Capítulo 30: Maldita princesa

2.8K 385 125
                                    

— ¡Mierda!, ¡¿ahora que hago?! —pensé en voz alta y miré a Dylan—. Déjenlo pasar —ordené y colgué la llamada.

— ¿Qué pasa? —cuestionó él mirándome confundido.

— Debes irte, ahora —aseguré y tiré de su brazo, pero no se movió.

— ¿Por qué? Aún no hemos terminado de hablar.

— ¡Demonios!, ¡solo vete! —chillé por fin haciéndolo caminar.

No me imagino el escándalo que formaría un familiar de Kail en estos momentos al ver a Dylan conmigo, solos, en mi oficina.

< Espero su tío sea comprensivo. >

Lo cierto es que no conozco a toda la familia de mi exprometido, solo a los más cercanos a él, y su tío entra en los desconocidos, solo sé que es una persona importante y vive lejos, nunca me interesó.

Abrí la puerta de mi oficina para sacar a Dylan cuando mi quijada cuelga.

< ¿Cómo es posible? >

¿Qué hacía el doctor Anson aquí?

Regresé y cerré la puerta, guiando a Dylan tras mi escritorio.

— ¡Oye! ¡¿Qué haces?! —Se quejó al darse cuenta de mis intenciones.

— Solo hazlo, por favor —pedí juntando ambas manos.

— No me esconderé —dictó.

Los pasos enfurecidos se escuchaban cada vez más cerca.

— Por favor, haré lo que me pidas —rogué.

Una de sus cejas se arqueó con notable curiosidad.

Vale, tal vez no debí decir tal cosa, pero en estos momentos me vale.

Sujetó mi barbilla y una sonrisa lobuna se asentó en sus labios.

— Me la cobraré —aseguró y cumplió.

Se agachó hasta quedar arrodillado bajo mi escritorio y suspiré más tranquila
Sentí la manilla abrirse y con rapidez me senté en mi silla, tomando una postura profesional y con cuidado de no patear al pelinegro bajo mi mesa.

La puerta se abre y aun no salgo de mi asombro.

A caso el doctor que operó a mi hermana es familia de Kail.

< ¿Por qué siento que esto se está yendo por un lado extraño? >

— Señor Anson —saludo.

— ¡¿Cómo pudiste dejar a mi sobrino en el altar?! —gritó el hombre pero no perdí los estribos.

— Sé que debe estar molesto, pero...

— ¡Ningún "pero"! —aclaró con voz fuerte—. ¡¿Cómo te atreves...?! —avanzó hasta mí hasta que mis palabras le detuvieron.

— Por favor, absténgase a mantener su distancia conmigo, o no me haré cargo de lo que ocurra.

Se detuvo al otro extremo de mi escritorio, su mirada molesta parecía estar sacándome los órganos de una manera sumamente especializada.

— ¡Rayos! —volteó por un momento y soltó varias maldiciones al aire.

Casi suelto un chillido cuando dos manos sujetaron mis muslos y tiraron de mí, obligándome a sentarme más hacia la orilla de la silla y recostada del espaldar.

Bajé mi vista, observando como esos malévolos ojos oscuros me miraban con diversión antes de colocar su dedo índice sobre sus labios, en una señal de silencio, y tragué en seco.

Perfectamente conectadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora