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JUNGKOOK


Jeon Jungkook, por favor, identifíquese a un miembro del personal de seguridad. Jeon Jungkook.

Mi cabeza se sacude hacia un lado, como un perro levantando una oreja cuando está intentando entender a un humano hablar.

—¿Ese fue mi nombre? —pregunto a mi familia.

Los tres acabamos de acomodarnos en nuestros asientos, tercera fila, justo detrás del banquillo de Toronto. Una de las muchas ventajas de estar casado con el mayor anotador del equipo. En los juegos en casa, me siento en el palco de las esposas y novias, pero para ser honesto, prefiero ver hockey en vivo cerca de la acción.

Mi madre arruga su frente.

—Creo que podría haberlo sido.

—Una vez más, Jeon Jungkook, por favor, identifíquese a un miembro del personal de seguridad.

La preocupación tira de mi estómago mientras me levanto del asiento en el que acabo de sentarme.

—Espero que no sea sobre Jimin. —Empiezo. Pero no, está sobre el hielo calentando se ve perfectamente. Mierda, ¿tal vez Taehyung...? Nop, está patinando también—. Volveré enseguida —digo a mis padres.

Mi estómago se revuelve mientras bajo los escalones hacia una de las salidas. Diviso a un guardia de seguridad y rápidamente me aproximo.

—Hola —digo con incomodidad—. ¿Soy Jeon Jungkook? ¿Dijeron mi nombre por los altavoces?

—Identificación, por favor.

Le entrego mi licencia.

La mira antes de devolverla. El hombre toca su audífono y transmite algo en voz tan baja que no puedo oír lo que dice. Entonces, deja caer su mano y me da un asentimiento brusco.

—Sígame.

¿Dónde?, quiero soltar. Pero el tipo ya está caminando sin esperar a ver si lo sigo.

Me apresuro tras él y mi estómago se revuelve de nuevo. Esta vez es porque fui un cerdo glotón y me llené en la cena, así que andar rápido no es bueno para mi estado actual. Demasiados saltamontes nadando en mi estómago.

Para mi total confusión, el guardia me deja en una pequeña oficina cerca del vestuario visitante. Cuando entro, me encuentro mirando a Bern Gerlach, el primer entrenador de San José. Hay otros dos hombres presentes, pero no los reconozco.

—Señor Jeon  —dice Gerlach, extendiendo una mano—. Bern Gerlach.

—Eh, correcto. Encantado de conocerle, señor.

Me presenta a los hombres a su lado como un asistente de la oficina del mánager general y un representante de la liga.

—Voy a ser breve porque el disco cae en diez minutos —dice en un tono práctico—. Nuestro portero está fuera y estamos poniendo de titular a su suplente. Estás en la lista de emergencia de la NHL de porteros, ¿puedes ponerte el uniforme para nosotros esta noche como respaldo de Pitti?

Lo miro fijamente.

—Lo siento, ¿qué?

Repite la solicitud, y sí, suena igual de ridícula la segunda vez. Estoy en la lista de emergencia de la liga, pero nadie en realidad nunca es llamado. Los porteros de emergencia son criaturas míticas. De vez en cuando, escuchas historias sobre un contable que fue llamado para jugar un periodo para Nueva York, o un fontanero que de repente se encontró sustituyendo a un portero lesionado en Los Ángeles. Pero esas son prácticamente fábulas, situaciones raras que permiten que un Joe cualquiera viva sus sueños de atleta profesional.

US (HIM 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora