Capítulo 10 - Justo a tiempo

389 32 28
                                    

Era casi media noche y Kion aún seguía buscando a Kiara.

Kion (preocupado)— Ay, qué puedo hacer... No está por ningún lado.

Estaba parado sobre la roca plana alta, justo al lado de las lejanías. Sospechó que quizás su hermana había ido hacia allí, pero al menos él no alcanzaba a ver nada, y eso sumado a la oscuridad de la noche.

Casi repentinamente, una brisa comenzó a soplar alrededor de él, levantó su vista y las hojas de los árboles circundantes comenzaban a moverse, acompañando los fuertes vientos que se levantaban. Él sabía lo que significaba.

Tan pronto como varias hojas rozaban su cuerpo, se dio vuelta y miró al estrellado cielo, donde poco a poco se formó el resplandeciente rostro de su abuelo Mufasa.

Kion— ¡Abuelo!

Mufasa— Kion, sé que algo te preocupa. Puedes decírmelo.

Kion— Es Kiara.

Mufasa— ¿De nuevo?

Kion— Sí, quiero decir, discutimos hace un rato y... creo que me pasé con ella, me enojé y casi pierdo el control de la situación. O de hecho creo que sí lo perdí porque... ella corrió lejos de mí y ahora no sé dónde está. Tengo miedo abuelo... miedo de no encontrarla.

Mufasa— ¿Recuerdas lo que hablamos de la calma Kion?

Kion— Sí, pero...

Mufasa— Si lo entendiste la primera vez, tu camino está casi hecho.

Kion— ¿Pero qué me dice que estando calmado la encontraré?

Mufasa— Estando calmado siempre pensarás con claridad. Y como siempre te digo, no te olvides que tienes amigos que pueden ayudarte, amigos con habilidades diferentes a las tuyas, y que te podrían ser útiles en estas situaciones.

El cachorro lo pensó, y se dio cuenta de lo que tenía que hacer.

Kion (sonriendo)— Entiendo, gracias abuelo.

Mufasa— De igual forma, creo que es hora de darte un don.

Kion— ¿Don?

Mufasa— Sí, muy pocos lo han tenido, pero te será indispensable para evitar el caos en las praderas. El destino ha optado por otorgártelo.

Kion (confundido)— No estoy entendiendo.

El líder de la guardia miró expectante aunque con cierto miedo como su abuelo cerraba sus ojos y rayos de luz se formaban en círculos alrededor de su rostro. Casi al mismo tiempo, un fuerte resplandor se hacía presente en su hombro izquierdo, casi de la misma forma que cuando obtuvo la insignia de la guardia.

Mufasa— ¡Con el poder del destino, y de los leones del pasado. Yo te otorgo esta noche, el don del conocimiento en tiempo real!

Corrientes de viento se manifestaron, envolviendo al cachorro y elevándolo en el aire. Al instante, el resplandor de su hombro comenzó a dibujar una nueva insignia, con el símbolo de un reloj de arena.

Mufasa— ¡Este poder, no es un privilegio, es un don que se deberá usar para el bien común antes que para el propio!

La nueva insignia se concretó, y el resplandor se desvaneció, los vientos dejaron de soplar, y el brillante cielo nocturno volvió a su color natural. Kion cayó al suelo, aunque sin lastimarse.

Mufasa abrió sus ojos, mirando fijamente a su nieto.

Mufasa (sonriendo)— Confío en ti Kion. Sé que usarás tu nuevo don para el bien, tal como lo hiciste con el rugido.

El menor aún estaba desconcertado, sin entender lo que pasaba. Lo único que vio al levantar su mirada, fue a su abuelo Mufasa desvaneciéndose en el vasto cielo nocturno. Nuevamente, todo volvió a la normalidad.

Kion se levantó, levemente aturdido, procesando lo que acababa de pasar.

Kion (desconcertado)— ¿Qué... qué fue todo esto?

Inmediatamente, interrumpiéndolo de todo análisis sobre la situación, una imagen llegó a su cabeza. ¡Era Kiara! Podía verla dentro de una cueva bastante familiar, adentrándose en la profunda oscuridad de esta.

Kion— ¡Kiara!

Dándose media vuelta, se preparó para correr.

Kion— Espérame allí.

Enseguida, el león salió corriendo de allí, en dirección a la cueva de cristales.

[En la cueva]

Kiara— No puedo creer que te haya hecho caso.

Subconsciente— No me hiciste caso a mí Kiara. Te hiciste caso a ti misma.

La reina se detuvo.

Kiara— Me estoy alejando de mi propio hermano. De mi familia. Todo por tu culpa.

Subconsciente— Querrás decir por tu culpa. Yo soy tú.

Kiara— No, tú eres tú, yo soy yo.

Subconsciente— Somos lo mismo.

Kiara— No. Tú eres malvada, egoísta, rencorosa. Yo no soy eso.

Subconsciente— ¿Cómo sabes que no eres eso? Puedes estar descubriendo una parte oculta de tu personalidad.

Kiara— No. Me niego a creer eso. Y de hecho ¿sabes una cosa?

«¡Kiara!», se escuchó desde la entrada de la cueva.

La hembra se volteó, sonriendo.

Subconsciente— Oh, no estarás pensando en...

Kiara— Oh por supuesto que sí. Ya sabes a dónde puedes irte con tus ideas. Yo volveré a donde pertenezco.

La leona, ignorando los gritos desesperados de su mente, escaló el pequeño muro por el que bajó y corrió hacia la entrada, donde alguien ya la estaba esperando.

Kion (alegre)— ¡Kiara!

Casi al instante el león recibió un fuerte abrazo por parte de su hermana, claramente correspondiéndolo. Ambos rebosaban de entusiasmo por no cometer el error de alejarse irreparablemente uno del otro.

Kion— Perdóname por lo de...

Kiara— ¡No! ¡Ni te atrevas a disculparte! ¡Yo lo empecé! ¡Yo estuve mal! Prometo que intentaré cambiar.

La reina sintió sobre su hombro las lágrimas de su hermano. ¡Su gran hermano!

Kiara— Gracias por no abandonarme nunca.

Kion— No sería capaz.

Kiara— Saldremos de esto. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance.

Unidos Como NuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora