Capítulo IX

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Orlando se despertó al día siguiente con un mal sabor de boca, todavía no entendía qué había ocurrido. Todo fue tan bien la noche anterior, rieron, conversaron como nunca, fue la mejor velada de todas, y sin embargo, sentía absurdamente como si el amor de su vida hubiera terminado una relación con él.

—¡¿Qué te pasa?! —se dijo indignado con él mismo—. ¿Ahora te convertiste en un idiota? Deja de lamentarte y piensa cómo la vas a conquistar.

Le daría el día para extrañarlo tanto como él ya la estaba extrañando, pero, ¿qué pasaba si Amelia no pensaba en él? Quizás había confundido todo y ella no lo encontraba atractivo, o quizás sus malas experiencias le negaban la posibilidad de estar con él.

Recordó que ella estaba rota por dentro, y que reunir esos pedazos y pegarlos de nuevo iba a tomar mucho más tiempo que unas pocas cenas juntos.

Esperaría un poco, esperanzado con que su teléfono iba a recibir un mensaje de ella, o que su puerta iba a ser tocada por esas gloriosas manos para llamarlo.

Al final del día escuchó las voces de tres mujeres en el corredor: Amelia, Renata y la señora Romano estaban llegando del hospital, se contuvo de abrir la puerta para ofrecer su ayuda a cualquier cosa que necesitaran, pero Amelia había sido contundente la noche anterior, forzar su presencia podía provocar más rechazo de su parte.

Se encerró en su habitación con su laptop, pero intentar escribir fue imposible, no podía concentrarse, entonces buscó una botella de brandy que tenía guardada y comenzó a beber, puso algo de música para entretenerse, pero no pudo dejar de pensar en ella, el alcohol le haría olvidar esa noche, y por un rato, el alcohol lo hizo sentir un poco mejor.

Adormeció sus sentidos, pero no tanto como hubiera querido, porque de pronto las melodías provenientes de los parlantes para acompañar su borrachera estaban vinculadas con el rechazo y los corazones rotos. No las escogió conscientemente, sus dedos presionaban el mando a distancia como si tuvieran vida propia.

Las canciones le recordaron su soledad lo que ocasionaron que lamentara aún más el muro que Amelia había erigido entre ellos. Pensamientos calamitosos comenzaron a tomar posesión de su mente haciéndole creer que moriría solo, que nunca encontraría a alguien a quien amar y que lo amara de vuelta.

Sí, estaba siendo dramático, quizás la sensibilidad que le permitía ser escritor y conectar con tantas personas le estaban haciendo pensar cosas innecesarias, pero no podía evitarlo.

Su vaso cada vez comenzó a vaciarse más rápido, lo que, consecuentemente, hacía que se llenara más rápido también. Necesitaba enmudecer su cabeza, dejar de pensar e imaginar escenarios negativos.

Pero no era fácil, Amelia estaba tan cerca y tan lejos al mismo tiempo que iba a perder la cabeza, no podía guardar lo que sentía en un cajón, no podía evitar apreciarla y admirarla como lo hacía. No quería deprimirse aunque ya era tarde para eso. La botella había perdido más de la mitad de su contenido y la música cada vez era más triste.

Eso solo provocó que se deshiciera del vaso y bebiera directamente del recipiente de brandy.

—Se acabó, no pensarémás —balbuceó entumeciendo por completo sus sentidos hasta perder elconocimiento.

Vecinos (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora