VI. Negros

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La garganta le ardía, las mejillas también, las lágrimas le causaron escozor. Intentaba dormir pero sus ojos le dolían demasiado para hacerlo. No recordaba cuando fue su última comida completa, su último baño o si quiera la última vez que vió a una persona. Y se sentía egoísta porque ella estaba libre, podía salir, podía andar, solo de su alcoba al Salón del Trono y de regreso por supuesto, pero no lo hacía. No tenía fuerzas para ponerse en pie. Él llevaba semanas encerrado.

«Todo es culpa mía». Se decía una y otra vez.

Su padre se negaba a verla o escucharla, aunque estaba segura que lo había hecho. Cada que podía gritaba con desesperación, diciéndo que Daemon era inocente y que le tendieron una trampa.

La única vez que fue al Salón del Trono, encontró a la esposa de su padre sentada en la Sala de Consejo.

—Tienen que liberar a Daemon, él no hizo nada —le sollozó— Me casaré con Aegon o con quién Padre quiera pero...

La reina negó suavemente con la cabeza.

—Rhaenyra, ¿En serio crees que dejaré que te cases con mi hijo después de tu aventurilla con Daemon?

La princesa no respondió.

—Cada quien recibe lo que merece, Daemon está recibiendo el castigo que merece por querer atacarte.

—¡No me atacó!

—Ser Criston lo vio —replicó la reina.

—¡Miente! —la traición de su viejo amigo le causaba un dolor indescriptible— Te juro que Daemon no me tocó.

La reina se puso de pie y se acercó a ella. Con dulzura acunó su rostro con ambas manos.

—¡Oh, pobre Rhaenyra! —exclamó con tristeza— Intentas defenderlo porque lo quieres, pero eres una víctima. No te preocupes, querida, encontraré al candidato perfecto para ser tu esposo. Incluso estuve pensando en que podría ser mi padre, ¿No te parece curioso? Ambas seríamos madre e hija de la otra.

La princesa le escupió a los pies y se retiró a su alcoba. No había salido desde entonces.
No sabía nada de Criston Cole, ni tampoco quería hacerlo, solo sentía un profundo odio hacía él.

Las pocas veces que lograba dormir unas horas, soñaba con él. Muchas veces le pedía ayuda.

«Ni siquiera trajo a Caraxes, ¿Cómo va a huir?» Pensaba.

Pero luego recordaba que Daemon estaba en las celdas subterráneas, sin oportunidad de escapar.

Una noche, tras un par de horas de sueño, un suave golpeteo en su puerta la terminó de despertar. Por un segundo pensó que tal vez podía ser su padre o Daemon, pero era imposible.

Se sorprendió cuando del otro lado se encontró con Sir Erryk Cargyll. Él y su hermano gemelo, Arryk, habían llegado al Red Keep cuando ella aún era una niña. Ellos tampoco estaban lejos de serlo, acababan de cumplir los doce años en ese entonces, pero ya eran tan hábiles como cualquier guardia experimentado. Aunque el rey dudaba de su valor por la poca experiencia y su corta edad, Daemon los aceptó como aprendices de guardia, y a los diecisiete, Sir Harrold Westerling los nombró Guardias Reales.

—El rey desea verla, princesa —dijo el caballero.

Rhaenyra no respondió, ni tampoco hizo ademán alguno de moverse.

—Ahora mismo, princesa.

«Va a anunciar mi boda con Otto Hightower o con cualquier lacayo que Alicent le diga». Pensó con amargura.

Asintió y siguió al joven guardia por los helados pasillos del castillo. En la oscuridad de la noche, veía Red Keep como un lugar triste y solitario.

Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora