VI. Lord Lecho De Pulgas

4.7K 305 46
                                    

Kings Landing
104 d.C

Lo que había sido ideado como un castigo para Daemon por sus ruines acciones contra Alicent Hightower, terminó por convertirse en un verdadero gozo para el príncipe Targaryen.

Su llegada a la Guardia Real no sólo lo había excluido de las larguísimas y aburridas reuniones del Consejo, sino que también le habían dado la capacidad de gobernar a su propio grupo de gente.
Mientras que Viserys se sentaba en el Trono y se codeaba de los grandes señores y de las damas de más alta cuna. Daemon tenía el afecto y respeto de la plebe, el pueblo llano. Panaderos, carpinteros, artesanos y prostitutas; todos querían al Comandante de la Guardia Real. Le brindaban obsequios, a él y a sus leales hombres. Para los nobles, era el Príncipe de la Ciudad; pero para los demás, era Lord Lecho de Pulgas. Apodo que le caía bastante en gracia al joven Targaryen.

Jamás en la historia de la Guardia, hubo hermanos juramentados tan leales como los que sirvieron al príncipe Daemon. Él cambió las viejas capas blancas por capas de hilo de oro, les trajo armas fabricadas desde Meeren y ornamentó las armaduras de todos, desde los guardias de cuna más baja, hasta los hijos de poderosos lores.
Junto a ellos, Daemon recorría los bajos fondos de la capital, aplicando una disciplina brutal e implacable. No tenía tolerancia con los criminales, su justicia era radical. A tal punto que la delincuencia se redujo considerablemente en cuestión de pocas lunas.

En esos tiempos también se volvió muy afín a las tabernas, lugares de apuestas y a varios burdeles de la ciudad. Pero sin duda, su favorito era el burdel dirigido por una tyroshi llamada Kysha. Tenía a las prostitutas más bellas, y entre ellas estaba una joven lysena llamada Mysaria.
Sus compañeras le tenían envidia y a menudo la llamaban: “miseria”. Era espigada y de rasgos finos. Su piel era pálida al punto de parecer un cadáver, lo que le había válido el apodo de "Gusano Blanco".

Daemon admiraba su belleza exótica y su ácido sentido del humor. Aquella mujer de tan bajo estatus, complementaba al príncipe como nadie. A veces incluso, Daemon sentía que la amaba.

Por días, evitaba regresar a sus aposentos en el Red Keep para pasar las horas de ocio al lado de Mysaria. Cuando no tenía opción más que volver al castillo, se hartaba de soportar las intrigas de Otto Hightower. Ya era un rumor a voces que la Mano del Rey pretendía que Viserys nombrara a Rhaenyra su heredera.

—Si esa princesita muriera, el Rey no tendría más opción que nombrarte su sucesor —le dijo una vez un ebrio cantinero.

El príncipe no le respondió con palabras, sino que se levantó del asiento donde se encontraba y con Hermana Oscura le abrió la garganta y con los dedos finos le arrancó la lengua desde la raíz. No dio explicaciones, pero entre todos los que vieron esa escena quedó claro que, pese a las ambiciones de Daemon, ninguna persona tenía derecho a siquiera amenazar a su sobrina.

—Quieres mucho a la princesa —le dijo Mysaria una noche, mientras descansaba desnuda sobre su pecho.

—Es mi familia, se supone que debo quererla —respondió él, sin darle importancia.

—Te he oído hablar pestes de tu familia —sé rió la lysena— Pero he notado que admiras a tu hermano, y quieres a la princesa Rhaenyra... Me gustaría conocerla alguna vez.

«Si ocurriera, su madre se arrancaría las pestañas si se enterara que su hijita conoció a una prostituta.» Pensó Daemon. La imagen de Aemma, horrorizada y furiosa le agradó.

Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora