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Pasaron unos segundos mientras se le quedaba viendo. Tragó saliva, sintiendo miedo, pero no miedo del posible hecho de que Akutagawa tal vez ese día sí lo matara, si no que tenía miedo de verlo después del día anterior. No sabía cómo reaccionar. Pero, siendo que no tenían más relación que la de enemigos, puso cara neutra, como enojada, fingiendo que lo perturbaba encontrarlo ahí. Sin embargo, era todo lo contrario. Se preguntaba qué podía estar haciendo el pelinegro en ese lugar, e, irónicamente, viendo al mar. 

Como si sintiera su presencia, Akutagawa, sin sorprenderse, por lo menos no visiblemente ante Atsushi, giró su cabeza hacia el albino, con el semblante molesto, tratando así de ocultar también su miedo de que Jinko lo hubiera descubierto ahí. 

Se miraron unos segundos, pensando en qué decir. Ambos se observaban con el ceño fruncido, cuando en realidad estaban súper nerviosos, y el motivo se les escapaba a ambos. 

—¿Qué haces aquí? —interrogó Atsushi, rompiendo el silencio entre los dos. Apretaba con fuerza la bolsita de papel con los chocolates. 

—¿Por qué siempre haces parecer que te tengo que explicar lo que hago? —atacó Akutagawa, pero cuando no obtuvo respuesta del otro, quien ya conocía su actitud, volvió la vista hacia el mar, donde el sol se encontraba más de la mitad hundido, y cambió su contestación—. Vine a ver si podía encontrar lo hermoso que le ven al mar, pero hasta ahora no ha ocurrido nada. Tal vez realmente no sea capaz de apreciar algo lindo —le dijo, haciendo sentir culpable al tigre. Lo último que Atsushi quería era hacerlo sentir mal, pero es que entre ellos tratarse de esa manera era ya usual; sin embargo, no pensaba dejarlo así. Aunque no se le ocurría ninguna manera de revertirlo, lo intentó. 

—Por lo menos estás tratando —concedió Atsushi, sin saber si eso lo haría mejor o peor. 

Ambos volvieron a guardar silencio, y pudieron sentir como la incomodidad se posicionaba entre ellos. Sin cambiar su cara, o sea manteniendo el comportamiento arisco fingido, Atsushi caminó hasta la banca, y, apreciando el sol reflejado en el mar, se sentó en ella, abriendo la bolsa para seguir comiendo. 

Sintió los pasos del otro acercarse, pero éste se quedó a la altura de la banca, sin mover la vista del frente. Tenía las manos en los bolsillos, y no se movía, sólo contemplaba el mar delante de él. Atsushi no dijo nada, sólo lo dejó estar. Al sentir el crujido del papel, Akutagawa volteó su cabeza hacia el tigre, viendo sus manos rebuscar dentro hasta sacar un trozo de chocolate de barra y metérselo en la boca. 

—Eso es asqueroso —criticó el pelinegro. 

—¿Siquiera los has probado? —preguntó el albino, cuestionando seriamente si alguna vez había hecho algo bueno por sí mismo. Cuando finalizó su pregunta, elevó una ceja, como retándolo a decirle que sí, dado que dudaba eso, y mucho. 

Como alguien a quien no le gusta perder y acaban de refregar argumentos en su cara, Akutagawa desvió la mirada completamente hacia el otro lado, para luego bajarla hacia el piso. Atsushi logró saber con eso que en realidad él tenía razón, y no los había comido. 

—¿De verdad nunca has comido chocolate? —cuestionó seriamente, preocupado por su falta de vida. 

—¿Cuál es el problema? Además, lo mismo con el mar, no entiendo la gracia. Es sólo algo dulce —debatió. 

—Pero no los has probado —argumentó el albino, con una sonrisa irónica pero divertida. No se burlaba de él, si no le causaba gracia que no los hubiera probado y que se portara infantil cuando él lo descubrió. 

Akutagawa se encogió aún más en su lugar, sin encontrar otra forma de discutir eso con él. Sintió de nuevo un leve crujido y giró su cabeza confundido. No supo qué decir. 

¡Es imposible amarte! (Shinsoukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora