Rompernos

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¿Cómo caminas cuando tu fuerza tiene nombre y ya no quiere pronunciar el tuyo? ¿Cómo respiras cuando tu aire tiene ojos y ellos ya no quieren verte? ¿Cómo vives cuando tu razón de existir tiene cuerpo y no está cerca tuyo? 

Idiota, idiota, idiota... tienes que resistir, es por su bien, tienes que resistir... No puedes compartirle tu basura, tienes que cuidarlo, aunque sea de esta manera... Por favor, resiste, deja que te odie, no puedes ser tan egoísta de ir a buscarlo, no puedes... No seas egoísta, no puedes serlo, por él... por él, por él, por él... Sí, por él... 

Apretó sus manos, enterrándose los dedos en las palmas, esperando que la irritación que esto causó doliera más que el dolor que sentía en su pecho. Luego de un momento odió su resistencia al dolor físico, porque no le afectó en lo más mínimo. Suspiró, lentamente, queriendo que las lágrimas que se acumulaban de a poco detrás de sus ojos le dieran tiempo de llegar a un lugar sin tanta gente. ¿Por qué había tenido que hacer eso en medio del día? Era demasiado temprano, la oscuridad no le protegía, se sentía amenazado e inseguro. Su abrigo, debido a la luz, lo hacía resaltar más en ese momento soleado, y mucha gente lo observaba con temor mientras recorría las calles; tenía sentido, muchos conocían su rostro de los papeles en las comisarías, pidiendo ayuda para encontrar a tal perro de la mafia. Ignoró todos los ojos encima de él, simplemente centró su casi inexistente fuerza, física y mental, en caminar, dado que sus piernas ya no tenían soporte. 

Su respiración era inconstante, y despreciaba eso, despreciaba el hecho de que alguien tan luminoso como Atsushi hubiera logrado meterse en su corazón, que creía ya apagado. No lo merecía. Se repetía esa frase cada vez que sus ojos bicolores, a veces humanos, a veces de tigre, aparecían en su cabeza y lo tentaban a ir corriendo en su encuentro. No, no podía. Su voluntad era más delgada que un hilo, pero seguía resistiendo, tal palillo de bambú. 

Sus músculos se sentían adoloridos, y eso que apenas se había movido. Sus pecho apretaba, y no quería recordar la razón. Porque sí, ya la había aceptado, ya la había entendido, pero se negaba a dejarla ser. Era por su bien. Eso era lo que Atsushi nunca comprendería, o tal vez ya lo hace, pensó, pero sabía que el tigre seguiría insistiendo. Su mandíbula tembló al recordar sus lágrimas. Joder, ¿por qué tenía que sufrir tanto al verlo sufrir a él? Le daban ganas de acercarse a él, sostenerlo por los brazos, mirarlo a los ojos y decirle que sí, que lo perdonara, que se quedaría con él, que lograrían encontrar la manera de coexistir en ambos trabajos, que hallarían la forma de arreglar las cosas, que estarían juntos, que lo protegería toda su vida... pero sabía que eso significaba no estar a su lado. Carajo, ¿por qué ahora? Su vida siempre estuvo en la mafia, y prefería no recordar lo anterior a ésta. ¿Por qué ahora aparecía esta esperanza de felicidad? Él nunca tuvo ninguna de las dos. Y descubrió que, al tenerlas cerca pero no poder poseerlas, se dolía más que al no conocerlas. 

Pasó a través de la gente, evitando sus cuerpos, el más mínimo roce, ya que sabía que cualquiera rompería la fina porcelana con la que se sentía construido en ese momento. Fácil de quebrar. O tal vez ya lo estaba. Su alma siempre había estado rota, hasta que apareció un maldito pegamento albino que se auto encargó la tarea de arreglarlo. Y que lo repararan era demasiado bueno, demasiado adictivo para alguien como él, que no merecía tal placer, ¿no? 

Caminó todo el día. Transitó por casi toda la ciudad de Yokohama sin darse cuenta, pero el recorrido turístico no poseía ningún significado; simplemente esperaba que las sombras conquistaran todos los rincones para poder sentirse a salvo. Para que las lágrimas se transformaran en unas sencillas gotas más de la lluvia de la noche. Su cuerpo se sentía pesado, pero detenerse parecía impensable, conocía las consecuencias de esto. Así que caminó toda la noche, evitando cualquier obstáculo en su camino, ignorando un par de llamadas a su celular, esperando que eso no le trajera horrendas consecuencias en su trabajo. Veinte años, ¿por qué mierda no podía haber crecido en un barrio normal, teniendo padres y habiendo podido ir al colegio, hacer amigos, y no matar para poder obtener dinero para vivir? ¿Por qué ATSUSHI no había podido crecer con sus padres, estudiar y tener pareja, para no ilusionarlo así? ¡¿Por qué ambos no podían tener vidas normales?! 

—¡¿Por qué mierda no puedo estar con él?! ¡¿POR QUÉ CARAJOS NO PUEDO SER FELIZ CON LA PERSONA DE LA QUE ME ENAMORÉ?! 

Se derrumbó. Su grito había sido amortiguado por la niebla procedente de la mezcla del mar y de la lluvia, y, además, se encontraba en un sector no muy habitado, donde la gente prefería no involucrarse en otros asuntos que no eran los suyos. De todas maneras, un gato que estaba por ahí lo escuchó, y bajó de la pared de cemento en la que estaba, para poder ir con ese humano destrozado, de rodillas en la calle mojada y mal conservada, que rompía su piel con las piedras filosas sueltas en el pavimento. El pelinegro vio al animal cuando aterrizó, y más lágrimas salieron de su cara, siendo ocultadas a duras penas por la lluvia y el viento. El gato, sin asustarse por el agua cayente del cielo, se sentó frente a él, mirándolo a los ojos. Akutagawa sólo lo observó, como queriendo explicarle su dolor a un ser que no hablaba su idioma. 

—Duele... —gimió, sintiendo que ni el aire podían pasar por su garganta, bloqueados por un nudo invisible en ésta, que le impedía producir cualquier tipo de sonido—. Duele mucho... —Bajó su cabeza, casi sin poder respirar—. No me gusta que duela... quiero estar con él —sollozó—, quiero poder besarlo, quiero poder hablar con él sin que se sienta incorrecto, quiero poder dormir con él, quiero poder abrazarlo, quiero poder tomarle la mano sin que la gente piense que es algo malo, que vean lo precioso que es, decir "Tengo el novio más bonito del mundo, y ni siquiera lo merezco"... —Las lágrimas salían de sus ojos, apenas lograba hablar entre sus llantos, y apretaba las manos para no estallar aún más—, pero por esa misma razón es por la cual tengo que alejarnos... y duele... eso duele... 

El gato, al ver que la persona enfrente suyo cada vez se sentía peor, se acercó a éste, y se escabulló entre sus manos para lograr llegar a su cara, y restregarse en ella, acariciando su rostro con su pequeña nariz, ronroneando. Akutagawa, sintiendo el amor proveniente del animal, logró sacar una sonrisa triste, y acarició el pelaje multicolor del gato, entre café, anaranjado y negro. Era realmente suave para ser de la calle, pero no le dio importancia a ese detalle. 

De repente, el pelinegro se sintió un poco mejor. El gato daba consuelo, y eso le hizo poder sentir las piernas de nuevo. Sus ojos seguirían rojos por harto tiempo, derramando una que otra lágrima, pero, al menos, por ese momento, el cariño del animal había sido suficiente para mantenerlo vivo. Cuando éste lo notó, se soltó de sus brazos y siguió caminando, quedando espalda con espalda con el humano. Akutagawa supuso que era normal, el gato no se podía quedar para siempre ahí. Con mucho esfuerzo, se paró, y trató de estabilizar su respiración un poco para poder seguir. No dormiría esa noche. Casi da un paso, cuando escuchó una voz grave y resuelta detrás de él que lo asustó de improvisto. 

—El dolor es parte de la vida, pero ese amor no se encuentra en todas. Sí, lo protegerías si te alejas de él, ¿pero sabes cómo exactamente? Ambos sufren. Y si no te acercas, físicamente lo protegerás de todos los males que la mafia le pueda traer, de toda la basura que tú crees que le puedes contagiar. Sin embargo, esa protección no traspasará su piel. Sin ti, se romperá también, y alguien roto no puede reparar a otra cuando no sabe encontrar sus propias piezas. Si superan esto, se completarán, y con algo completamente armado podrán luchar batallas y ganarlas todas si lo hacen juntos. Dime, ¿es mejor si te alejas o te acercas? 

Akutagawa se quedó petrificado durante todo el discurso. No obstante, cuando la voz terminó de hablar, se dio vuelta de inmediato, tal vez para ver de dónde provenía, o tal vez para responder la pregunta, incluso si estaba indeciso de la respuesta. Lo que no se esperaba era que, al girar, no encontraría una persona, sino al mismo gato que lo había acompañado momentos antes. Éste se encontraba sentado en el piso, recto, como seguro de sus principios, y con unos ojos que aseguraban saberlo todo. De alguna manera, la boca del animal se torció lo suficiente para llegar a parecer una sonrisa a los ojos humanos, y se dio vuelta, yéndose tranquilamente, desapareciendo de la vista de Akutagawa, adentrándose en la niebla para no volver a aparecer. 

Akutagawa, sin entender nada, se quedó ahí parado, como esperando que la respuesta estuviera en el aire. Sin embargo, cuando ésta no llegó, giró su torso de nuevo, volviendo a su posición inicial. Se miró las manos, como si su felicidad se encontrara en ellas, y cerró los ojos nuevamente. 

—¿Es mejor si me alejo o me acerco? —preguntó al aire. 

¡Es imposible amarte! (Shinsoukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora