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JIMIN


Las lesiones apestan. Apestan muchísimo.

Con eso dicho, ya estamos ganando a San José por uno, ¿y ahora estamos a punto de jugar los últimos catorce minutos enfrentando a su portero de tercera? Ganaremos por doce goles para el momento en que este juego termine.

Me siento mal por Tim Pitti, realmente lo hago. Claramente está sufriendo mientras se dirige por el túnel hacia el vestuario. No me encontraba en el hielo para esa jugada, pero Taehyung dijo que oyó un hueso romperse. La sola idea me hace estremecer.

Sin embargo, las lesiones vienen con el trabajo. Y mientras que simpatizo con Pitti, no me estoy quejando sobre este desarrollo.

—¿Quién es el suplente del suplente? —inquiere Lemming perplejo.

—Ni idea —responde Eriksson.

—Es ese tipo —comenta Taehyung, su mano enguantada moviéndose hacia el banquillo local.

Resoplo.

—No jodas, Sherlock. Pero, ¿Cuál es su nombre? ¿Lo hemos visto antes?

Nuestras miradas están pegadas en el jugador de San José patinando hacia la red. Su máscara no está puesta, pero nos da la espalda, de modo que no podemos ver su rostro. Y su jersey no tiene nombre, solo el número 33. En la red, se pone sus guantes, luego se gira un poco, revelando un perfil.

—Se parece un poco a J-Bomb —comenta Taehyung.

—Ese poco es J-Bomb —gruño, poniéndome de pie. Bueno, sobre mis patines.

¿Qué diablos está pasando? ¿Por qué está Jungkook llevando un uniforme de San José y encargándose de su portería?

Estoy a dos segundos de saltar sobre la pared cuando recibo una brusca reprimenda del entrenador. Además, el sistema de megafonía elije ese momento para anunciar que un señor Jeon Jungkook es ahora el portero de San José.

Una risa asombrada escapa de mi boca. Está en la lista de emergencia de porteros, recuerdo de repente. Está sustituyendo a un lesionado Pitti.

—Está riéndose como un loco —dice Taehyung a nuestros compañeros—. Jimin ha enloquecido.

—¿Lo culpas? —Eriksson empieza a reírse también—. ¿Jungkook está en la portería? Mierda, esto es épico.

—Épico —repite Taehyung.

Y entonces, no hay más tiempo para discutir, porque un nuevo saque comienza y de repente estoy viendo a mis propios compañeros de equipo jugar contra mi marido.

Tan. Jodidamente. Loco.

No toma mucho para que los recuerdos invadan mi cerebro. La habilidad de Jungkook con el guante. Sus reflejos rápidos como el rayo. La concentración y la absoluta calma; eso siempre me impresionó sobre él cuando nos enfrentamos en la universidad. Nunca jamás perdía la calma.

Nada lo perturbaba cuando estaba en esa red.

—Cambio —espeta el entrenador, y mi línea salta del banquillo y toma el hielo. Estoy patinando hacia el centro, con Taehyung a mi izquierda y O'Connor a mi derecha. Nuestros defensas son Laurier Matin. Nuestros cinco mejores jugadores, todos enfocados en Jeon Jungkook .

Pero puede manejarlo. Detiene el tiro de Taehyung, hace una parada en la recuperación y luego lanza el disco hacia un delantero de San José, que vuela con él. Ahora estamos en defensa. Pasamos el resto de nuestro turno intentando evitar que San José marque. Estoy sin aliento para el momento que el entrenador cambia a otra línea. Me inclino sobre la pared mientras gotas de sudor caen por mi rostro.

—¡Mira a Jungkook! —exclama Taehyung.

Como si pudiera mirar a otra parte. Es jodidamente increíble. Hace tres paradas más y luego, para nuestra consternación, uno de los defensas de San José aprovecha una recuperación errante y logra marcar un gol afortunado.

El juego está empatado. La multitud local está gritando, animando a sus chicos. Los pocos fans de Toronto en las gradas gritan sus propios ánimos. Su energía me alimenta cuando tomo el hielo otra vez. Quedan cinco minutos... eso es mucho tiempo.

Gano el saque y golpeo el disco. Taehyung lo persigue y lo atrapa con su palo, disparándome el disco de vuelta. Pero es robado por un defensa y San José ataca de nuevo. Esta vez, nuestro portero los detiene, y cuando el disco aterriza en mi palo, de repente me encuentro en el tipo de jugada en la que tengo que pasar a todos los defensores.

La adrenalina chisporrotea a través de mí mientras cargo hacia la red rival, donde Jungkook monta guardia.

Esto se siente familiar. Tan jodidamente familiar. Y juro que me saca la lengua cuando rechaza el gol. Su guante se cierra a su alrededor y la frustración me sigue hasta el banquillo.

Se siente familiar porque es familiar. Los disparos de uno contra uno que teníamos cuando éramos niños están grabados en mi memoria.

Particularmente porque el último llevó a poner mi boca en la polla de Jungkook . Nuestros veranos en el campamento de hockey en Lake Placid fueron los mejores de mi vida. Es donde me enamoré de Jungkook . Es donde reconectamos y donde se enamoró de mí.

Jesús, cuán lejos hemos llegado. De amigos de la infancia a amantes a marido y marido.

La vida es una cosa hermosa.

Cuando juego hockey, siempre estoy eufórico, pero esta noche es el doble. Es adrenalina y excitación, y puro jodido amor mientras veo a Jungkook hacer cuatro paradas más en los siguientes minutos. Cuando quedan dos minutos, Eriksson hace un penalti estúpido y San José tiene una jugosa movida ofensiva. Estoy en el hielo para el penalti, pero los tiburones están hambrientos y, a treinta segundos, anotan.

La multitud local se vuelve loca.

Toronto es incapaz de empatar. Perdemos contra el equipo local y mientras que estoy decepcionado, tampoco puedo negar que estoy  secretamente feliz por Jungkook . Sus compañeros de equipo revolotean por el hielo y lo pierdo de vista en el enorme espectáculo de celebración, pero sé que debe estar muy feliz. Y me alegro por él. Se merece cada cumplido que va a recibir esta noche.

Se merece el mundo.












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