~Lady Martel~

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Así que me dispuse a ello, bajé del castillo, oculta en mi capa, en búsqueda de alguien, de manera errática, sin rumbo alguno, solo pretendía escapar. En ese castillo solo quedaban recuerdos tristes y Nesha quien no se dignaba ni a mirarme, quise disculparme, aclarar las cosas, no pude, era una incompetente. Nunca sería suficiente, para nadie, ni siquiera para mi misma.
Saliendo de la fortaleza, el viento cálido golpeaba mi rostro y el sol cegador me nublaba el horizonte. El clima de Dorne es diferente, cálido, como los Martell, el sol brillaba iluminando cual luz pura, como Helio.  Así continué mi trayecto, sin destino alguno, indagando en lo desconocido. Fui hacia una zona donde había tiendas de hierbas y vendían distintos amuletos o artículos por el estilo.  Allí hice un hechizo, con un pequeño corte conseguí discernir las personas con magia, un aura lúcida los iluminaba a mis ojos. En una de las tiendas lo distinguí , alguien que brillaba salió apresurado.
No lo pensé y comencé a seguirle, pareció alarmarse y aceleró su paso.
Por lo que empecé a perseguirle, a pesar de que le dije que no pretendía hacerle nada, no paró. Continué hasta que lo perdí de vista, más en un último y desesperado intento de localizarlo lo hallé.
En un callejón oscuro y tenebroso, entró en una pequeña casa en mal estado. Esperé un poco y llamé a la dañada puerta del lugar. No recibí respuesta alguna, pero  ví que estaba abierta y me adentré en esa casa. Pero fui frenada por la imagen de tres perros compuestos por huesos, quienes gruñian ferozmente amenazando mi presencia. 
El miedo corrompió mis deseos, haciendo que recobraran ese aciago sinsentido que afloraba cada vez que me aproximaba a lo que creía desear.
-No quiero hacer nada, yo-yo solo quiero aprender magia.- dije asustada quitandome la capa
Entonces los ví, un joven con cabello azulado y el niño peliblanco que se escondía detrás suyo.
-Soy Lilith,  solo quiero aprender y necesito ayuda en eso. No diré nada.-expliqué mientras me hacía un pequeño corte para mostrarles mi poder.
Parecían sorprendidos, mis palabras los relajaron.
-De acuerdo, si pasas la prueba te enseñaré- contestó mientras hacía sus perros descomponerse hasta convertirse en tres montones de huesos inertes.
Me condujeron hacia un patio, donde había una fuente llena de agua.
-Tienes que sacar el agua de la fuente antes de que el tiempo de este reloj de arena se acabe, si lo consigues te enseñaré.-declaró
Mi primera idea fue evaporar el agua, así que derramé unas cuantas gotas de sangre en la fuente. Funcionaba, pero demasiado lento. Apenas quedaba tiempo. ¿Todo iba a ser en vano? No lo permitiría. Entonces reparé en una grieta de la fuente, así que ante la falta de tiempo y el estrés utilicé mi fuerza. Con una patada rompí la fuente y salió todo su contenido.
El joven me miró descompuesto, parecía estar decepcionado pero a su vez creo que le pareció divertido que estuviera tan desesperada.
-Yo soy Garild y el es Lou-lou mi hermano- dijo señalando al niño
-Encantada-contesté
-Bueno, se vé que tienes potencial, pero parece que no sabes utilizarlo. Eres como una bolsa de huesos, solo tienes que aprender a cómo colocarlos.-comentó con una mezcolanza de lástima y ánimo de consolarme
-Sí, lo sé, por ahora no había tenido donde aprender, por eso he venido aqui-respondí
-No me refiero solo a esto, tu vida en general lo es.-replicó
Sus palabras eran verdad, dolorosas pero reales. Tenía que arreglar mi vida, las cosas debían cambiar. Y así comenzó todo, día tras día asistía a sus clases, aprendía. No era solo por mí, era por Zagreo, yo seguía intentándolo por él. Sabía que si era la mitad de bueno que su padre sería el mejor rey que podría tener poniente, ahora mi objetivo no sería solo para mi.
Los días pasaban, de vez en cuando salía a comprar, asistía a las clases de Garild y pasaba el resto de tiempo recluida en mi habitación del castillo. La monotonía no era un problema para mi. Lo que me atormentaba era ella, su presencia, sus andares, su indiferencia al mirarme, me dolía haberla dañado.
El tiempo corría, más una mañana yendo tranquila a comprar, me desvié del camino ya que había revuelo en la plaza. Allí vislumbré unas pinceladas, las primeras de un gran cuadro que se dibujaba en el suelo. Un autor desconocido había comenzado su obra en suelo de la plaza de la capital, valentía, arte, actitud. Esa persona no era cualquiera, no era ordinaria, quería conocerla. Así que aguardé a media noche, supuse que pintaría cuando la noche estaba echada ya que su obra aumentaba diariamente pese a que nunca se avistaba su creador.
Ese día al ocaso visité la plaza, y ahí estaba, un joven de apariencia singular con cabello bicolor y tez pálida pintando apasionadamente, sin pausa ni duda, dejando fluir el arte.

Corazón de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora