08. Con Esa Pinta Ni Yo Me Acerco

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Salgo al jardín mientras hago grandes esfuerzos por colocarme bien el suéter, objetivo que no consigo a la primera ni a la segunda. Vaya que soy un fracaso en esto de hacer varias cosas a la vez.

En cuanto lo consigo, abro la puerta de la cerca y emprendo mi camino hacia el supermercado, mientras que, en mi cabeza, voy haciendo una lista de las pocas cosas que necesito comprar. Quisiera dejarlo para después, pero si voy a adoptar un gato, lo mejor será que vaya agarrando cierta "responsabilidad", aún con cosas tan pequeñas como ésta.

Por alguna razón, mi madre aceptó con mucha "facilidad" el hecho de dejarme tener una mascota. Claro que no me libré del millón de preguntas que me hizo sobre por qué ahora y por qué un gato, pero todas fueron bastante sencillas de responder, así que no tuve mayor problema en intentar convencerla.

Pero no todo era tan fácil, pues habían muchas cosas que aún debía conseguir, antes de traer a Bigotes a casa. La mayoría podía comprarlas en el albergue, pero habían otras que aún debía buscar en otro lado y en mi opinión, no había mejor sitio que el supermercado.

—¡Hola, chico nuevo! —exclama una voz que me hace saltar del susto.

Una vez que mi pulso se ha calmado un poco, logro relajarme y me fijo en la persona que me ha metido tremendo susto.

Pero claro, tenía que ser ella.

—Oh... eres tú —comento, un poco más tranquilo. Ella, al oírme, sólo me dedica una sonrisa.

Aprovecho el breve momento de silencio para fijarme en su apariencia. Lleva un vestido color celeste pastel que no le sienta para nada mal, el cual está decorado con un cinturón marrón, combinado con unos zapatos de tacón del mismo color. Además, no lleva tanto maquillaje como otras veces, pero sin duda, el delineador negro y su labial rojo, sí que son fáciles de notar.

Antes de que podamos continuar con nuestra conversación, el sonido de las hojas crujiendo nos sobresalta a ambos. Por lo poco que alcanzo a oír, me atrevo a decir que proviene del bosque, sin embargo, el hecho de no saber qué lo provoca, me inquieta un poco.

—Creo que no es nada —indica la chica frente a mí—, debe ser un pájaro o algo así.

Su teoría no me parece tan descabellada, así que opto por hacerle caso y bajar la guardia. Claro... una chica que trabaja en un albergue, debe saber mucho sobre esto, ¿no?

—Parece que te gustan mucho los animales —le digo, recordando lo que hicimos el día de ayer.

—Bueno... no es tanto que me gusten —confiesa, algo nerviosa—. Quiero decir... son muy lindos, sí, pero ni siquiera sé cómo cuidarlos. Creo que eso no es lo mío...

Me quedo en completo silencio al escucharla y las palabras de Jeff, regresan a mi memoria.

«Es amable, simpática y ama muchísimo a los animales, sin mencionar que es una experta tratando con ellos...»

Las preguntas no tardan en invadir mi mente: ¿por qué Jeff diría eso si no era verdad? ¿Tendría alguna razón para mentir? O acaso, quien mentía... ¿era ella?

El tema se queda a un lado cuando recuerdo su nombre y que aún no entiendo si en verdad así se llama o si es una clase de apodo. La duda vuelve a invadirme, pero en cuanto intento preguntar, el sonido de una tercera voz, nos hace voltear a ver.

Por el tono, puedo decir que se trata de la señora Mónica, la madre de Madi.

—¡Made! —vuelve a gritar. Seguro que no se ha dado cuenta de que su hija está aquí.

—Ya tengo que irme, Eithan —se despide, de forma apresurada—. Te veo luego.

Y sin darme tiempo a responder, la chica sale corriendo en dirección a su casa y unos segundos después, se pierde de mi vista.

¿Otra Vez Tú? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora