Capítulo 17: Divagando

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Un tal Daniel Goleman dijo que
"Cuanto más abiertos estemos a nuestros propios sentimientos, mejor podremos leer los de los demás"

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Mi prima estaba flipando, pero no menos que yo, Leo en mi habitación y los invitados se quedaron callados, como si nada, como si esa revelación no les hiciera explotar las neuronas con sus dendritas. Un calor sofocante me hizo ruborizarme por un momento  Cuando les pregunté si era una broma me dijeron que no, que su familia mantenía una amistad especial con mi abuela. Me enseñaron fotos de su madre con mi abuela, de cuando ella acudió a alguna fiesta suya. Parecían gente adinerada y el vínculo parecía genuino pero la abuela nunca había mencionado nada de ellos. Todo era muy confuso.

- Y yo.. que.. q.. - me trababa al hablar, por lo visto mi cuerpo no quería colaborar.
- ¿Qué tienes que hacer? No lo tenemos del todo claro la verdad pero sí que antes de desaparecer se dejó una hoja sobre el tema. Igual si lo ves tú te suena más.

Me entregó una hoja de papel como la del libro de los cristales, la reconocí porque tenía un color distinto, más beige y menos blanco. Estaba arrancada, posiblemente si tuviera ese libro delante podría comprobarlo pero no era el caso. Salía dibujado un fragmento de cristal en unas manos y una inscripción.

El tiempo y el espacio son uno, si sabes manejar bien tu tiempo podrás manejar aun mejor el espacio en el que te encuentras. A veces el tiempo parece cristalizarse en un fragmento que dura toda una vida en tu mente, en otras te hace creer que se te escapa a través de su transparencia. Solo reflejando su brillo podrás entender la mecánica de su interior, poniendo a prueba su translucidez sabrás de lo resistente que es, de lo inusual de su existencia. Por otro lado la oscuridad es su mejor resguardo ante la absorción del mundo, ante mentes que lo podrían fragmentar. Poder reflejar vidas en minutos es algo inusual, una carga, un don, rozando llega a la maldición. Pero el tiempo seguirá existiendo allá donde nadie pueda oírlo, donde nadie pueda entrar para entenderlo. 

- Y bien flora ¿Has entendido algo? - habló la profesora con algo de preocupación - es como una metáfora pero no creemos que lo sea del todo. Hemos intentado leer entre líneas y lo único a lo que apunta es a..
- Cristales.. - terminé su frase y vi como se le iluminaba la mirada.
- Entonces lo has entendido, genial.. porque seguramente tu abuela..

Desconecte mi mente del exterior para centrarme en los mil pensamientos que tenía dentro. Cuando los reagrupé se me formó una ligera idea de comprobar si era verdad lo que decían los invitados. Cada frase de esa inscripción tenía una obvia conexión con la cueva, con el sonido de ese lugar, con el brillo. Estaba ansiosa por descubrirlo. Entonces recordé el malestar de Leo al entrar, es un viaje que me tocaría hacer en solitario.

- Creo que hay un lugar..
- Si.. - era el hombre encapuchado, me dijo su nombre pero lo olvidé.
- Que podría dar forma a lo que está aquí escrito.
- Interesante muchacha..
- Pero.. solo yo puedo entrar, si no acabareis bastante mal Leo es el clarísimo ejemplo.
- Estamos dispuestos a correr el riesgo - dijo la hermana.
- Por supuesto

Antes de irnos fui a echarle un vistazo a mi amigo que se encontraba postrado en esa cama. Estaba totalmente dormido, presa de su cansancio, con una respiración tranquila que hacía subir y bajar la manta que tenía encima. No quería vivir todo esto sin él pero dado su estado tampoco tenía otra elección, además sabía que volvería a verle en unas horas. Ni se daría cuenta de mi ausencia y tenía que reponer fuerzas. Me incliné un poco hacia él y un aroma de sudor y bosque que impregnaba su ropa me atrapó de inmediato. Lo respiré como si quisiera inmortalizarlo en mi mente y fui a darle un ligero beso en la frente, tan ligero que ni se inmutó. Tenía unas ganas inmensas de quedarme ahí también acurrucada a su lado, dejando el tiempo pasar descansando sin preocupaciones, volver a la rutina de siempre, pero no era el momento así que me alejé esperando que todo fuera bien, que no volviera a sufrir otra vez y que no tardara mucho en recuperarse de sus dolores sumido en ese placentero sueño.

Mi prima se quedaría allí cuidando esta vez también de Leo y nosotros tres fuimos de camino a la cueva. El viaje fue estresante ya que no tenía la protección de mi amigo. Cuando en mi mente sonó la palabra amigo noté un pequeño pinchazo en el corazón. No me había pasado hasta ese momento, hasta el momento de dejarle ahí e irme yo por mi cuenta con esta gente. Llevábamos años siendo amigos, compartiendo historias. Nuestras aventuras podrían redactarse en un libro o incluso un manual de supervivencia pero lo acontecido ahora, lo que empezó desde que me fui a la ciudad hizo que me replanteara algunas cosas. Ya no sabía si era yo la que imaginaba algo o de verdad estaba sucediendo entre los dos alguna cosa mística relacionada con el enamoramiento. Me daba hasta vergüenza pensarlo, pero no hacía más que chirriar en mi mente en los momentos de soledad, me gustaba pensarlo pero no me podía imaginar que por algún casual alguien notase algo, que mi cuerpo fuera capaz de vender ese secreto de mi mente. Por un lado mi prima estaba muy empalagosa con él y no paraba de intentar echarle el lazo en la mínima ocasión que se le presentase. Así que igual tardaría en perdonarme, es más una vez me dijo que si le daba vía libre para atacar a Leo y le dije que si. Por otro lado Leo nunca me había confesado nada explícito sobre el tema. Y yo no podía cargarme mi amistad con él por pensamientos que a saber si eran ciertos. Entonces el camino lo pasé divagando sobre el amor y lo que significaba para mi. Nunca antes había sentido conexiones más allá de que me gustase físicamente un chico y menos aún confesarlas al implicado. Se solían disolver con el tiempo. Pero aquí era distinto, había vínculo y no puedo decir que no hubiera atracción física. Tuve una época de embobamiento hacia él pero la acabé pasando, o acostumbrándome. Aún no estoy segura. Y la amistad era muy importante para mí. De todas formas tendría que esperar un poco antes de hacer nada. Y cuando llegué a esa conclusión ya estábamos dentro de la cueva.

La profesora empezaba a hablar menos en función de lo mucho que nos íbamos adentrando pero en general soportó bien la caminata, al igual que su hermano. Hubo varios momentos que tuvieron que parar pero se tomaron un mejunje color limón que no especificaron y siguieron el camino. El sonido lo notaba más intenso con cada paso, a diferencia de los otros dos que no lo oían. Al fin llegamos, ellos jadeantes, sudorosos y muy cansados y yo como una rosa. Incluso me sentía mejor.

Nos quedamos maravillados, a pesar del malestar ambos iban de un lado a otro observando los cristales, la luz que nos envolvía era fascinante, atrayente. Entonces la profesora se paró a verlos más de cerca y los demás la seguimos, no dijo nada, tan solo miraba a través de uno. Me puse a hacer lo mismo. Al principio no parecía haber nada pero conforme más lo observabas más nítida se volvía la imagen. Cada cristal tenía como una grabación tallada de una escena. Cada forma, unas más irregulares que otras tenían algo.

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FLORA: El legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora