10.04.2012

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Ale estaba emocionada. La noticia de que una de sus artistas favoritas venía a Paraguay para dar un concierto la tenía saltando de alegría, pero yo, por otro lado, no podía quitarme la preocupación de la cabeza. Las clases de catecismo estaban por comenzar y, honestamente, no me emocionaba mucho la idea de la confirmación. Estábamos en una plaza concurrida, como solíamos hacerlo, sentados en una de esas bancas de cemento. Ella hablaba con entusiasmo del concierto, su voz llena de ilusión, pero sus ojos se empañaban de tristeza cada vez que mencionaba que sus padres no la dejarían asistir.

"¿Sabes? Quiero tanto ir, pero sé que no me van a dejar..." decía, su tono decayendo a medida que hablaba de sus padres. Me dolía verla así. Sabía lo mucho que le importaba, pero también entendía la frustración que debía sentir al no poder hacer lo que realmente quería.

Quise sacarla de ese estado, así que cambié el tema. "¿Y la catequesis?", pregunté, buscando distraerla, aunque en el fondo no me hacía mucha ilusión el tema.

Ella me miró, algo desconcertada, como si le costara pensar en algo más. "Eso... no sé. Todavía no quiero ir, pero..." Luego, algo en sus ojos brilló. "Oye, ¿y si vamos juntos? A la catequesis, me refiero. Ya que estamos en la misma edad, ¿por qué no?"

Fue una idea que surgió entre risas y miradas cómplices. Nos inscribimos, aunque en realidad casi nunca asistíamos. En lugar de eso, pasábamos horas jugando pool en un centro comercial cercano. Al menos durante esos momentos, el tiempo parecía detenerse, y las preocupaciones, tanto mías como las suyas, se esfumaban.

El 10 de abril llegó más rápido de lo que imaginaba. El concierto de su cantante favorita estaba a tan solo dos semanas de distancia. Mientras ella planeaba cómo convencer a sus padres para que la dejaran ir, yo tenía en mente algo diferente. Ya estábamos celebrando un año y ocho meses de relación, y sentía que era el momento perfecto para hacer algo especial. Decidí invitarla a cenar esa noche, en lugar de quedarnos en casa esperando el concierto. Quería que esa noche fuera solo nuestra, una oportunidad para disfrutar juntos, para compartir algo más allá de los conciertos y las preocupaciones cotidianas.

El día de la invitación, estaba en medio de una clase cuando decidí llamarla. Quería que fuera algo inesperado, así que la llamé justo en la hora en la que ella entraba a clases, sin esperar mucho. El teléfono sonó, y cuando respondió, me di cuenta de que había interrumpido su clase. "Hola, amor," le dije, tratando de mantener la calma.

"¿Ahora no estoy en clases?" respondió ella, como si intentara esconder su sonrisa en medio de la seriedad.

"No importa," le dije entre risas, "tengo que preguntarte algo". Me estaba divirtiendo con la idea de haberla sacado de su clase, aunque sabía que sería un pequeño regaño para ella después.

"¿Qué es?" preguntó, con una leve preocupación en su voz. Fue en ese momento que, entre sonrisas, la invité a cenar en casa esa noche del concierto. No pude evitar reír cuando escuché su grito de sorpresa, y, de fondo, oí cómo su maestro la regañaba, lo que solo hacía la situación aún más divertida. Pero, al final, ella aceptó, y todo siguió su curso. Aunque sabíamos que esa noche no solo se trataría de un concierto o una cena, sino de hacer de cada momento juntos algo único.

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