Dragonstone se mostraba frente a ellos como una piedra triste, oscura en contraste con la fría madrugada. Junto a él, en el enorme camastro, Mysaria aún descansaba con la cabeza apoyada en su pecho, llevaba el pálido vientre desnudo, e hinchado.
«Es la semilla del dragón». Pensó el príncipe, acariciando a su heredero.
Habían pasado ya seis meses desde su huida de la capital, los días en la isla transcurrían lentos y tranquilos, era perfecto. Tenía a su dragón, a su mujer y un hijo en camino. ¿Qué más podría pedir un hombre a mitad de sus veintes? «Un reino.» Se respondía con desgano. Era lo único que le faltaba, y por mucho tiempo había esperado que su hermano se arrepintiera de su arrebato, muchas veces imaginó escenarios en los que Viserys aparecía en la orilla, suplicando su perdón, pidiéndole que volviera a la capital y asumiera su posición cómo príncipe heredero. Pero eso jamás pasó. Viserys insistía en mantener a la chiquilla como su sucesora.
A ella también la extrañaba, aunque era demasiado orgulloso para decirlo en voz alta, jamás se habría escapado de sus labios decir que extrañaba a Rhaenyra. Intentaba odiarla por haberle arrebatado su posición, pero no podía. Al final, no era su culpa la estupidez de su padre.
Sus esperanzas del arrepentimiento de su hermano mermaron aún más cuando supo por los sirvientes que en los pasillos del Red Keep se corría el rumor de que Alicent Hightower era la nueva puta del rey.
«Ese maldito Otto no le importaría que a su hija se la coja un dragón con tal de tener poder.» Se dijo.
—¿Otra vez maldiciendo fantasmas, mi príncipe? —susurró el Gusano Blanco, con los ojos adormilados.
—No son fantasmas, mi Lady. Pero sí quisiera que lo fueran... —respondió— Quisiera ser yo quien convierta a ese hijo de puta en un fantasma vagabundo. No me importaría que me joda toda la vida, con tal de saberlo muerto y lejos de mi castillo.
—Lo harás, Daemon —afirmó ella, acariciandole el pecho— No hay cosa en este mundo que no puedas hacer.
—Por lo visto sí... No puedo solo matar a la chiquilla —sonrió— Viserys ni siquiera lo sabría, y tendría que nombrarme su heredero porque sería yo o algún puto Velaryon.
Mysaria entrelazó sus dedos con las ágiles manos del principe canalla. Sabía bien que por mucho que lo dijera, Daemon nunca se atrevería a hacer algo en contra de la princesa.
—Basta de eso, mi Lady —siguió diciendo él— Nuestro pequeño príncipe está cada vez más grande.
Daemon se sentó en la cama y tomó el vientre de la lysena con ambas manos. Cerró los ojos como si pudiera comunicarse con el pequeño.
—Será un varón —dijo el Targaryen— Lo he visto en sueños, un hijo mío con el cabello como la plata sentado en el trono de hierro.
—Aun puedes casarte con una de esas damitas de la corte —dijo ella— O volver con tu esposa, tal vez puedan tener hijos, niños de cabello plateado.
Daemon torció el rostro en una mueca de desagrado, detestaba pensar en la zorra de bronce.
—Nunca podría casarme con una de esas mujeres insipidas y aburridas de la corte —bramó— Y menos aún volver con mi zorra de bronce. Yo necesito una mujer interesante, que pueda mantener una conversación de más de tres palabras y que no se ruborice si le digo que me la quiero coger en la mesa del gran salón —el principe se volvió hacia ella y le dió un largo beso— Tú eres esa mujer. No habría querido a otra como la madre de mi primogénito.
La mañana llegó de repente, con una bruma oscura viniendo desde el Oeste. Mysaria volvió a caer en las fauces del sueño, y Daemon alentado por su conversación se preparó para ir a las fosas en dónde guardaban los huevos de dragón. Lo había decidido después de su conversación, tendría un hijo, un Targaryen tan puro como la niña que tomaría el trono. Rhaenyra tenía a Syrax, su hijo también tendría su propio dragón.
ESTÁS LEYENDO
Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones
FanfictionLocura y grandeza son las dos caras de una misma moneda, Rhaenyra Targaryen probó ambas. Nacida para ser la heredera al Trono de Hierro, tuvo que luchar contra su propia sangre para hacer valer su derecho. Dragón contra dragón se alzaron, y la danza...