Capítulo 23: Venenos

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Paracelso ya decía que "El veneno está en todo y ninguna cosa está exenta de veneno"

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Ahora que lo había leído todo sabía que el futuro que me deparaba no era el mejor de todos, la situación era difícil.  Aunque era algo escéptica con eso del destino, no podía estar predeterminado y punto, tenía que haber una oportunidad para cambiar las cosas. Aunque por ahora lo de mis sueños con Calanthe hubiera coincidido a la perfección sabía que podría provocar ese cambio, que tendría esa oportunidad. Lo primordial era ver a mi abuela y convencerla de que esto lo podríamos hacer juntas, seguro que ella lo entendería todo y acabaría poniendo de su parte.

- Hipócrates, por favor dime ¿Te han contado algo de mi abuela? ¿Te han dicho que.. - dudé si decir que venía de otra época así que opté por esperar su respuesta.
- Que.. qué - habló curioso.
- Pues que es una persona.. ya sabes.. un poco rarita.
- Si claro, seguro que es por tener el pelo asi, nunca supe cómo era posible que lo tuviera de dos colores.

Con eso ya sabia que él no tenía ni la más remota idea de nada. Al menos ya recolecté un dato más, bicolor. Algo que nunca antes había visto en ella, su época joven y rebelde la tenía marcada hasta en su estilo. Me puse muy nerviosa al tener que conocerla una vez más. Estando viva, siendo joven. Era algo inédito y la emoción invadía cada parte de mi ser. Había olvidado incluso lo que acababa de leer y de la emoción se me secó la garganta. Quería ir a por algo de agua con la ayuda de Hipócrates cuando como si fuera un acto divino apareció una mujer con el pelo que le llegaba al cuello y unos cuantos mechones interiores decolorados al blanco más puro, contrastaban con su castaño claro. Se quedó en shock. Yo también pero solo por un momento. Se me inundaron los ojos de lágrimas y sin pensarlo ni un segundo salí corriendo hacia ella, grité su nombre por ver si reaccionaba pero no dijo nada. Era el único ser querido que tenía ahí y ni se movió, la dureza de la situación me dejó perpleja. Cuando llegué no me atreví a abrazarla, me quedé parada en frente de ella y nos quedamos mirándonos la una a la otra. Sus ojos eran de un azul intenso muy enigmático. Tanto que me robó el aquí y ahora dejándome como en trance, tan solo pude balbucear en bajito.

- Abuela..

Entonces ella volvió de su shock y empezó como loca a decirme que éste no era mi lugar.

- ¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Por qué Panacea no me dijo nada?! ¡Hipócrates! ¡¿Dónde está Panacea?!

Me cogió del brazo y empezó a gritarme que tenía que desaparecer de ese sitio. Los intentos de Hipócrates de explicar que Panacea estaba dormida fueron en vano ya que ella solo estaba por la labor de sacarme del lugar hasta que Calanthe intervino.

- ¡¿Qué está pasando aquí?! ¡¿Cómo te atreves a tratar así a Panacea?!
- ¿Qué? ¿Quién? - preguntó ella muy confusa.

Hipócrates le echó coraje e intervino para calmar la situación, definitivamente tenía un don social. Fue una situación muy estúpida pero en cierto modo hasta cómica. Para que Calanthe no entrara en todo nuestro desastre temporal mi abuela tuvo que pedir disculpas, retirarse y entonces Hipócrates volvió a ponerle más tareas a la muchacha. Yo fui a por mi abuela para intentar hacerle entrar en razón y recordé todo lo que había leído. Hasta ahora los sucesos de los sueños se iban cumpliendo uno a uno igual que lo que había leído. Tenía que tener más cuidado, ser más prudente.

Nos volvimos a encontrar en el cuarto donde Panacea seguía dormida. Mi abuela le tomaba el pulso y me miró de refilón.

- ¿Has sido tú?
- Bueno.. digamos que todo fue un accidente. Tardará en despertar.
- ¿Has leído algo?
- Si.

FLORA: El legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora