Orlando viajó un par de veces solo a Los Ángeles, pero siempre regresaba luego de dos o tres días. No le gustaba alejarse de Amelia, y aunque ella no lo demostraba, tampoco le gustaba estar lejos de él.
Finalmente Amelia terminó sus cursos, y el día de su última clase, Orlando le regaló uno de los mejores sets de cuchillos del mercado junto con los papeles que validaban una beca en la academia culinaria del mejor chef del país: Leo Lyes, un profesional reconocido a nivel mundial.
—¿Cómo es posible esto? —preguntó Amelia hojeando los documentos sorprendida.
—La noche que conociste a mis padres guardé un poco de cada cosa en unos contenedores y al día siguiente se los llevé a Leo —explicó Orlando.
—¿Le llevaste a Leo Lyes platillos fríos preparados con más de un día de anticipación? —replicó totalmente horrorizada. La idea de que uno de los mejores cocineros del mundo probó su comida recalentada le provocaron náuseas, tuvo que sentarse para no vomitar.
—No te preocupes, mi amor, le expliqué que habías preparado esa comida para tus suegros el día anterior y que yo estaba seguro de que eras merecedora de una beca en su academia, porque si tu comida sabía tan bien después de varias horas de cocción, se podía imaginar cómo sería recién hecha, y estuvo totalmente de acuerdo. La beca es tuya.
—¿Cómo es posible? ¿Cómo lograste una cita con él? ¿Lo conocías? —insistió de nuevo Amelia con sus preguntas.
—Es amigo de Alexander, quien también probó tu comida «recalentada» y opinó que eres una excelente cocinera —explicó Orlando.
Luego trató de convencerla de que renunciara al restaurant, pero se negó rotundamente a ser una mantenida, lo cual fue una clara señal de que no estaba lista para que el le pidiera que se mudara con él, aunque realmente, lo que quería era hacerla su esposa, pero sabía que también se negaría y prefería llevar las cosas despacio hasta que aceptara que estaban destinados a pasar el resto de su vida juntos.
Las semanas pasaban. Ella estudiaba sus cursos culinarios en las mañanas y trabajaba en las tardes; a veces podía acompañar a Orlando a sus viajes y a veces no, pero se llamaban constantemente y se extrañaban con locura cada momento que pasaban separados.
Finalmente la señora Romano murió de manera pacífica en su cama. Orlando aprovechó el momento para suplicarle a Amelia que se mudara con él y ella aceptó encantada, para ese momento, no se imaginaba estar en residencias separadas cuando lo primero que quería ver al levantarse, y lo último al acostarse, era el rostro del escritor.
Al cabo de un año Orlando terminó dos novelas más, cuyos derechos fueron comprados de inmediato por la productora de Hollywood.
La primera película se estrenó y fue todo un éxito de taquilla, y por esa razón, inmediatamente comenzó la preproducción del primer libro publicado de Orlando, lo cual los motivó a mudarse a Los Ángeles donde Amelia, además, terminó sus cursos de chef.
Antes de irse del país, aceptó su propuesta de matrimonio. Orlando la tomó por sorpresa en el corredor fuera de su apartamento, días antes había conversado con el encargado del edificio para que apagara las luces de su planta con la intención de recrear la primera vez que conversaron y ella accedió a cenar con él. Amelia sintió que fue uno de los momentos más románticos de su vida.
Al llegar a Los Ángeles Orlando le regaló un restaurant como regalo de bodas, y a los pocos meses se convirtió en uno de los locales más populares de la zona causando que empezara a ser reconocida como una chef muy talentosa.
Como todas las parejas tuvieron sus altos y sus bajos, el restaurant le quitaba mucho tiempo por lo que por un tiempo se distanciaron, pero cuando quedó embarazada, visualizó un futuro dedicado a la cocina en vez de la familia y no le gustó lo que vio. Entonces supo que amaría cocinar sin importar para quien, y que la idea de cocinar solo para su esposo y su hijo era más que suficiente para hacerla feliz.
Orlando no supo cómo tomarse la noticia de que deseaba vender el restaurant, temió que se arrepintiera más adelante y lo resintiera por eso. Con muchos besos y palabras firmes Amelia le aseguró que lo único que deseaba era dedicarse a su familia.
Vivieron una vida tranquila, donde sus cenas y comidas eran populares entre los invitados que recibieron incluyendo a los profesionales más respetados de Hollywood quienes le insistían, una y otra vez, que volviera a abrir un restaurant. Pero no se sintió tentada, ni siquiera una vez. Tenía la vida familiar que siempre había soñado y no renunciaría a ella por nada en el mundo.
Sus noches favoritas era cuando tenían citas románticas, al final de la cena bailaban al ritmo de Frank Sinatra y la rutina era prácticamente la misma, antes de irse a hacer el amor, él le susurraba al oído que la amaba y ella le respondía: «Más que a mi vida».
No todos los libros de Orlando se volvieron películas, ni todas las películas fueron un rotundo éxito de taquilla. Algunas lo fueron más que otras, pero afortunadamente, todas aportaron ganancias que incitaban al público a querer más de las historias de Orlando, quien se convirtió en un escritor respetado y elogiado por muchos.
Muchos años después, Orlando compró el edificio donde conoció a Amelia para convertirlo en un hogar para ancianos.
En una ocasión que fueron de visita a la ciudad donde se enamoraron, Amelia decidió visitar a Pablo, ya muy mayor, a su restaurant. Se llevó una sorpresa al encontrarse con su exnovio, Isaac, quien empezó alabarla y comentarle que había seguido todas las noticias de su vida desde que la había visto en la alfombra roja de la primera película de su esposo.
Amelia no tenía intenciones de entablar una conversación con él, pero Isaac no paraba de hablar sobre su triste vida y su poco admirable carrera profesional, le relató que su relación con Laura no había durado ni un año y que siempre lamentó haberla perdido.
Ella supo que todo lo que salía de su boca eran puras patrañas, palabras absurdas para embelesarla, y no le quedó ninguna duda de cuáles eran sus intenciones cuando le dijo que se fuera con él a su casa para ponerse al día agregando que aprovecharan que su esposa estaba fuera de la ciudad visitando a su madre. Todo un perdedor.
Ese fue otro de los días en que se sintió enormemente agradecida y bendecida por tener a un hombre como Orlando a su lado.
Años después con unas canas en las sienes y cuatro hijos, se encontraban bailando en la terraza de su hogar al compás de la canción Strangers in The Night de Frank Sinatra, cuando Orlando le susurró al oído de Amelia:
—Te amo.
A lo que ella respondió:
—Más que a mi vida.
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Vecinos (COMPLETO)
RomanceÉl era escritor, ella estudiante. Él estaba fascinado con ella, ella se negaba a ser herida de nuevo por un hombre. Él quería conquistarla, ella se negaba a ser conquistada... ¿podrá Orlando ganarse la confianza de Amelia? Quizás el destino los quis...