V. La Trampa

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Kings Landing

La ciudad, como de costumbre, hedía a mierda, basura y semen.

Era un Targaryen, un dragón, no un simple noble que pedía una audiencia con su rey.

«Soy su hermano y me trata como a un peón». Pensó con rabia.

Pero Viserys había sido claro, solicitaba una reunión inmediata con él, Daemon debía acudir en barco y no en dragón. «Para evitar amenazas». Decía la carta, que apestaba más que Kings Landing a Otto Hightower.

—¿Qué más quiere? —le preguntó a sus hombres, aunque en realidad era una pregunta para sí mismo— Me ofreció a la mocosa, ahora la estoy aceptando. Que la envíe como un puto obsequio y me bese las bolas por evitar una guerra civil.

Aunque una parte de él en realidad temía que tal reunión fuera una trampa para asesinarlo, por supuesto jamás haría evidente ese temor, pero sabía que tenía sentido. Desde la perspectiva de Viserys, él había desflorado a su adorada hijita.

Durante días, aquel sueño en el que Rhaenyra se presentaba ante él y le hablaba de un elegido, estaba en su mente y aunque no tenía un apice de sentido, aquella parte mágica que  todos los descendientes del Conquistador tenían, le decía que era verdad.

¿Pero cómo podría expresarle a su hermano su deseo de casarse por un sueño?
Los Targaryen eran soñadores, desde Daenys quién previno a su familia de la desaparición de Valyria. Hasta el propio Aegon, quien vió en un sueño que debía conquistar el continente de Westeros.
Pero Daemon jamás dió muestras de ello.

Frente a las puertas de Kings Landing lo aguardaba la Guardia de la Ciudad, eran sus hombres, aquellos delincuentes reformados que él unió para terminar con el caos de esa ciudad. Lo saludaron con cariño y respeto, como si se tratara de un hermano mayor al que no veían en años.
Eso ayudó a calmar al príncipe, esa era su ciudad después de todo.

Agradeció a los Dioses que no fuera Otto Hightower quien lo recibió, sino el Comandante de la Guardia Real, Harrold Westerling.

—Ha pasado mucho tiempo, príncipe —dijo Sir Harrold.

—Estás más calvo, Westerling —replicó con una media sonrisa.

—Y usted parece un vagabundo —se burló el comandante— Es bueno verlo aquí.

Ambos se encaminaron hacía la sala del Trono, en poco tiempo los pasillos y tapices habían cambiado. En lo alto de cara muro una estrella de los Siete iluminaba el camino.

«Puras estupideces de los Hightower». Pensó.

—El Rey lo espera en la Sala de Consejo —dijo Harrold.

—¿Su Mano estará con él? —preguntó él, pronunciando con asco el título de Otto.

—No —respondió— El Lord Mano tuvo que ir a de emergencia a Oldtown, dijo que estará afuera por un par de lunas.

«Parece que los putos Dioses me están ayudando». Se regocijó.

Al llegar a la Sala del Consejo vio a su hermano sentado a la cabeza, su rostro era indescifrable, se veía muy cansado y mucho mayor de lo que en realidad era. A su derecha estaba su reina, la reina de Westeros, con una sonrisa hipócrita y un elegante vestido verde.

Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora