20. Jugar Al Detective, Se Te Da Muy Bien

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Ni siquiera sé qué sucede, pero mi instinto me obliga a reaccionar, haciéndome saltar de mi escondite

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Ni siquiera sé qué sucede, pero mi instinto me obliga a reaccionar, haciéndome saltar de mi escondite.

Lo siguiente que hago —o, en todo caso, lo que mi cuerpo me obliga a hacer— es tomar a Madison del brazo. Y con un rápido movimiento, termino escondiéndonos a los dos, detrás de una columna de cemento.

Mi pecho sube y baja sin control alguno, sobretodo cuando el cuerpo de mi vecina choca de forma abrupta con el mío. Su respiración se escucha igual de agitada que la mía y, para evitar que se mueva, la tomo de la cintura, pegándola más a mí, con la esperanza de que hayamos logrado pasar desapercibidos.

Ambos nos quedamos en completo silencio de repente. La calma que hay en el ambiente es de todo, menos tranquilizante y eso, sólo consigue ponernos más nerviosos de lo que ya estamos. Madison se aferra con fuerza a mi camisa y esconde parte de su rostro en ella. No la culpo, seguro debe estar igual de aterrada que yo.

Es curioso porque, de no ser por ella, no estaríamos en ésta situación. Madi aparenta ser una chica valiente y atrevida, pero por dentro, es mucho más asustadiza de lo que muestra. Aún así, no significa que no sea fuerte, todo lo contrario; verla así, como ahora, me demuestra que todos tenemos derecho a ser débiles de vez en cuando.

De vez en cuando… la frase no tarda en resonar en mi cabeza. Ojalá alguien me hubiera dicho eso cuando mi padre murió. Seguro que todo hubiera sido más fácil de sobrellevar, pero no, la gente se la pasó diciéndonos que “debíamos ser fuertes”, como si ser fuertes fuera lo único que importara en la vida.

El sonido de un silbido me regresa a la realidad. Me asomo un poco para ver qué sucede y me encuentro con la figura del tipo ese, entrando de nuevo a la oficina. Al ingresar, lo primero que hace es inspeccionar todo el lugar, como si buscara a alguien en específico, pero su esfuerzo se ve frustrado al ver que no hay nadie adentro, nadie más que él. Al confirmarlo, sigue haciendo lo que sea que haya estado haciendo antes de que viniera a buscarnos.

Casi logro respirar tranquilo, hasta que noto que no he soltado a Madison en ningún momento.

La suelto de inmediato y ella no duda en poner algo de distancia entre nosotros. Toda la energía que sentí hace apenas un segundo, se desvanece de mi cuerpo así, tan rápido como llegó, por lo que sólo atino a agacharme, poniendo las manos en mis rodillas, mientras intento que mi ritmo cardíaco regrese a la normalidad.

Apenas levanto mi vista y me encuentro con mi vecina, quién observa la oficina desde nuestro escondite. Por inercia, la imito, mirando hacia el mismo sitio que ella, excepto que yo lo hago desde el otro lado de la columna que nos esconde. De esa forma, ninguno interferimos en el campo de visión del otro.

Y mi sentido común no tarda en volver a aparecer.

¡¿Pero qué demonios seguimos haciendo aquí?!

«Empiezo a creer que te volviste amante a la adrenalina»

«No, no es eso»

«Entonces, explícame ¿por qué sigues aquí cuando bien podrías estar a unos veinte kilómetros de distancia? ¿Acaso Madi te pegó su locura y quieres atrapar al ladrón?»

¿Otra Vez Tú? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora