III. Caprichos

1.9K 188 79
                                    

Al llegar al campamento, no había parte de ella que no temblara. Incluso partes del cuerpo que ni siquiera sabía que existían, temblaban como un corderillo indefenso cuando lo vió acercarse hacia donde ella y Syrax aguardaban.

Tal osadía tendría precio, lo sabía perfectamente. Su padre jamás aprobaría tal cosa, ni que saliera de Kings Landing sin permiso, no que buscara a Daemon y mucho menos, por supuesto, que le propusiera matrimonio pese a su oposición.

«Pero esta es una apuesta a muerte». Debía hacerlo. Daemon tenía que casarse con ella ahí mismo, tomarla como esposa con solo ellos de testigos, cómo en los viejos matrimonios de la Antigua Valyria.

Pero Daemon era reacio, cada carta recibía como respuesta una negativa. ¿Acaso sería diferente ahora teniendola de frente? Le suplicaba a cada Dios conocido que así fuera.

-Sobrina -dijo él, cuando estuvo lo bastante cerca para oírlo.

-Tío -respondió de prisa, simulando seguridad.

Los años, le sentaron bien al Príncipe Canalla, tenía el cabello más largo y el rostro cansado de la guerra o de la resaca, tal vez de ambas cosas. Llevaba unos pantalones raidos y sobre ella, solo una vieja camisa blanca abierta hasta la mitad del pecho, dejando ver sus pectorales finos y una larga cicatriz que parecía llegar a la espalda.

Aunque él trataba de disimularlo, ella podía notar su mirada, recorriendo cada centímetro de su cuerpo, analizando y buscando en ella a la niña caprichosa que vio por última vez en las orillas de Blackwater.

-¿Y cuál es el motivo de tu visita? -preguntó él, desentendiendose de la situación.

La princesa no respondió, desmontó a Syrax y se acercó a él, lo suficiente para que el pesado aliento a licor le llegara a la nariz.

-Vine por tu mano.

Los pocos soldados que estaban cerca y oyeron lo dicho por la princesa, se echaron a reír por la ocurrencia. Y los otros, se echaron a reír viendo a sus compañeros. Pero bastó una mirada de Daemon para que el silencio se apoderara de la playa.

-Entonces puedes irte -replicó, tan frío y distante como un extraño.

-Soy la princesa Rhaenyra, heredera al Trono de Hierro y te exijo que...

-¿Me exijes? -Daemon soltó una risotada- Y... Princesa... ¿Qué vas a hacer si me niego? ¿Usarás a tu dragón rechoncho para obligarme a decir los votos o le pedirás a estos hombres que me sostengan mientras me obligas a meterte la verga?

Rhaenyra se horrorizo por la vulgaridad de su tío, y por exponerla tan abiertamente frente a esos extraños. Lo odiaba, lo detestaba tanto como cuando lo vió con Alicent Hightower.

-¡Sabes que es lo que siempre debió pasar! -chilló, sin quererlo, parecía una niña caprichosa exigiendo un nuevo vestido- ¡Tienes que casarte conmigo! Aegon es un maldito mocoso tan sucio como sus hermanos. Nosotros somos Targaryen, nacimos para estar juntos, para arder juntos, eres mi salvación Daemon.

Para ese momento, varias lágrimas le salían por borbotones, se limpió con las mangas del vestido y pensó que tal vez, eso lo conmovería, pero Daemon se mantuvo impasible.

-Ven -le hizo un seña con la cabeza para que lo siguiera.

Caminaron un tramo corto, hasta una casucha hedionda, de trapos viejos y ventanas expuestas. Apesta a orines, sudor y licor.

Tal vez notando su expresión, Daemon volvió a reír.

-Este es mi castillo, no tiene nada que envidiarle al Red Keep, ¿No? -dijo él, con sorna.

Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora