Capítulo XII

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Orlando estuvo desganado todo el día, no salió a correr ni al gimnasio, prácticamente no comió y se mantuvo como un zombi frente al televisor sin prestarle atención a ningún programa. Intentó llamar a Amelia un par de veces, pero la chica mantuvo su celular apagado. No quiso enviarle ningún mensaje, no encontraba palabras, no sabía qué decir.

Había caído la noche cuando decidió salir a tomar un poco de aire fresco y tal vez comprarse algo de cenar. Al abrir la puerta de su apartamento se sorprendió al conseguir una gran cantidad de paquetes y bolsas sobre el tapete de su entrada. Había un papel encima y lo tomó para leerlo.

Orlando:

Quería agradecerte todo lo que has hecho por mí estos últimos días. Me fue muy bien en el examen, mañana sabré la calificación, pero estoy segura de que será satisfactoria. Sé que deseabas comida casera por lo que espero que aceptes lo que preparé para ti. Los envases con la marca azul son para refrigerar, los de la marca roja para congelar. Toda la comida es fácil de recalentar en el horno. También te quería agradecer por los libros que me prestaste, no me harán falta aunque aprecio tu intención.

De nuevo, muchas gracias por todo,

Amelia.

El joven escritor leyó un par de veces aquellas palabras, por curiosidad levantó la tapa de uno de los empaques más grandes que no llevaban ni la marca azul ni la roja, contenía unas suaves galletas. El otro de similar tamaño, una torta de chocolate, SU torta de chocolate.

Primero sonrió, pero luego se indignó, no quería nada de aquello, la quería a ella. Era todo o nada. Se dispuso a dirigirse a tocar su puerta con una ira contenida, pero se detuvo a medio camino. No podía dejarse llevar por aquella reacción, se atraía más moscas con miel que con vinagre, era mejor aceptar su ofrenda y agradecérselo en persona.

Continuó caminando lentamente, y al llegar al apartamento de la señora Romano, apoyó su oído en la puerta inseguro de qué decir cuando la tuviera frente a él, entonces escuchó la voz de Amelia a lo lejos:

—Sí señora Antonella, la comida esta lista, estoy sirviéndola.

Un murmullo aún más lejano replicó, y la voz de Amelia volvió a llegar a sus oídos.

—Voy en camino, voy en camino.

Orlando supo que no podía interrumpirla en ese momento, estaba atendiendo a la señora Romano, estaba trabajando y él no podía importunarla, sería contraproducente.

Regresó a su apartamento y guardó todos los platillos según sus indicaciones, a excepción de una lasaña que metió en el horno. Se comió un par de galletas mientras esperaba que la comida se calentara sintiendo como su paladar era acariciado por los sabores creados por las talentosas manos de Amelia.

Entonces tomó su móvil y la llamó. El teléfono de la chica seguía apagado. Maldijo para sus adentros, quería verla, quería volverla a besar, quería acariciarla, recorrer sus manos por todo su cuerpo, llenarla de placer y de éxtasis.

Quizás estaba forzando una situación que no estaba destinada a suceder, no debería ser tan complicado intentar iniciar una relación con alguien, debería fluir como el agua de una cascada cuyo inevitable curso lo llevaría al fondo de una poza, pero su interacción con Amelia se sentía como el recorrido de una balsa de rafting en un río de aguas bravas indomables: algo complicado y que requería mucho trabajo.

Basta, pensó, déjala ir.

Para garantizar que cumpliría con su determinación, eliminó el número de teléfono de Amelia en su móvil y guardó los libros en una esquina recóndita de su apartamento. Pensó en botar la comida, pero eso sería un pecado. Se deleitaría con esos alimentos recordando aquella ilusión de algo que no pudo ser.

Vecinos (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora