Tal vez contigo me vaya mejor

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Cinco de la mañana. Eran las cinco de la mañana. Ese día había dormido más de lo usual, lo cual sorprendió a Akutagawa. No le gustaba dormir. 

Se destapó rápidamente. El día anterior había llegado algo cansado de tanto usar su poder, en varios trabajos que el jefe le había encomendado. Y, aunque no mostrara ninguna señal de agotamiento, su hermana, conociéndolo, había ido a su departamento y preparado comida. Él no comió, por lo menos no toda. Aunque dejó satisfecha a Gin, quien aceptó que Akutagawa hubiera ingerido la mitad del plato. Dijo que se iría, pero, en secreto, se quedó unos minutos en el departamento de su hermano. Cuando éste se quedó dormido, se acercó, y sin hacer el menor de los ruidos, ya una costumbre dado su trabajo en la mafia, tapó al pelinegro con una sábana, que, por lo demás, estaba completamente limpia, dado que Akutagawa pocas veces llegaba a dormir. El departamento permanecía la mayor parte del tiempo vacío, en completo silencio. 

Negó con la cabeza al adivinar las acciones de su hermana, pero sonrío al pensarlo. Sobrevivientes del barrio bajo, Gin y él habían encontrado algo que tal vez podrían llamar hogar en la mafia. 

Salió de su cama, y con los pies descalzos, avanzó hasta el baño. Puso el agua, y sin calentarla, se dio una ducha. Hace cinco días que no pasaba por el agua; no le gustaba. Se enrolló en una toalla blanca, y, sin siquiera sentir el frío, caminó hasta su clóset, donde había dejado las únicas prendas de ropa que usaba. Dobló la polera negra que usó al dormir, y se puso su atuendo habitual. No se secó el pelo, lo que aumentó su tos en el día. 

Salió de su habitación y encontró la mesa puesta, sólo para uno, en el comedor. Gin. El desayuno estaba en el refrigerador, indicaba la nota encima del plato. Ignoró la mesa, pero cuando iba saliendo de su departamento, pasó por la cocina y tomó una pequeña, muy pequeña, pero tomó de todas maneras una porción del desayuno preparado. 

Su celular sonó. Aceptó la llamada de su jefe. Le informó que tenía un trabajo nuevo y al tiro partió a la dirección dada. Era otro día de matanza. 

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Tosió mientras caminaba por las calles, húmedas y oscuras, dado que todas las misiones de la mafia para él ya estaban realizadas. Habían sido fáciles, y ahora, por orden del jefe, iba a su departamento. Le había dicho que descansara, a lo que Akutagawa había quedado desconcertado. ¿Acaso Gin había tenido algo que ver? No, especialmente después de haber aceptado la comida, no. Pero ese día el jefe no lo había visto, y los días anteriores todos notaban que se encontraba decaído, por lo menos, más decaído de lo normal. Sin evidenciar cómo se sentía en ese preciso momento, Mori-san debe haber pensando que tal vez unos momentos de descanso para él le hicieran falta. Cuando intentó reclamar, el jefe no le dejó hablar, y tuvo que hacerle caso. 

Rodó los ojos camino a su departamento. Quedaba lejos, y aunque pudiera usar Rashoumon para llegar más rápido, no lo hizo. Lo había ocupado todo el día y se encontraba agotado. De acuerdo, puede que necesitara el descanso, incluso después de haber desayunado, pero nunca lo admitiría. Caminó lento el trayecto, viendo a las personas patéticas haciendo sus vidas normales. 

Paró en seco cuando vio a cierta persona, cierta persona que causaba pesadillas en su propia vida, en cierta persona que lo abrumaba de sobremanera, dado que demostraba ser mejor que él, pero que también, luchando juntos, había ganado cierto reconocimiento de Dazai. De todas maneras, no le agradecía por eso. Podría haber vencido al líder de Guild solo. Estúpido Jinko

Se escondió detrás de una pared. De repente se sintió mal por la simple idea de que el Jinko no estaría agradado de verlo. Bien, pues yo tampoco, me das asco, respondió en su mente, siendo que el albino ni había notado su presencia. Además, ellos se peleaban a muerte, ¿por qué él tendría que alegrarse de verlo? Los pensamientos de Akutagawa cada vez lo bajoneaban más. Y no entendía por qué. Cada vez que veía al estúpido tigre le sucedía lo mismo. Y quería también probarle a él que podía ser mejor, mejor que él. Que podía superarlo. 

—No, está bien, adelántate, yo voy detrás. Quiero caminar un rato —le escuchó decir a Atsushi de su conversación. La antigua niña asesina de la mafia, sin cambiar su expresión, le preguntó: 

—¿Estás bien? 

Atsushi se sorprendió por su consulta, pero de inmediato puso una sonrisa para contestarle. Esa sonrisa hizo respirar profundo al espía, pero de inmediato se preguntó qué sucedía, dado que notó, conociendo al tigre, que era falsa. ¿Qué hacía que no pudiera sonreír con toda la gloria característica de él? Luego, otro pensamiento, que por alguna razón enojó al pelinegro, asaltó su mente. Tal vez fuera un quien que causaba eso. 

—Sí, sí —aseguró Atsushi a la chica—, sólo que me gustaría ver cómo el sol desaparece. El proceso es lento, pero muy hermoso, ¿no crees? 

Kyouka sólo asintió. Luego, aceptando la respuesta del otro, se dio la vuelta y desapareció entre las calles. Akutagawa no se tragó esa mentira. Aunque no le sorprendía que, en la realidad, a alguien tan cursi como el Jinko le gustara ver algo tan cliché como la puesta del sol. 

Sin embargo, esa vez no podía ser verdad. El sol ya casi había desaparecido, y para cuando el tigre hubiera llegado a un lugar de la ciudad desde donde se pudiera ver con total claridad, la esfera ya no estaría, siendo reemplazada por estrellas. El sector donde se encontraban ya estaba sumido en sombras, dado que lo que quedaba del sol ya no alumbraba ese lugar. Kyouka tampoco se habría creído eso. Sonrió al pensarlo, sabiendo que nadie lograba creerle ninguna mentira al Jinko. Es pésimo mintiendo. Tan él... Pero, al darse cuenta de lo que pasaba por su cerebro, cambió el curso de sus palabras: No tiene las agallas para hacer algo tan simple, y, aunque de todas maneras no mienta, lo cual es honorable, en cualquier situación que lo requiera, no lograría hacer el trabajo. 

Volteó los ojos pensando en la inocencia del otro. Y cuando éste empezó a caminar, sólo por instinto, lo siguió. Se le hizo fácil ocultarse en las sombras, dado que él las reinaba, y la mafia era los que las poseían. Estaba acostumbrado a la oscuridad. 

Impaciente, empezaba a aburrirse de verlo caminar, aunque, y esto no se lo diría nunca a nadie, quería saber, por simple curiosidad, adónde el tigre iba. 

Lograba ver que el de enfrente movía la cabeza y decía algunas palabras solas a veces, probablemente discutiendo algo consigo mismo. El idiota habla solo. También pudo divisar su tristeza, su desánimo, y quería averiguar qué le sucedía. Se enfadó al pensar que alguien pudo haberle hecho algo. 

Después de otros varios minutos caminando, llegó a un sector apartado de las personas, cerca del puerto, pero sin presencia humana, ni siquiera en el día. Y lo recordaba perfectamente, era el lugar donde habían salido del agua después de hundir Moby Dick. Donde habían sido recibidos por Fukuzawa, Dazai y Kyouka. Donde Dazai lo había reconocido... por pelear junto al Jinko. 

Atsushi se quedó unos momentos mirando al mar, en completo silencio, y luego suspiró fuerte, como si estuviera cansado o harto. Se acercó a la pared detrás suyo y apoyó su espalda en ésta, dejándose caer al suelo. Acomodó sus piernas después. Volvió a suspirar, frustrado, y apoyó también la cabeza en el cemento detrás, mirando al cielo primero, para cerrar los ojos unos momentos después. ¿Qué te molesta tanto, Jinko? 

Justo en ese momento, el albino musitó algo, pero que Akutagawa, oculto detrás de la pared, observándolo perfectamente, alcanzó a escuchar con exacta precisión. 

—Akutagawa... —dijo lento, con melancolía en sus ojos. Exhaló lento, y volvió a repetir su nombre—. Akutagawa... 

El mencionado abrió los ojos ante la sorpresa. ¿Jinko estaba pensando en él? ¿Por qué? 

—Sal de mi cabeza —pidió el tigre, sin saber que la otra persona lo escuchaba. 

Akutagawa abrió los labios lentamente, como si quisiera decir algo, pero de su boca no salió palabra. 

—Akutagawa... —dijo de nuevo, lo que causó cierta reacción en el pelinegro. Quería que parara de decir su nombre, que parara de decirlo así. Abrumado por cómo se sentía, y distraído del resto del mundo, pensando en lo sucedido, se giró y empezó a caminar rápido hacia su departamento, pero algo lo detuvo de improvisto. 

—Akutagawa —escuchó, esta vez con voz firme, detrás de él. Mierda. 

¡Es imposible amarte! (Shinsoukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora