Capítulo 8: Antiguo

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''No luches en la batalla si no ganas nada con la victoria''

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Me quedé observando como mi madre hablaba con aquel general. Había una ligera brisa que movía el blanco peplo que llevaba puesto sujeto por dos broches de oro en forma de flores. La flor que marcaba a mi familia, la que nos hizo ricos y conocidos y por la que ya había ciertas tensiones. Estaba negociando mi matrimonio con el hijo de aquel general. Un matrimonio que protegería a mi familia de la o las guerras que estaban por venir. Mientras tanto yo estaba intentando poner cara de interés durante el discurso sobre la gran historia de Ares de mi profesor. Que ironía. Podía reconocer que era un privilegio que a mi me instruyeron en algo más que solo el hogar y lo básico para llevar las cuentas para no arruinar a mi familia. Posiblemente nunca me dejasen oficialmente tener un trabajo propio aunque con la influencia de mi familia extraoficialmente podría montarme alguna labor para no depender tanto de mi futuro marido. Pero todo eso no era algo que me importase en ese momento, lo único que tenía en mente era el matrimonio. Me sentía aterrada, el sentirme manoseada por un extraño me llenaba de asco. ¡Ni siquiera conocía al desafortunado! Mi madre me dijo mil y una veces que tenía que sacrificarme por el bien de todos, no solo el de mi familia si no también el de la gente común, incluso los soldados. Si el matrimonio no se llevaba a cabo habría una rebelión. Nuestros campos eran demasiado valiosos como para ignorarlos, aquella flor amarilla era algo que ya había alcanzado la importancia del oro y la estaba incluso superando. Entendía que el negocio familiar era importante pero me intrigaba saber el por que de tanta importancia por algo que crecía ahí. ¿Acaso no se podía cultivar por otros? ¿Nunca tendríamos competencia? ¿Qué valor tenía aquello? ¿Que propiedades? Pero mi madre era una mujer sabia y me prometio que contestaría a todas y cada una de las preguntas, incluso me desvelaría los misterios de la planta, solo si aquel estúpido matrimonio se hacía oficial.

Para peor pronóstico de todo aquello no podría ver su cara hasta el momento final. Aunque por lo menos tenía un nombre y no tardaría en buscarle. Amyntas. Supe su nombre al afinar mi oído en uno de esos encuentros de negocio matrimonial como el de hoy. Esa vez fue mi padre el que habló con el general y embriagados de vino no controlaron su tono de voz. Mi madre sin embargo era toda una estratega cuando mi padre no estaba. Apenas se podía escuchar un susurro cuando trataba temas importantes.

- Calanthe, muchacha, estas muy distraída hoy, no haces más que mirar al infinito y asentir- escuche a mi profesor hablar.
- No.. yo..
- Confía en tu madre, sabe bien lo que hace - habló el sabio como si me pudiera leer el pensamiento.

Asentí, no tenía mucho más que decirle. El hombre por lo menos tenía compasión y me dejó marchar. En un rato tenía clase de lira pero sinceramente podía saltarme aquello sin ningún rencor. Era el momento. Tenía que buscar al tan Amyntas. ¿Qué haría un joven e hijo de un general? Pues obviamente entrenar. Me puse un velo para pasar más desapercibida.

Estaba a punto de llegar a la palestra. No podía entrar como tal y menos aún siendo una mujer y no un tío. No tenía los atributos de hombre como para tener la libertad de pasar por aquellas puertas, lo que sí tenía era cierto grado de agilidad e incluso imaginación. Tenía que ser observadora y elegir al menos ilustre de los que fueran a pasar al lugar. Le ofrecería dinero por tirarme una cuerda desde lo alto de los muros y con ello al menos conseguiría ver desde las alturas lo que pasaba dentro del recinto. Obviamente la suma de dinero tendría que ser considerable y como era un plan que ya había pensado desde hace tiempo tenía todo el material reunido.

