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Año: 1600

Edad: 200 años

Había vida en todo lo que Leash veía y conocía, no sólo estaba en las personas con las que se encontraba día a día, eso era obvio.

No, Leash veía vida en las sonrisas escondidas que se compartían los amantes, en las risas primerizas que los niños soltaban en brazos de sus madres, en las voces de cariño que susurraban en los funerales y en el fuego que iluminaba el baile del pueblo.

Era algún tipo de celebración del pueblo, algo sobre su fundación o parecido, la verdad es que Leash no se había molestado en preguntar, se había acostumbrado a no encariñarse de los lugares a los que llevaba, y mucho menos a las personas. Había cometido ese error en Francia y por más que amaba la paz y tranquilidad de Italia, sabía que todo se acabaría pronto, como todo siempre se acababa.

Su madre, Zack y ella habían tardado horas en terminar el platillo que Margaret prometió, Leash jamás había cocinado sin magia en su vida y le hizo tener una mayor apreciación a los muggles.

Todo había sido como Zack aseguró, alegría, comida, festival, luces, colores, canto y baile, estaban en la plaza del pueblo, con una gran fogata que iluminaba el alrededor, y cada cierto tiempo, grupos de personas bailaban dando círculos al rededor de la luz.

Y Leash sentía las llamas vivas, como si fuera otro gran elemento del lugar.

-¡Oh, Leash!- dijo su madre acercándose, tenía la respiración agitada de tanto reír y se podía ver sudor en su frente- ¡Esto es increíble!- dijo señalando la fiesta en frente de ellas.

Leash había tomado su distancia de todo, estuvo ayudando a repartir la comida que hicieron durante un tiempo, pero una vez que se acabó, tomo su postura recargada en la pared de una casa, observando el espectáculo de lejos.

Pero claro, su madre, al contrario, no pudo perderse ser parte de toda la festividad. Traía un vestido blanco, delgado, de un material tan fino que al contraste de la luz se podría ver a través de el.

-¡No he podido dejar de bailar, todos me invitan a acompañarlos!- dijo con una sonrisa y Leash notó la mirada de todos los hombres en su madre, esperando que regresará a la pista.

-Entonces no los dejes esperando- le dijo Leash esperando que así su madre la dejará sola de nuevo

-¡Anda, vamos!- la tomo de las manos, intentando llevarla con ella- ¡Será divertido, baila conmigo!- le pidió con una sonrisa suave, intentando convencerla

-Madre, no, no quiero- dijo con una mueca, no dejándose mover

-Hazlo por mí- dijo con la voz sedosa

-Madre, no soy ninguno de tus pretendientes, esa voz y sonrisa no funcionan conmigo- le dijo molesta y su madre se detuvo

Margaret soltó sus manos y Leash volvió a poner su espalda en la pared, volteando su cabeza para no ver a su madre. Leash sintió como tomaba lugar al lado de ella, pero ni así la miró.

-¿Qué ocurre Lea?- le preguntó Margaret en voz baja y Leash se sintió mal al escuchar el apodo que sólo su madre ocupaba con ella.

-Nada, perdón- dijo con un suspiro- Sólo estoy cansada- se encogió de hombros

Margaret miró a su hija con su par de ojos azules idénticos, Leash era la viva copia de ella, pero muy pocas veces Margaret veía el brillo de la felicidad en el rostro de su hija, eso era lo que las diferenciaba.

-No, mi niña- dijo Margaret tomando un mechón rojo del rostro de Leash y lo pasó detrás de su oreja- Hay algo en tu mente, en tu pecho- rectificó- Puedo verlo en tus ojos amor ¿Qué ocurre?- le volvió a preguntar, con una sinceridad cálida.

En memoria a Leash SalazarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora