Orlando se despertó con una resaca terrible, se levantó apesadumbrado pensando en una buena taza de café y un desayuno caliente. Era cerca de las doce del mediodía y conocía un lugar donde servían desayuno hasta entrada la tarde. Esperando el ascensor escuchó la voz de Amelia en el interior de su residencia:
—Por supuesto señora Antonella, ¿no lo recuerda?
La señora Romano tuvo que haber replicado algo gracioso porque la risa de Amelia inundó el corredor. Orlando gruñó malhumorado, su cabeza palpitó en protesta, aquella resaca no iba a colaborar con su estado de ánimo.
Comió con desgano y regresó más malhumorado que antes, dormiría todo el día, regresaría a su rutina de permanecer en vela toda la noche para escribir y guardaría el recuerdo de Amelia en algún baúl de su mente hasta que decidiera qué iba a hacer, si la olvidaba o seguía intentando.
Eran como las nueve de la noche cuando despertó de nuevo, había un fondo musical que se colaba por el balcón de su apartamento, la inconfundible voz de Frank Sinatra solo podía significar que los señores Santos estaban teniendo una de sus noches de citas. Normalmente la idea lo hacía sonreír, pero esa noche no estaba de humor.
Se levantó con mucha sed, se bebió un vaso de agua y cuando iba por el segundo, se asomó por su balcón. La vista le permitía ver la terraza de los Santos, estaban haciendo la sobremesa, el señor Santos se inclinó hacia su esposa para decirle algo al oído, ésta respondió con una carcajada.
Pensó en Amelia y en cómo disfrutaría lo que estaba viendo.
—¡Al demonio! ¿Qué importa un rechazo más? —gruñó para sí mismo.
Buscó su celular y comenzó a escribirle un mensaje a su vecina:
¿Estás despierta?
Amelia se sobresaltó al sentir la vibración de su móvil, sin ver su pantalla supo que no podía ser otra persona sino Orlando. Lo había extrañado demasiado, demasiado para ser una persona que acababa de conocer. Soltó el libro que estaba leyendo, un libro de él. Había pasado casi todo el día leyéndolo y le faltaba poco para terminarlo, eso no la había ayudado a pensar menos en su vecino, tenía un talento increíble, era gracioso, ingenioso, inteligente, no cabía duda de que su éxito era bien merecido.
¿Estás despierta?, leyó.
Había decidido no contestarle si le escribía, pero las manos le picaban, quería responderle, ¿y si le había pasado algo? Apenas eran las nueve de la noche, no responderle sería enviarle una clara señal de rechazo. No pudo contenerse, sus dedos temblorosos respondieron:
Sí, ¿estás bien?
Orlando sonrío al ver la respuesta, quiso responderle que no, que no estaba bien, que la extrañaba, sin embargo se controló y en cambio respondió:
Estoy bien, ¿puedes venir un momento? Quisiera mostrarte algo.
El corazón de Amelia saltó con la nueva vibración de su celular, leyó varias veces el mensaje, quería ir, lo deseaba con locura. ¿Qué quería mostrarle?, ¿sería una treta de seducción?, ¿y si no lo era?, ¿y si se había hecho daño y necesitaba que ella mirara alguna herida para ayudarlo?
Saltó de la cama y se apresuró a supervisar el estado de la señora Romano, el tratamiento que le habían indicado los médicos incluía una píldora que la haría dormir toda la noche, normalmente la anciana se despertaba un par de veces, pero esa noche no lo haría.
Salió de su apartamento con las llaves en la mano preocupada ante la idea de que Orlando estuviera herido de alguna manera. Antes de tocar la puerta se percató de que estaba descalza y de que no llevaba encima sino una franela grande y vieja de su padre que le llegaba casi a las rodillas, y que además no vestía ropa interior tal y como estaba acostumbrada a dormir. Se estaba girando para devolverse a su habitación a cambiarse cuando el joven escritor abrió la puerta a sus espaldas.

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Vecinos (COMPLETO)
RomanceÉl era escritor, ella estudiante. Él estaba fascinado con ella, ella se negaba a ser herida de nuevo por un hombre. Él quería conquistarla, ella se negaba a ser conquistada... ¿podrá Orlando ganarse la confianza de Amelia? Quizás el destino los quis...