Aquel Susto

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Narra Alejandra.

El se había marchado sin decirme nada. Solo se despidió y se fue de esa fiesta, dejándome con una extraña sensación de vacío. Me preocupé bastante, pero pensé que tal vez necesitaba estar solo, que la fiesta le había resultado demasiado, que se sentía abrumado. Sin embargo, a medida que pasaron las horas, esa preocupación se transformó en ansiedad. No tenía noticias de él, no respondía a mis mensajes, ni a mis llamadas.

Dos días pasaron y aún no sabía nada de Dan. La preocupación me carcomía por dentro, y al final, no pude más. Decidí llamarle a Nelson, con la esperanza de que él supiera algo, de que pudiera darme alguna pista sobre dónde estaba.

— Nelson, ¿qué sabes de Dan? —pregunté con la voz temblorosa.

Por un momento, hubo un silencio al otro lado de la línea. Luego, su voz, agitada, respondió:

— Ale... —dijo con dificultad. — Dan no ha vuelto a su casa desde la fiesta. Su hermana me lo dijo...

Sentí como si el aire se me escapara del cuerpo. Mi corazón se detuvo por un instante. No podía creer lo que estaba escuchando. De repente, mi mano comenzó a temblar, y el celular se me cayó al suelo. Caí de rodillas, el pánico se apoderó de mí, y la angustia me hizo llorar sin control.

En un acto reflejo, recogí el celular, y mi mente comenzó a correr a mil por hora. Marqué el número de Dan, con la esperanza de que todo fuera un malentendido. Pero lo que escuché me hundió aún más: su celular estaba apagado. Mi respiración se volvió entrecortada, y el miedo me ahogaba. No podía creerlo.

Me puse unas sandalias viejas y salí corriendo de casa sin pensarlo. El miedo me impulsaba, pero también la desesperación. Fui directamente a la casa abandonada donde solíamos reunirnos, el lugar donde nos escondíamos del mundo para fumar, reír y olvidarnos de todo. Cuando llegué, mi corazón latía con fuerza. Vi la ventana rota y, sin pensarlo, me colé por ahí.

Lo vi allí, de espaldas, sentado en el suelo, con la cabeza gacha. El olor a vodka barato flotaba en el aire, y en su piel. Había estado bebiendo. Mi estómago se revolvió, pero no me detuve. Corrí hacia él y lo abracé con toda la fuerza que tenía, como si pudiera absorber todo ese dolor y miedo que sentía.

— Dan... —susurré, pero él no respondió.

Solo lo sostuve allí, aferrándome a él, como si de alguna manera pudiera hacer que todo estuviera bien, aunque en ese momento sabía que no lo estaba. Después de unos minutos, saqué el teléfono y llamé a Nelson para que viniera a buscarlo. Necesitaba que lo sacara de allí, que lo llevara a casa. Él era la única persona que podía calmarlo en ese estado.

Nelson llegó poco después, y sin decir una palabra, me miró y asintió, entendiendo la situación. Ayudó a Dan a ponerse de pie y, aunque él no estaba completamente consciente de lo que pasaba, Nelson lo acompañó hasta su casa.

Antes de que se fueran, me acerqué a Dan, me agaché junto a él y lo besé en la mejilla. Sentí una mezcla de alivio y rabia, pero la rabia no era con él. Era conmigo misma, por no haber visto las señales, por no haber estado más cerca de él en esos momentos de tormenta. Pero ya no importaba. Al menos, ahora estaba a salvo.

— Cuídate, Dan... —dije en un susurro mientras lo observaba alejarse.

Mi corazón seguía acelerado, pero por primera vez en días, sentí que la angustia se disolvía lentamente. Al menos por ahora, todo estaba bien. Pero algo me decía que lo que venía sería aún más difícil de lo que ya habíamos vivido.

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