no me pidas que le dé la bienvenida a la que considero como una intrusa —

Siguió rumbo a la salida, Pablo lo siguió con la mirada sacudiendo la cabeza a modo de desaprobación.

Ya era tiempo de que alguien cubriera el lugar de Andrea, se sabía que, para él, para Firhat y para todos los que eran parte de Alma y mente no sería nunca lo mismo, pero era necesario.

No podían seguir trabajando de esa forma en que lo hacían, no era sano mental ni físicamente.
Él había aceptado, por decirlo de algún modo, la muerte de Andrea.

Durante mucho tiempo había hecho terapia con Marcos y este lo había ayudado muchísimo para sobrellevar la etapa del duelo, pero Firhat, encerrado como siempre en sí mismo, nunca aceptó la ayuda de nadie, ni permitía que alguien le hablara del asunto.

Su hermana ya no estaba, ella había sido su única confidente, así que, para él, sus pensamientos eran solo suyos y no permitiría nunca que nadie más entrara en ellos.

No tenían derecho. Solo a Andrea le había dado ese permiso y nunca más se lo daría a nadie.
A partir de ahí, se había vuelto un hombre de pocas palabras, oscuro y misterioso.
No dejaba ver ningún tipo de sentimientos, era como si no los tuviera.
Ya no tenía ningún amigo del pasado, ni frecuentaba los mismos sitios.
Ya no era el mismo.
Nunca más lo sería.

...
Firhat cruzó la calle, su porte no pasaba desapercibido.
No era uno de esos hombres que se describen en las novelas románticas, su atractivo no pasaba precisamente por su belleza física.
Era su andar seguro, su mirada directa y misteriosa, así como su porte extremadamente varonil, lo que lo hacía diferente.
Hasta la mediana cicatriz que tenía en su mejilla, lo hacía interesante.
La manera que tenia de posicionarse en cualquier lugar que se encontrara, bastaba para hacerlo resaltar.

Mientras caminaba hacia su coche, no podía dejar de pensar en la nueva psicóloga que llegaría a ocupar el puesto de su hermana.
No quería saber nada de ella, por eso no participó de la conversación donde se decidió su ingreso a la clínica.
No había querido preguntar nada, por supuesto Pablo y Marcos ni siquiera intentaron darle información, pues ya sabían su desaprobación.
No sabía su edad, ni sus antecedentes laborales, solo sabía que era extranjera y que era nueva en el país.

—Estaba decidido —se dijo.
Él no estaría cuando ella llegara.
La vería la mañana siguiente.
Obviamente tendría que explicarle como se trabajaba en Alma y mente, y darle a conocer sus reglas. Después de eso, su parte estaría hecha, ya no tendría por qué tener trato directo ni cercano con ella.

Entró a la florería y pidió el mismo ramo de siempre.
Era un ramo sencillo, como lo fue Andrea: humilde y natural.
Ella después que habían quedado solos, tras la muerte de sus padres en un trágico accidente automovilístico, le había enseñado lo hermoso de las cosas simples.

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El viaje de MartinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora