El resto de la semana fue prácticamente igual para Amelia: se duchaba temprano, se encontraba en el corredor con Orlando, se comían a besos en el elevador y caminaban de la mano en las calles; ella asistía a sus clases, luego almorzaban juntos y compartían la tarde en el apartamento del joven escritor, ella estudiando, él escribiendo.
Orlando estaba impresionado de como la imaginación volaba sobre sus dedos al escribir, nunca se había encontrado tan inspirado como en esos momentos.
De vez en cuando interrumpían sus actividades para hacer el amor, lo cual ocurría varias veces en el transcurso de la tarde. Se cubrieron de placer en cada esquina del apartamento, en el suelo de la cocina, sobre la mesa del comedor y del escritorio, en el sofá, en la poltrona del balcón, en la segunda habitación, bajo el agua de la ducha...
Amelia no supo cómo obtuvo tan buenas calificaciones luego de aquellas ardientes sesiones de sexo, pero así fue, era como si la compañía de Orlando la motivara a mejorar su vida a toda costa.
El fin de semana fue una tortura para ambos, conversaron un poco en la puerta del apartamento mientras la señora Romano tomaba sus siestas, que eran seguidas, pero no lo suficientemente largas. Se robaron unos besos cortos cuando la oían despertarse y se sintieron dichosos cuando llegó de nuevo el lunes. Debido a que la época de exámenes había pasado, tuvieron oportunidad de hacer el amor más seguido, parecía que no se cansaban nunca, podían pasar horas entre los brazos del otro sintiendo que apenas habían sido unos pocos minutos.
Cuando Amelia recomenzó su horario en el restaurant tres semanas después, Orlando pensó que se iba a volver loco. Sorprendentemente, en ese periodo había terminado la novela y le había entregado el borrador a su agente. Entonces comenzó a escribir otra, pero tenía demasiado tiempo libre lejos de la mujer de la que se estaba enamorando y eso lo atormentaba.
Un jueves a la medianoche, luego de cuatro tardes sin tener a Amelia en su cama, le escribió en mensaje desde su puerta:
Ábreme.
Ella obedeció intrigada, y no tuvo tiempo de reaccionar cuando su vecino entró como un torbellino besándola silenciosamente mientras la arrastraba hasta su cama.
Amelia no protestó y acalló sus gemidos de placer para no despertar a la anciana, luego, antes de que saliera el sol, Orlando volvió a su apartamento.
Y así, de repente, comenzó una nueva rutina entre ellos durante las noches. Él se escabullía a la habitación de Amelia luego de que la señora Romano se durmiera, y aunque a veces se despertaba y los interrumpía con sus llamados, ellos se encontraban felices de poder pasar más tiempo juntos.
Las semanas pasaban y Orlando se tuvo que contener para no rogarle que se mudara con él. Cuando lo intentaba sugerir, ella se incomodaba y no quería arruinar los escasos ratos que podían compartir juntos. Poco tiempo faltaba para que Amelia terminara sus cursos y el joven escritor no cabía dentro de sí por la felicidad ya que eso significaba más tiempo disponible para disfrutarla en su cama. Un viernes en la noche que Amelia estaba disfrutando junto a Orlando -debido a que Renata se había llevado a su madre por el fin de semana-, el agente literario del joven escritor se apareció en su puerta, entrando con una alegría contagiosa.
—¡Eres un genio! —exclamaba el agente abrazando a Orlando—. ¡Tu mejor obra hasta ahora!
—Alexander —dijo Orlando confundido por la euforia del recién llegado—. Te presento a mi novia, Amelia.
—Tú, tú, tú —replicó el agente señalando a la chica con una sonrisa para luego plantarle sendos besos en cada mejilla—. ¡Tú eres la responsable! ¡Tú eres la musa!
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Vecinos (COMPLETO)
RomansaÉl era escritor, ella estudiante. Él estaba fascinado con ella, ella se negaba a ser herida de nuevo por un hombre. Él quería conquistarla, ella se negaba a ser conquistada... ¿podrá Orlando ganarse la confianza de Amelia? Quizás el destino los quis...