Capítulo XIII

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Al día siguiente Amelia caminaba por los corredores de la edificación donde tomaba sus clases con una sonrisa en el rostro. Había recibido el resultado de su examen el cual aprobó con la máxima calificación. Respiró hondamente cuando salió al aire libre y los rayos del sol acariciaron su rostro. Iba a continuar su recorrido cuando escuchó hablar a unas chicas que caminaban en dirección contraria.

—¿Estás segura de que era Orlando Olsen? —preguntó una de ellas.

—Segurísima.

Amelia dejó de respirar por un momento y se giró para seguirlas, mantuvo una distancia apropiada para escucharlas sin que se dieran cuenta.

—¿Qué hacía aquí? —curioseó otra.

—No sé, pero lo vi salir de la oficina de administración.

—¿Crees que tenga pensando estudiar aquí? —preguntó la primera que habló.

—¿Te imaginas? Me podría morir, es tan hermoso, tan sexy...

Amelia no escuchó más, cambió su rumbo para apresurarse a ir a la oficina mencionada. La única explicación posible para la presencia de Orlando ahí era que hubiera ido a abonar dinero para su matrícula. La ira comenzó a dominar sus sentidos, no podía creer que se hubiera atrevido.

***

Una hora después transitaba las calzadas de la ciudad en dirección a su hogar. Perdió el autobús público dos veces debido a su distracción, por lo que decidió deambular por las calles para tomar aire y pensar.

Orlando no había aportado ningún dinero a su nombre, entonces, ¿por qué había ido para allá? Era posible que quisiera tomar algunas clases, pero en sus conversaciones él no había mostrado ningún interés por estudiar, eso quería decir que, si se inscribía en algún curso era para estar cerca de ella. Ningún hombre se tomaría esa molestia a menos de que su interés fuera verdadero, de que sus intenciones fueran más profundas que simplemente llevarla a la cama.

¿Se había equivocado? ¿Estaba malinterpretando toda la situación?

La honestidad es la mejor herramienta de comunicación. Aquellas palabras pronunciadas por Orlando retumbaron en su mente. Iría a verlo, iría a hablar con él, sería honesta, le confesaría sus temores. Él era un caballero y ella le pediría sinceridad como respuesta a sus palabras; tenía que saberlo, tenía que saber qué quería de ella realmente.

¿Y si él le decía que deseaba más de ella que una noche de sexo? Se arrojaría a sus brazos, lo sabía cómo que se llamaba Amelia Anderson.

Entró a su residencia temblando, lo que iba a hacer iba en contra de todo lo que se había prometido luego de que su relación con Isaac terminara, luego de que Laura la traicionara, luego de que se hubiera quedado en la calle sin nada.

Saludó a la enfermera y a la señora Romano explicándoles que saldría de nuevo, le preguntó a la cuidadora si no le importaba quedarse un poco más de tiempo aquella noche ya que era posible que se tardara en regresar, aunque prometió que no sería muy tarde.

No podía creer la dirección de sus pensamientos, tenía la esperanza de que Orlando acallara sus temores y manifestara intenciones puras, que compartieran horas y horas de besos y placer.

Cerró la puerta de su habitación pasando el pestillo, algo que nunca hacía. Después cogió la silla de su escritorio para pararse sobre ella y buscar algo en el estante más alto de su armario: un regalo que le había dado Catalina antes de casarse. En esa ocasión le había dicho que su madre se había excedido en su ajuar por lo que le regaló unas cajas similares a ella y a todas las damas de honor de su boda.

El empaque de franjas blancas y rosas estaba cubierto de polvo, la sedosa cinta negra mantenía su hermoso lazo. Lo abrió para encontrarse con un seductor conjunto de ropa interior negro como la noche, sexy como Orlando.

Sus manos temblaron al colocarlo sobre la cama, luego sacó los zapatos de tacón alto que había comprado para el magno evento de Catalina. Recordó que le habían costado una buena porción de su sueldo y que creyó que no los utilizaría más nunca. Se estaba comportando como una atrevida, pero si esa tarde iba a terminar en los momentos apasionados que fantaseaba, era mejor que estuviera los más apetecible posible.

Se dio una larga ducha, se rasuró por completo, sintió unas palpitaciones en la piel sensible de su entrepierna cuando la acarició con la filosa hojilla, gimió al imaginarse a los dedos de Orlando tocando aquel lugar.

Lentamente, con pulso tembloroso, esparció su loción favorita en todo el cuerpo y se aplicó una pequeña capa de maquillaje en su rostro, nada exagerado, solo lo suficiente para acentuar sus rasgos de la manera más natural posible.

Finalmente se puso aquellas delicadas prendas negras. Las bragas eran un poco más pequeñas de lo que ella estaba acostumbrada, pero se dijo a sí misma que si todo salía bien, su cuerpo se lo agradecería más tarde.

Pasó un largo rato en frente de su armario decidiendo que ponerse, cuando sus ojos recayeron en aquella gabardina roja que usaba con tan poca frecuencia. Eso era lo que iba a vestir, nada más: ropa interior y la gabardina. Se ruborizó al pensar que quizás se estaba excediendo, pero en caso de que Orlando le confirmara que tenía un interés por ella más allá del sexo, él se merecía aquel atuendo.

La gabardina le llegaba un poco más arriba de las rodillas así que podía parecer que llevaba un vestido corto por debajo. Entonces se calzó los zapatos y contempló su reflejo en el espejo. Estaba lista, solo faltaba retocar el brillo de sus labios y rociarse perfume. Solo un poco, la cantidad exacta como para que solo fuera olido si la nariz del joven escritor acariciaba su piel. Amelia se erizó ante esa idea.

No se pudo mover, se encontró temblando y sentada sobre su cama.

Hazlo, se repetía, no seas cobarde.

Miró el reloj y descubrió que eran las tres de la tarde. No había almorzado, pero no tenía hambre, la idea de comer le revolvió el estómago. Estaba muy delgada, quizás Orlando la encontraría repulsiva, quizás verla con tan poca ropa no lo incitaría como ella pensaba.

¡Basta de excusas!, gritó para sus adentros.

Sus nudillos tocaronla puerta de Orlando tímidamente, muy en el fondo deseó que no la escuchara asíella podría justificar que el encuentro no se dio porque él no había abierto lapuerta. Sería su culpa.

Vecinos (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora