Capítulo VIII

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Amelia estaba estudiando cuando escuchó que le tocaban la puerta, no se esperaba que Orlando llegara tan temprano en la tarde, la verdad es que había concentrado toda su atención en no pensar en la velada por venir. Le sorprendió aún más ver que no era él sino un adolescente con una gran cantidad de bolsas con mucho más de lo que ella había recomendado comprar. Agradeció al entregador buscando su cartera para darle una propina, pero el chico se despidió informándole que todo estaba cubierto.

Revisó el contenido de todos los paquetes en las encimeras de la cocina. Era demasiado, había lo suficiente como para cocinar para veinte personas. Sonrió y se angustió al mismo tiempo, sin embargo ya no había vuelta atrás.

Resopló un poco preocupada al dudar de sí misma, no sabía si iba a poder cumplir con las expectativas de Orlando, quien probablemente estaba esperando una cena extraordinaria. Sacudió su cuerpo y se recordó que, si era buena en algo, eso era la cocina. Guardó todos los implementos de estudio y preparó la mesa cuidadosamente, se duchó, se puso un vestido casual que sabía que realzaba sus piernas y protestó ante el reflejo del espejo; no podía evitar querer sentirse atractiva para él, sobre todo al tener pensado terminar sus veladas esa misma noche.

Finalmente se recogió el cabello, se puso el delantal y emprendió la faena de preparar la mejor cena que hubiera hecho en toda su vida.

Cuando Orlando regresó del gimnasio ya estaba cayendo la noche, los deliciosos aromas llenaban el corredor y le provocó correr hacia el origen de aquellos olores pecaminosos, pero se contuvo y se dirigió a su apartamento para ducharse. Esta vez decidió vestir unos vaqueros, y se colocó una camiseta vieja que apreciaba mucho, se la había regalado su abuela.

Cuando estuvo listo revisó que los vinos que había colocado en el refrigerador estuvieran bien fríos, entonces le escribió un mensaje a Amelia:

Buenas noches, vecina. ¿Ya puedo ir? Me pongo a la orden para lo que necesites.

Amelia estaba muy ocupada en la cocina, por lo que le tomó casi veinte minutos darse cuenta de que le había llegado un mensaje de Orlando, entonces respondió:

Puedes venir cuando quieras, pero todavía falta para que todo esté listo.

Orlando agarró dos botellas de vino de las cuatro que tenía frías y luego escogió un bolso para meter todos los libros que había comprado. Eran más de veinte.

Tocó la puerta y escuchó su música favorita, la voz de Amelia diciendo:

—Está abierto.

El joven escritor giró el picaporte, su corazón latiendo a millón. Lo primero que vio al entrar a la cocina fue las hermosas piernas de Amelia, eran delgadas y bien formadas, sexys, provocativas. La chica se giró para atrapar la dirección de su mirada, se ruborizó sintiéndose satisfecha y avergonzada al mismo tiempo. Orlando se repuso rápidamente, pero su deseo no fue aplacado cuando se fijó en las pequeñas gotas de sudor en el rostro y pecho de la chica, se imaginó que así la haría sudar en la cama.

—¡Huele delicioso! —exclamó Orlando colocando los libros en una encimera. A diferencia del día anterior, Amelia había colocado en una esquina del piso de la cocina una cantidad de bolsas con comestibles, de resto, todo estaba perfectamente limpio y ordenado a pesar del gran esfuerzo culinario que se respiraba en el ambiente—. Te traje unos libros que pienso pueden ayudarte.

—Muchas gracias —dijo Amelia dirigiendo su mirada a aquel abultado bolso, luego señaló las bolsas del suelo agregando—: Compraste demasiadas cosas, no voy a utilizar nada de eso.

—Pues no tendrás otra opción que quedártelo, pues yo no cocino y en mi casa se echaría a perder.

Amelia resopló. Supo que lo había hecho a propósito y no podía permitir que toda aquella comida se perdiera habiendo tantas personas en el mundo pasando hambre. De pronto se dio cuenta que lo más correcto era ofrecerle más cenas, pero se negó a hacerlo, iba a mantenerse firme, esas veladas terminarían esa noche, por lo que mintió:

Vecinos (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora