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Año: 1411

Edad: 11 años

Leash no dejaba que muchas cosas la molestaran, eso era un gran atributo de ella, era una niña muy animada, muy amable, pero también ilusa. Eso también era un gran defecto de ella, no notaba si alguien le estaba haciendo daño, no le molestaba ser tratada mal, aun cuando su vida estaba en la línea.

Llevaban más de un año fuera de la casa de su padre y por más que Leash quería comprender, le resultaba difícil entenderlo del todo. Todo había sido tan rápido, su madre la levantó en la madrugada, su bisabuelo estaba con ella y hablaban apuradamente de algo que no comprendía del todo, corrían de un lado a otro, recogiendo cosas y hablando con desesperación. Antes de que pudiera hacer preguntas, estaba afuera de la casa, en la lluvia y corriendo como si sus vidas dependieran de ello, algo que era cierto pero ella no lo entendía en ese momento.

Pero aun así, Leash no dejaba que esa situación amargaran sus días, disfrutaba estar con su madre, caminaban mucho y viajaban por aparición cada vez que podían, ella tan sólo estaba entusiasmada de poder viajar tanto. Ella no notaba lo angustiada que estaba su madre o lo mucho que volteaba para checar sus espaldas, no notaba el miedo que tenía.

Salazar había sido bondadoso con ellas, les había dado mucho dinero mágico y hasta logró encontrar dinero muggle para que se escondieran entre ellos, les había dado indicaciones de algunos lugares seguros en los que podían ocultarse, pero era cuestión de tiempo antes que Fitzgerald las encontrará ahí, por ello, debían ir a lugares que ni el propio Salazar Slytherin tuviera acceso a ellos; así fue como terminaron en un hostal muggle, no era muy común que dos mujeres estuvieran viajando solas, pero tal era el carisma de Margaret que no pusieron mucha queja en hospedarlas.

El lugar era cálido y acogedor, a Margaret le gustaría quedarse ahí más tiempo, pero les era imposible, no confiaba en quedarse más de tres noches en un lugar, incluso, tres noches se le hacía demasiado, esperaba que pronto las cosas se calmaran y no tuvieran que estar moviéndose tanto, temía que tanto cambio estuvieran afectando a su hija.

-¿Qué haces?- preguntó Leash en voz baja, tomando a su madre desprevenida

Margaret continuó observando entre las cortinas de las ventanas por unos segundos antes de mirar a su hija.

-Nada, todo está bien- le dijo con una sonrisa-¿Por qué susurras?- le pregunto con curiosidad

-Tú lo haces mucho- contestó Leash- Lo acabas de hacer- se burló

Margaret no lo había notado, pero era cierto, había tomado la costumbre de siempre vigilar su tono de voz, siempre con temor a que alguien las escuchará.

-Me gusta este lugar- dijo Leash acostándose en la cama, le dolía mucho el cuerpo, habían estado durmiendo en lugares muy incómodos, siempre en movimiento, por lo cual recostarse en una cama sueva se sería como el paraíso.

-Lo sé amor- suspiró con cansancio- Es un lindo lugar- asintió viendo el cuarto- Pero no podemos quedarnos mucho Lea, nos iremos mañana temprano- le aviso

Leash cerró los ojos con cansancio.

-Pero quiero descansar- dijo en un quejido

Margaret estuvo a punto de contestar hasta que escucho el siguiente comentario de la niña.

-Extraño a papá- dijo en voz baja, casi como si estuviera hablando con ella misma

-¿Qué dijiste?- preguntó su madre en sorpresa, casi como si esperará haber escuchado mal

Leash se quedó callada unos segundos, pensando si debía repetirlo.

-Extraño a papá- dijo finalmente, un poco más fuerte.

En memoria a Leash SalazarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora