Capítulo III

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El sol salió y Orlando se sintió orgulloso al contemplar la pantalla de su laptop, había escrito más de cuarenta páginas esa noche. Sus historias no tenían ni una pizca de erotismo o romance, pero su velada con Amelia le había dado una vitalidad y fuerzas que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Esa mujer se había convertido en su musa aquella noche y no podía esperar para verla de nuevo.

Escuchó la puerta del apartamento de enfrente abrirse y se apresuró a colocarse un abrigo para salir a su encuentro, pero se frenó al oírla bajar precipitadamente por la escalera. Si Amelia decidió bajar seis pisos sin usar el ascensor era porque no quería encontrarse con él, así que no quiso presionarla. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué huía de él?

No debía tomárselo personal, Amelia era una persona retraída y él no podía pretender que luego de una sola conversación ella le ofreciera su amistad incondicional y confianza. Se recordó una vez más que debía ser paciente y el recuerdo de conversaciones con su abuela asaltaron su mente.

Su nana le dijo en varias ocasiones que tenía una mente intranquila, que la lectura y su imaginación al inventar historias lo ayudarían a aprovecharla, y que en algún momento, solo el amor la aliviaría. Como adulto consideró que su abuela, soñadora como era, estaba exagerando, pero con el tiempo, sobre todo por la melancolía causada por su ausencia, llegó a pensar que podía tener algo de razón porque se cansó de saltar de una mujer a otra y ahora deseaba a alguien a quien llamar de él. No como una pertenencia, obviamente, sino como un amor que valorar.

Siendo adolescente fue un más enamoradizo que en el presente que estaba viviendo, las palabras de su abuela eran su religión y en su inmadurez intentó a buscar el amor en cada chica que sus hormonas le señalaban.

En ese momento su nana le dio la mejor lección de todas: no se puede apresurar el amor.

Aquel consejo no lo aprendió de la noche a la mañana. Tuvo que lidiar con varias decepciones hasta descubrir que debía esperar porque, el amor, el verdadero, el que valía la pena, no era fácil de conseguir. Era algo que se debía trabajar, había que dar y recibir y confiar en que la experiencia le indicaría el momento y la persona indicada.

Mientras crecía descubrió por sí mismo que no estaba dispuesto a soportar dolores de cabeza, que no andaría desesperado esperando que alguien le diera eso que su abuela aseguraba le daría paz y felicidad, y que no se mantendría aferrado perdiendo la cabeza por algo que ni siquiera estaba seguro de que iba a conseguir.

Dejó de hacerse preguntas sobre cuánto tiempo debía esperar para encontrarla, si su corazón se secaría antes de enamorarse, si debía preocuparse de quedarse solo. Dejó de desear estar con alguien a quien llamar suya y simplemente, sin realmente planificarlo, sus relaciones terminaron siendo encuentros casuales de una noche.

Pero entonces conoció a Amelia. Todavía recordaba lo que sintió la primera vez que la vio y podía ser descrito como el flechazo de cupido. Aquello que crecía dentro de él era incontrolable, él realmente no lo estaba buscando, pero ahí estaba, y las palabras de su abuela resonaban en su mente de nuevo.

Así que sí, si el ser querido más importante de su vida le decía que no podía apresurar el amor, no lo haría.

Claro, no podía asegurar que si Amelia le correspondía en algún momento se enamorarían, pero si de algo estaba seguro, es que jamás ninguna mujer lo había sacudido como ella.

Vecinos (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora