XII. Indecisión

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Nota: Los cambios de este capítulo hasta el capítulo XII son mínimos.  No es necesario volverlos a leer. A partir del capítulo XII es la reescritura general de la historia :)

Con la tenue luz de las velas, la piel de Laysha parecía un campo estrellado. El sudor le cubría la espalda y la bañaba en un campo perlado. Esa misma noche ella le había dicho que lo amaba, justo después de una tarde agitada entre jadeos y sábanas. Daemon sentía algo por ella, un cariño especial muy diferente al que se le tiene a las putas, era una mujer noble, de corazón amable e historia trágica. Era la novena hija de un pescador, a quien no se le ocurrió mejor idea que venderla como ganado cuando tenía doce años. Su esposo era un mercader de Pentos, mayor incluso que su propio padre. Laysha decía que él solía "usarla" para darse placer tres o cuatro veces por días al principio, y que gracias a los dioses su apetito se redujo en cuánto ella cumplió los quince años y él consiguió una segunda esposa de menos edad.

Daemon disfrutaba de su compañía, sus charlas y las veces que cocinaba para él, le gustaba su voz y su extraña forma de hablar, cruzando algunas palabras. Incluso a Caraxes parecía agradarle, pues en alguna ocasión, la llevó a lomos del dragón a sobrevolar el Mar Angosto.
Disfrutaba coger con ella, y besarla, pero sabía muy bien que no la amaba y que jamás podría hacerlo.

Ella solo había servido como la medicina que necesitaba para desintoxicarse de la capital. Recordar sus días allá, sus penurias y lo mal que la había pasado solo le hacía odiar más el nido de ratas que era Kings Landing.
Pero casi sin quererlo, aquel odio a la capital se trasladó poco a poco a Rhaenyra.

Su sobrina era la imagen del reino, de todo aquello que le trajo desgracias. Odiaba lo que representaba y se odiaba a sí mismo por sentirlo de esa manera, y aún más, por rechazar la sola presencia de la princesa.

Laysha despertó muy despacio, se giró a verlo y lo contempló largo rato como lo solía hacer siempre.

-No me gusta que hagas eso -le dijo él.

Ella sonrió aún somnolienta.

-¿Hacer qué príncipe?

-Mirarme como si fuera un títere -replicó él- Vuelve a dormir, aún es temprano.

-¿Te irás? -preguntó ella con un halito de tristeza.

Daemon soltó aire y no respondió, no lo sabía.
En las últimas semanas, su estancia en el palacete eran más bien visitas esporádicas.
Siempre evitando a Rhaenyra, sobre todo después de la última conversación que tuvo con ella.

-Tal vez sí me vaya hoy -respondió- Debo estar al pendiente de la situación allá, y también ver a...

-La princesa -lo interrumpió ella, había tristeza en su voz.

-No creo ver a Rhaenyra -dijo Daemon.

Laysha se puso en pie y caminó hacia la ventana.

-Mi esposo nunca me amó -empezó a decir- Ni a las otras cuatro esposas que consiguió después de mí. Él amaba el mar, las olas, la brisa, recuerdo bien esa mirada... Como si no importara más que él y el mar. Y cuando no podía navegar, se le iba la vida mirando a la nada, cogiendo, comiendo, pero nada lo satisfacía tanto como subirse a un barco. Estaba perdido si no navegaba.

-¿A qué viene todo esto? -preguntó cansado.

-La princesa es tu mar -le dijo- Estás perdido.

Daemon sintió un enorme fastidio por esa conversación.

-Es una estupidez -gruñó él- ¿Lo dices porqué no correspondí a tu amor?

Laysha hablaba sin mirarlo, estaba de espaldas aferrada al marco de la ventana. Pero aún sin verle el rostro, Daemon sabía que estaba llorando.

Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora