CAPITULO IV

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Al salir tomó una gran bocanada de aire fresco, de verdad en un momento había dudado de que le dieran el empleo, así que ya respiraba tranquilamente.
Caminó despacio, disfrutando el sol de la mañana.
Decidió almorzar en un pequeño restaurante, llamado Dolce Italia, seguramente de ahora en adelante lo haría a menudo, ya que este se encontraba a unas pocas cuadras de la clínica.
Se acercó a una mesa que se encontraba al fondo del local al aire libre, la brisa corría suave y fresca.
Realmente estaba muy feliz y pensaba disfrutar su almuerzo.
Se lo merecía.

El camarero se acercó y cortésmente le dio la carta.
Ella agradeció con una sonrisa.
Luego de elegir lo que iba almorzar, quedó pensativa por un momento y con una pícara sonrisa se dijo para sí:
—¿Por qué no? Mañana comenzaré a trabajar mucho, si es que todo va bien, así que hoy me lo permitiré.
Cuando el camarero regresó para levantar su orden, además de la pasta, sugerencia del chef, pidió para celebrar una copa de vino.
El mozo se retiró y ella se recostó cómodamente en la silla.
Por primera vez sintió que su cuerpo se aflojaba.
Los últimos días habían sido de mucha tensión y realmente quería disfrutar de ese momento.

—————————

Eran las 12:15 cuando Firhat decidió comer algo ligero, antes de ir con Pablo al cementerio.
Entró en el restaurante, y con la seriedad que lo caracterizaba, saludo cortésmente.
Los empleados le respondieron con familiaridad.
Su mesa estaba reservada como era usual.
Era una mesa pequeña y se encontraba escondida en la esquina del salón. N
o tenía prácticamente nada de hambre, así que solo pidió una ensalada César y agua sin gas.

Mientras esperaba, se dedicó a contestar e—mails que tenía pendientes.
Sintió vibrar su celular, para su sorpresa, o quizás no tanta era Maira.

—Otra vez —musitó molesto.

Maira lo llamaba cada vez que podía.
Seguro utilizaría como excusa la fecha de la muerte Andrea y después de decirle que lo acompañaba en su tristeza y demás, lo invitaría a tomar, algo para verse y conversar.
Firhat ya lo sabía, lo hacía cada vez que tenía oportunidad.

Atendió, le agradeció que recordara la fecha y después de un intercambio de pocas palabras, se disculpó con la excusa de que tenía un mensaje de trabajo.
Maira, con voz decepcionada, se despidió.
No es que fuera mala chica, solo no quería salir con nadie, no estaba para esas cosas, ni siquiera le interesaban.
Hacía mucho que en su vida no había lugar para relaciones amorosas y mucho menos con Maira, que lo único que quería era una relación estable.
Tampoco quería lastimarla, ni darle falsas esperanzas.

Vibró nuevamente el teléfono, era Pablo.

Firhat se levantó de la mesa y para no molestar con una nueva conversación, se dirigió al exterior del local. —
Cuñado, saldremos a las 12:45.
—¡¿Dónde te has metido?!, pensé que solo saldrías a comprar las flores.
—No te preocupes —contestó—, 12:45 estaré ahí.
—¡Ah! Firhat! —exclamó Pablo—, ya estuvo la nueva psicóloga y tuvimos la entrevista, mañana tendrás que presentarte.
—¿Algo más? —preguntó Firhat sin hacer el más mínimo comentario al respecto, Pablo contestó resignadamente que no y cortó sin más.
Estando allí afuera sintió la brisa.
Se respiraba tan bien, que le pidió al camarero, si era posible trasladar las cosas de su mesa, a la que ahora había ocupado debajo de la pérgola de madera.

En cuanto se acomodó en la silla, su mirada recayó en la mesa de enfrente, no sabía la razón, pero sintió una extraña sensación. Había una chica sentada, parecía tranquila y muy serena, disfrutaba del sol y por su rostro parecía feliz.
—Vaya —dijo para sí mismo, molesto—, un día de semana, y esta chica sentada al sol, como si nada, y como si fuera poco, tomando una copa a las 12 horas de un lunes.

No sabía por qué le había molestado tanto esa imagen, no era una persona de juzgar a la ligera.
Aunque últimamente se había vuelto un hombre amargado, no era de meterse en la vida ajena, pero en este caso, un sentimiento desconocido se apoderó de él.
La observó detenidamente, la chica desprendió el broche que sostenía su cabello y este cayó sobre sus hombres muy suavemente.
Levantó la cabeza y mirando al sol con los ojos cerrados sonrió.
Firhat se encontró mirando sin querer y estuvo así un buen rato.
Cuando reaccionó, cambió la dirección de su mirada rápidamente, pestañeó varias veces, como quien quiere quitarse un pensamiento intruso de la mente.

Se sintió molesto consigo mismo, como si hubiera hecho algo considerado indebido o al menos para alguna parte de su mente, algo que no podía permitirse.
Su humor cambió en segundos.
Lo sucedido le dejó una sensación desconocida e inquietante.

El camarero en ese momento llegaba con su pedido, pero Firhat se levantó apresuradamente y alegando que no se sentía bien, pidió la cuenta y se marchó.
Tenía un nudo en el estómago, imposible comer así.
Sería mejor que regresara a la oficina. Obviamente ese día tan especial era el causante de su malestar, pensó, si no, qué otra cosa podría ser.
Giró la cabeza y nuevamente de modo inconsciente miró a la chica, volvió a molestarse.
Entonces se paró bruscamente y se marchó.

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