Cuando llegué al lugar todo mi arcaico plan resultó ser destrozado por una nueva y grandiosa idea que tuve. En uno de los muros se encontraba una enredadera creciente, bastante frondosa como para intentar escalar. Mucho mejor que sobornar a alguien para que de a saber que manera tirara una cuerda por encima y sin ser visto, para yo poder escalar aquello. Menos mal que existía esa enredadera ahí. Comprobé que no había nadie en los alrededores y me agarré bien a la planta. En medio de la faena por poco me mato pero reuní el coraje que me quedaba. Llegados a ese punto tenía que seguir y terminar la primera parte del plan. Una vez arriba y tras tomarme un tiempo de descanso razonable intenté permanecer medio oculta tirada sobre las tejas abrasadas por el sol para observar qué sucedía en el lugar. Con suerte podría escuchar el nombre de Amyntas en alguna parte, de alguien animando o riñendole. Si no tendría que esperar lo suficiente para que alguien le nombrara. Cuando me asomé lo suficiente pude ver lo que antes no había visto en vivo y en directo. Una cosa era observar ilustraciones en jarrones o escuchar historias sobre ello y otra muy distinta verlo en vivo. Había bastantes hombres unos cubiertos de túnicas y otros sin rastro alguno de tela. Me habían instruido en anatomía del cuerpo humano pero no había visto aquello aun. Me resultó curioso y hasta en parte gracioso ver a esos hombres pelear sin ropa, rotundamente tenía su mérito y valentía ya que no tenias ni la fina tela para protegerte de una caída y menos aún una armadura. Todo ello se notaba en los raspones y heridas de muchos de los muchachos.

Tras un rato y en medio de todo el caos pude identificar el nombre que buscaba. Se había formado un corrillo alrededor donde dos personas en medio luchaban con rabia mientras otros animaban. Al menos sabía que uno de los que estaban ahí era el tal Amyntas, sabría cual sería una vez concluida la lucha. Ambos contrincantes tenían la pericia suficiente para tumbar al otro así que la lucha se intensificó y alargó pero una vez hecho un agarre de uno de ellos por el costado del otro y haberse abalanzado sobre él la lucha acabó. El ganador fue elogiado y su nombre vitoreado. No se trataba de Amyntas, por lo visto mi futuro marido era el que estaba en el suelo con la espalda llena de raspones y el pelo de tierra. Desde el suelo jadeante miró hacia el cielo y de ahí sus ojos se fueron hacia los tejados. No pudo haber elegido peor sitio donde desviarse que a mi zona de espionaje. Maldije e intenté ocultarme pero el lugar era inestable y me deslicé cabeza abajo a la zona de lucha. Mi vida pasó ante mis ojos. Me veía yacida ahí así que asimilando mi muerte relajé el cuerpo y cerré los ojos, un golpe seco pero no mortal paró la caída, cuando los abrí estaba en los brazos del perdedor. Todo el mundo estaba escandalizado y gritando. Había un coro de hombres rodeandonos y diciendo que había profanado el lugar con mi presencia. Me dejó en el suelo e intentó calmarlos. Lo único que se me ocurrió a mi fue enseñar la insignia de la casa a la que pertenecía, un broche parecido al que llevaba mi madre en su ropa, el broche de la flor de nuestra familia.

Cuando vi que los gritos cesaron y todos retrocedieron me calmé un poco. Incluso se me ocurrió agradecer al tal Amyntas que no hubiera sido tan indiferente de dejarme estrellar contra el suelo pero cuando le ví me puse roja como un rábano. Indudablemente poco misterio podría haber en la noche de bodas para mi. En ese momento tan incómodo noté que alguien me agarraba del brazo y tiraba de mí con fuerza.

- Te las tendrás que ver con el sabio - dijo aquel hombre de barbas blancas largas y una túnica impecable. Únicamente llevaba un anillo y un brazalete de oro como adornos.

Me desperté de inmediato, aquel sueño fue tan vívido como cuando toque la planta que me ofreció el hombre del puesto. Me sentía parte de todo eso, yo misma era la nombrada Calanthe. Soñar de normal y soñar como en ésta ocasión tenían un fino separador que no podía notarse pero yo lo notaba. Ésta vez me sentí parte de ello, como si lo hubiera vivido y el haber tocado la semilla fuera el detonante para revivirlo de nuevo. Todo resultó muy extraño, teletransportarme en el tiempo allí y volver a mi realidad aquí me dejaron con algo de nauseas. Cogí mi teléfono y revisé de nuevo mi realidad. Tenía ya encargados los billetes para el viaje a casa.

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FLORA: El legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora