XIV. Verdes

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—¿Casada? —la reina preguntó casi a gritos.

Sir Larys esbozó una sonrisita imperceptible y se tronó los nudillos.

—Como lo oye, alteza —replicó El Patizambo.

Alicent pensó en aquella pequeña puta, casada con el hombre con el que conspiró para matar a su hijo, a su Aegon, su primer y más amado vástago.

—¿Quién te lo dijo?

—Mi hermano le envió una carta a mi padre, diciendo que sus deberes en la Triarquia han terminado ahora que la princesa desposo a su tío y que regresará a Harrenhall.

La reina se hundió sobre un sillón de terciopelo, tenía los ojos hinchados y las mejillas al rojo vivo.

Alguna vez ella misma había pensado que sería la esposa de Daemon, pero los años le habían hecho valorar que aquello no ocurriera. De seguir aferrada a él, habría sido solo una de sus concubinas, en cambio se había convertido en la Reina de los Siete Reinos.
Mantenía latente el odio por él, y le sofocaba el alma al ver tanto parecido a Daemon en el rostro de su hijo Aemond. Aunque fuera apenas un bebé, poseía la nariz aguileña y el cabello de plata tan usual en los Targaryen. No era como su pequeño Aegon, él sí se parecía a ella, con los cabellos blancos, pero sus ojos y su sonrisa eran los de un Hightower.

—Todo en esta vida son oportunidades, mi reina —dijo Larys.

Ella hizo una mueca confusa, a veces no entendía las extrañas pretenciones de su cómplice.

—Daemon y Rhaenyra le quitaron a un hijo de los brazos, ¿Cuánto crees que tarden en tener un hijo de su propia sangre?

La reina sacudió la cabeza, seguía sin comprender.

—Ojo por ojo, hijo por hijo, majestad —respondió, con un amplia sonrisa— Yo siento que tengo esa deuda con usted y con el príncipe Aegon. La pagaré muy pronto, cuando la princesa alumbre a un hijo se lo arrebatare de los brazos y acabaré con él.

La reina sonrió agradecida.

—Me temo, Sir Larys, que Daemon jamás dejará que eso pase —siseó la reina— Cuidará a ese engendro como lo más valioso del mundo, porque será su carta de invitación de regreso al Red Keep. Si los dioses son justos, esa pequeña zorra pagará igual que su madre y morirá pariendo.

—Esperemos que los dioses sean justos —dijo a su vez el Strong.

Aquella información tenía un precio, precio que la reina debía pagar en cada encuentro con Larys Strong. En realidad le repugnaba aquel hombre, su tacto, su voz, cuando él la poseía ella se imaginaba en algún lugar muy lejos de esa habitación. Por suerte jamás tardaba mucho, el Patizambo era tan precoz como un niño que descubre por primera vez su verga. Lo que más le aterraba era poder quedar encinta de él, pero un buen Maestre enviado por su padre se encargaba de proporcionarle té de la luna en cada ocasión.

Mientras se vestía, la reina se dió cuenta de algo importante.

—El Rey no debe enterarse de esto —dijo— Convenza a su padre de no abrir la boca, y a su hermano también. ¿Alguien más lo sabe?

—Solo mi hermana Alys —dijo Larys— Harwin le dió las nuevas para avisar su regreso.

—Pues a su hermana también cierrele la boca —ordenó la Hightower.

—Mi hermana es de mi entera confianza —replicó él— Mi padre por otra parte, puede ser testarudo al igual que mi hermano. Pero puedo encargarme de que esa información jamás salga de su boca.

—Se lo agradeceré —respondió la reina.

Larys sin embargo no contestó. Volvió a acercarse a ella y deslizó el vestido de regreso al piso.

—Sabe como me gusta ser recompensado, Alteza.

*****

Durante el resto del día la Reina no probó bocado, pese a los múltiples enjuagues de menta que se realizó, su boca aún poseía el sabor amargo y salado de Larys Strong. Algún día se encargaría de él, cuando sus enemigos estuvieran muertos y ella fuera tan poderosa como se suponía que debía ser. Cuando Viserys por fin muriera y su hijo fuera el hombre más poderoso del mundo.

El Maestre se acercó a ella bien entrada la noche, llevaba consigo un pequeño frasco de té de la luna.

—Maestre... —le dijo antes de que el anciano se retirara— Si un caballo estuviera en mal estado, pero su cuidador se niega a acabar con su vida de una sola vez, ¿habrá alguna manera de acabar con su vida de a pocos?

El Maestre no comprendió la pregunta.

—No quiero que el caballo muera hoy, o mañana —susurró la reina— Pero quiero hacer algo que me dé la seguridad que morirá en poco tiempo, no lo sé, unos doce años quizá.

—¿Es un caballo joven?

—Digamos que no está cerca de El Desconocido —contestó ella— Es fuerte y de buena salud, pero sé que haré mejores viajes cuando ese caballo ya no esté. ¿Es posible?

El Maestre dudó por unos segundos.

—Sí —dijo muy despacio— Sí hay algo que puede ayudar. Solo debe emplear una gota al día por el tiempo que lo requiera, el... El caballo enfermará, cada día se sentirá peor.

—¿Cree que resista los años que le dije?

El Maestre asintió.

—Bien. Empezaremos desde mañana.

******

Una semana más tarde, Sir Lyonel Strong recibió una carta de urgencia desde Harrenhall, su hija Alys le informaba de un peligroso grupo de malvivientes que atacaban a los pobladores y violaban a sus mujeres.

«No puedo hacer nada, Padre. Necesito tu ayuda, los Tully no responden ante una bastarda...»

El Lord Mano pidió su permiso al Rey para ausentarse por unas semanas, en las que solucionaría el problema en las Tierras de los Ríos. Llevaba consigo el pendiente de informar a su Alteza sobre las nupcias de la princesa y su tío, pero su hijo Harwin le envío otra carta informando que en poco tiempo sería la propia Rhaenyra quien le daría el anuncio a su padre.

—Siento que es mi deber como mano informar al Rey —le dijo a su hijo Larys.

—¿Y qué hay de tu deber como amigo? Estimas al Rey, sabes que la noticia lo hará feliz, deja que sea su propia hija quien se lo diga. Si Harwin te envío esta carta es porque es algo importante.

Sir Strong aceptó a regañadientes. Esperaba que aquella visita fuera pronto.

Salió de la capital a media tarde, no era más de una semana de viaje hacia Harrenhall. Pero aquella primera y fatídica primera noche, cuando él y sus hombres se hospedaron en una pequeña posada cerca a Rosby, no se imaginaron que sería su última noche con vida, pues la posada ardió por tres días hasta dejar todo y a todos en ceniza, se originó por el error de unas cocineras al apagar mal un caldero.

Sir Larys recibió la noticia con notable pesar, luego le escribió una carta a su hermano hasta la Triarquia.

«Vuelve pronto a la capital, Harwin. Nuestro padre ha muerto y debes convertirte en el Señor de Harrenhall»

Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora