Mentiras

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Abrió los ojos ante la sorpresa. No sabía si girarse o no para comprobar lo que no necesitaba comprobación. Tragó saliva. Luego, recordando quién era, se calmó, puso su cara neutra, y decidió darse vuelta y enfrentar al chico. 

—Jinko —dijo sin girarse todavía, y fingió levemente, para no sobreactuar, sorpresa en su tono al hablar. 

—Akutagawa —repitió el albino detrás de él. Akutagawa, suspirando sin que Atsushi se diera cuenta, se dio vuelta, y lo miró a los ojos. Sus ojos... con esa combinación de morado con dorado... esa hermosa combinación bicolor... 

Akutagawa negó con la cabeza ante el pensamiento; odiaba que esas cosas le pasaran cuando estaba cerca de él, y esta vez no pudo evitar demostrarlo. Atsushi frunció el ceño confundido ante la acción del pelinegro. 

—Akutagawa —volvió a decir, causando un estremecimiento en el otro, que intentó, lográndolo a medias, no mostrarlo. 

—¿Qué quieres, Jinko? —interrogó. Quería salir de ahí lo más rápido posible. 

—¿Qué haces aquí? —devolvió el albino. 

—Tengo derecho a ir dónde quiera, esta es mi ciudad —respondió tajante. 

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Su corazón empezó a latir fuertemente cuando descubrió que era él. 

Estaba sentado, mientras seguía sin sentir la presencia del otro. Sin embargo, el pelinegro, en su lapso, golpeó una diminuta piedra, y aunque ésta no produjera sonido contra el suelo, al golpear un pequeño trozo de metal, llamó la atención del albino. Éste giró la cabeza, y naturalmente, por el rabillo del ojo, logró ver la silueta, oscura y oculta, de otra persona. No pudo reconocer el abrigo, dado que su negro se mezclaba con las sombras de la ciudad, ya que no quedaba ni un rastro de sol. La noche ya había sumido a la ciudad en la oscuridad. 

Logró divisar, al voltear lentamente, con el fin de no molestarlo, la cabeza, sus ojos. Le parecían familiares, y éstos se veían perdidos y concentrados, como si estuvieran pensando en algo muy importante. Segundos después, la persona se giró rápidamente, y Atsushi, por mera curiosidad, sin pensarlo, se levantó y corrió hacia la persona. 

Cuando pasó la pared y giró para tomar la calle que éste había tomado, la luz de un farol alumbró a la perfección su abrigo y cabello, estando de espaldas, haciéndolo completamente reconocible. 

Su corazón latió desbocado. 

No, no podía ser él, simplemente podía ser el mismo abrigo, mismo estilo y color de cabello, mismo pantalones... 

Aterrado por la idea, y ya enojado simplemente por el camino que el destino estaba tomando, pronunció su nombre fuerte y demandantemente. Eso produjo que el otro detuviera su caminar de golpe, dejando ver cómo sus manos se tensaban. Esperó, paciente, por algo que la otra persona respondiera, porque no... esas manos que conocía no podían ser las de él, tal vez se parecían mucho... 

—Jinko —contestó. El corazón de Atsushi se detuvo un momento, y luego volvió a latir, como si acabara de correr. La mínima e imposible esperanza que el chico tenía se rompió en cuanto Akutagawa pronunció esa especie de apodo. 

Por favor, por favor, que no haya escuchado...

—Akutagawa —repitió, sólo por el hecho de volver a decir su nombre. Sentía que nunca serían suficientes veces. El pelinegro se giró, lentamente, dejando ver una cara molesta, sin embargo, algo en su rostro mostraba a Atsushi que él no era la razón específica de su enojo, aunque podía ser partícipe de ésta. Se miraron a los ojos, y Atsushi se preguntó cómo no había adivinado que esas preciosas esferas grises, en algunos momentos casi negras, pertenecían a la persona en que tanto pensaba. Al instante, gracias al pensamiento anterior, se preguntó otra vez si Akutagawa habría escuchado lo que había estado diciendo. No era mucho, pero dudaba que repetir varias veces el nombre de alguien se pudiera interpretar de muchas maneras. 

¡Es imposible amarte! (Shinsoukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora