Capítulo IV

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A las siete de la noche Orlando ordenó comida hindú y encendió el horno a una baja temperatura. Cuando llegaron los alimentos, los mudó a recipientes resistentes al calor y los metió en la estufa para mantenerlos tibios. Tenía toda la intención de volver a invitar a Amelia y no quería que comiera recalentado de microondas.

Entonces agarró una silla y se sentó a leer cerca de su puerta para escuchar cuando llegara su vecina. El tiempo pasó muy lento por lo que decidió abrir una botella de vino y tomarse una copa para relajarse. Había bebido un par de sorbos cuando la escuchó en el corredor así que se apresuró a llevar a cabo su plan, tomó una bolsa de basura y salió con la intención de arrojarla por el bajante aparentando que se la encontraba casualmente.

—¿Cómo estás, Amelia? Buenas noches —saludó con su practicado saludo «casual».

—Buenas noches, Orlando —saludó la chica con voz que demostraba que se encontraba cansada.

Orlando se percató de que no llevaba comida en sus manos, bendijo su suerte ya que se veía demasiado agotada para prepararse algo de comer y él tenía de sobra.

—¿Me acompañas a cenar? —preguntó Orlando relajadamente—. Ordené demasiada comida, y como llegó un poco fría, la metí toda en el horno. Está lista para servir.

—No quisiera molestar, y la verdad, estoy demasiado cansada. Necesito dormir —replicó Amelia con una apagada sonrisa.

—¿No te parece que debes cuidarte y comer? Sé que no me corresponde decirte lo que debes o no debes hacer, pero la alimentación es algo muy importante y no le servirás de nada a la señora Romano si te enfermas tú también.

Amelia no pudo contradecir su lógica, la enfermedad de la señora Romano coincidió con un periodo de evaluaciones y no se estaba alimentando bien. Su estómago rugió por el hambre y la idea de prepararse algo de comer la hizo sentir aún más agotada. Adicionalmente, no podía negar que le agradaba la compañía de su vecino. Aunque temía caer en alguna tentación que la hiciera arrepentirse, esa noche, confiaría en que no ocurriría nada de lo que pudiera lamentar más adelante.

—Ok —aceptó. Luego agregó abriendo su puerta—: déjame guardar mis cosas.

—¿Ok? —preguntó Orlando sorprendido de haberla convencido tan rápido.

—Sí —confirmó Amelia cerrando la puerta tras ella luego de haber soltado sus cosas dentro su residencia.

Los deliciosos aromas de la comida la hicieron suspirar.

—Huele muy bien —dijo la chica extasiada. La idea de comer algo sabroso y caliente, hizo que sus fuerzas se renovaran un poco.

—Este restaurant es muy conocido, su comida es excelente —replicó Orlando agarrando su copa de camino a la cocina, entonces agregó—. Estoy tomando vino blanco, ¿te provoca un poco?

—No, gracias —negó Amelia tratando de no sonar contundente. No era una bebedora frecuente por lo que no quería que su cansancio, en combinación con el alcohol, la volviera vulnerable ante aquel hombre tan interesante. Se mantuvo de pie en medio de la sala de estar indecisa sobre si debía sentarse, ayudarlo a servir o quedarse donde estaba. Las piernas le temblaron un poco, estaba demasiado fatigada.

—Puedes sentarte en el sofá o en la mesa mientras tanto, estaremos listos para comer en un santiamén —gritó Orlando desde la cocina.

—¿Necesitas ayuda? —ofreció ella obligándose a acercarse hasta donde estaba él, era lo menos que podía hacer. Lo encontró moviéndose rápidamente sacando los alimentos del horno.

—No hace falta, tú relájate.

Ella no hizo caso y se acercó aún más para buscar los platos y cubiertos. Él no la escuchó aproximarse, y al voltearse, se encontraron muy cerca uno al otro, los aromas de la comida se mezclaron con el dulce aroma del perfume de Amelia. Orlando tuvo que contener las ganas de acercar su nariz a su piel para olerla mejor.

Vecinos (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora