Capítulo 19: El único

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< Uno, dos, tres... >

Comienzo a contar en mi mente para cogerle paciencia a este ser.

— Estás borracho —afirmo.

— ¿Estoy borracho? —Se cuestiona y hay unos segundos de silencio—. ¡Mierda! Creo que sí estoy borracho —suelta unas carcajadas—. No pude jugar al avioncito, me caigo —vuelve a reír.

< OMG. >

— Ok, Dylan, ¿dónde carajo estás?

— En tus sueños más húmedos, Bambi —Su respuesta hace que me de un tic en mi ojo izquierdo—, por lo menos ahí si te puedo hacer mía, el imbécil de tu novio piensa que lo amas —hipa—, pero yo sé la verdad.

— ¿Dónde estás? Y si me vuelves a repetir lo mismo juro que te cuelgo.

— En tu corazón —dice tras unos segundos de pensarlo y comienzo a exhasperarme.

— Voy a colgar —aviso.

— No seas así Bambi, te saldrán arrugas.

Colgué e inmediatamente volvió a llamar y respondí.

— Me colgaste —protesta como niño chiquito y no puedo evitar reír a pesar de que la frustración me siga.

— Enciende tu GPS —ordeno.

— Si mamá —suelta peresoso.

— No me digas así —protesto.

— ¿Por qué? —Se queja—. Bambi, Bambi, Bambi, mi Bambi Bonita —ríe bajito—. Dame teta y termíname de criar.

< Por Dios, espero no esté rodeado de gente. > Suplico.

Mis mejillas se encienden y suspiro cansada. Enciendo mi GPS y localizo el teléfono de Dylan.

— Deja de decir boludeces y no te muevas de ahí, en veinte minutos llego —No espero a que responda y salgo de casa.

Maldigo en mi mente cuando me doy cuenta de que Lian tiene mi auto.

Tomo una mascarilla y gorra. En unas calles más adelante tomo un taxi dándole la dirección. Veinte minutos después bajo cerca de donde debe encontrarse el pelinegro que está como una cuva y guiada por mi siempre útil teléfono doy con su paradero.

Entro al parque y noto que está vacío, a exepción del hombre sentado en un columpio meciéndose.

Me acerco a él y sujeto sus mejillas, buscando algún daño superficial y su rostro ahora es neutro. Sus mejillas están algo sonrojadas pero no hay heridas. Suspiro aliviada.

— ¿Por qué viniste? —cuestiona y por el como habló deduzco que la borrachera se le ha bajado dos rayitas.

— ¿Prefieres que te deje aquí con riesgo a que te violen y asalten? —Le cuestiono divertida—. Venga, de pie, vamos a casa.

— No quiero ir contigo, puedo caminar solo —golpea la mano que le extendía y se pone de pie, le veo trastabillar y me acerco sujetándolo.

A pesar de sus palabras se sujeta de mí.

— Maldito piso, deja de moverte tanto —Se queja avanzando y no puedo evitar reír—. Suéltame —exige y en cuanto se aparta cae de culo.

Y yo me carcajeo de lo lindo.

— ¡No te rías! —chilla y golpea el piso con su pie derecho.

Siempre me ha parecido curiosa su pataleta cuando se veía en una situación de frustración o desventaja.

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