Promesa

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Su alegría parecía ser el mismísimo sol dentro de la oficina, pero ya todos lo tenían asumido. Increíblemente, sus ojos y sonrisa brillaban tanto, que sí parecía una estrella en medio de la oscuridad. 

Nadie le preguntó por qué estaba tan feliz, pero Dazai ya lo sabía. Siempre lo sabía, ya no impresionaba. Bueno, lo hacía, pero a la vez no sorprendía. Era raro, como su mera existencia. Y sonrió al ver a Atsushi tan feliz, porque también se sintió así alguna vez. Sabía exactamente cómo era. Extrañaba esa sensación. 

El tigre hizo todo el trabajo, incluso lo terminó antes, y a su vez andaba volando en otro mundo, en otro planeta, galaxia, universo, y, probablemente, plano existencial. En ningún momento se le quitó la sonrisa, incluso cuando alguien en la calle lo insultó por haberse tropezado por accidente. Todo lo bueno lo recibía, y lo malo rebotaba en él. Llegaba a parecer que le salían florcitas de la cabeza, algo en que Kenji ayudó porque le hizo una corona de flores luego de un rato de verlo así. Pensó que le quedaría bien. 

Kunikida no sabía si irritarse con él por estar tan malditamente feliz, o estar contento con su trabajo tan bien hecho, considerando increíblemente que había completado todo lo que tenía pendiente de los días anteriores en los que se había ausentado del trabajo por esperar a nadie menos que el amor de su vida. 

La única complicación, la única duda que tenía Atsushi en ese momento, era si, cuando llegara la noche, debía volver a su casa o al departamento de Akutagawa. Pero esperaba resolverlo antes de que acabara el día. 

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No se mostraba agresivo. Y, aunque no andara mostrando los dientes de la felicidad, se notaba que no estaba deprimido, enojado, insensible, o simplemente inexpresivo como todos los días normales. Pero es que ese no era un día normal. Y nunca más lo sería. Le había dicho que lo amaba. Amaba. Amor. A él. Y, si bien pensaba que no se lo merecía, ese pensamiento se estaba empezando a relacionar con la idea de que simplemente Atsushi era un ángel viviente, y no que Akutagawa hubiera hecho algo malo para perderlo. Porque se dedicaría el resto de su vida a ser la mejor persona para él. Se había decidido. Y creía que eso lo tenía claro desde que lo había conocido, pero, con todo el desorden en su vida, sus sentimientos, su trabajo y su pasado, no lo había notado. Ahora lo sabía. Y lo haría. Se pasaría el resto de su vida adorándolo. 

Mientras caminaba desde el extremo de la base de la Port Mafia hacia el otro, dado que el jefe lo había llamado, empezó a recordar todos los momentos juntos que habían tenido, y se le escapó una pequeña sonrisa. 

Tachihara, que iba pasando por su lado, se quedó tieso parado a su lado, con los ojos bien abiertos para verificar la información visual que estaba recibiendo. Empujó a Gin, que estaba a su lado, y ésta casi lo degolla, pero cuando vio a su hermano, quedó igual. De pronto, todos los que lo veían quedaban igual, pero él sólo veía al piso mientras pensaba en su amado y caminaba automáticamente hacia la sala de Mori-san. 

Llegó, y ocultó su sonrisa, especialmente porque sabía que, si bien Mori podía verse relajado, era más duro de lo que parecía. Sentía que era algo importante de lo que iban a hablar. 

—Akutagawa-kun —dijo tranquilamente y con una sonrisa, y el mencionado evitó tragar saliva. Mientras tanto, en la otra esquina de la habitación se encontraba una pequeña chica rubia dibujando con unos crayones. 

—Jefe. 

—Me he enterado de que las últimas víctimas tuyas encargadas no se encuentran precisamente muertas. ¿Por qué eso? 

Tomó aire desapercibidamente mientras se preparaba para contestar. 

—Hice una promesa. 

—¿De no volver a matar? 

¡Es imposible amarte! (Shinsoukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora