capítulo siete.

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Me desperté meramente por incomodidad. Me molestaba el cuerpo que estaba pegado al mío. Traté de moverme pero no me soltaba, pensé que era Rocio hasta que quise tomar el brazo para sacarlo y, evidentemente, era mucho más grande que el de la flaca.

Asustada, me senté rápidamente en la cama y, al ver de quién se trataba; logré calmarme un poco.

Esperá, ¿qué mierda hago en ropa interior?

— Julián — lo llamé, sacudiendo su cuerpo.

— ¿Mmh? — respondió a duras penas, aún con los ojos cerrados.

— Agarrá tus cosas y andate, dale — lo apuré.

— ¿Qué? — preguntó confundido, ésta vez tratando de incorporarse.

— Que agarrés tus cosas y te vayas — aclaré, subiendo un poco el tono de mi voz.

— ¿Qué te pasa? — preguntó, igual de serio que yo.

— Nada, solamente no sé cómo llegué a mi casa, no me acuerdo ni la mitad de la noche y ahora resulta que estoy en pelotas acostada con vos, eso me pasa — respondí enojada.

— No es para tanto, Cami — suspiró mientras se levantaba y se ponía sus pantalones.

Aproveché que estaba de espaldas y tomé su remera del suelo para poder, aunque sea, taparme un poco.

— Andá a cagar, Julián — dije completamente enojada.

— ¿Que yo me vaya a cagar? Camila, ni siquiera sabés qué pasó anoche y ya te levantas con los pajaritos volados, déjame de joder — y ahí estaba, ese tono tan neutro y tranquilo, me sacaba de quicio.

— ¡Ay, pobrecito Juli! ¡Ahora que es famoso nadie le puede decir que no! — ironicé haciendo un puchero.

— Me tenés cansado, posta — afirmó.

— ¿Yo te tengo cansado? Discúlpame pero yo no fui quien te siguió y prácticamente rogó para que volviéramos a hablar — eché en cara —, sos literalmente un cara rota, se supone que habíamos quedado en que me ibas a dar mi tiempo para dejar que las cosas se acomoden y en la primera que me pongo en pedo mirá como terminamos — continué apuntando la cama.

— Ésto no fue por culpa mía — se encogió de hombros, totalmente indiferente —, vos me invitaste a dormir, vos te pusiste en pelotas — y sin dejar que continuara, golpeé su mejilla con la palma de mi mano.

Él relamió sus labios y me miró de la misma forma en la que lo venía haciendo; neutro, vacío.

— ¿Confiás en mí? — murmuró.

— Sinceramente, no — respondí segura, sintiendo como un nudo se formaba en mi garganta.

Él simplemente asintió, tomó sus cosas y después desapareció de mi vista. En cuánto escuché como arrancaba el auto, comencé a llorar.

Qué hermosa forma de pasar el 25 de diciembre.

Sentía como el pecho se me cerraba y las lágrimas me imposibilitaban poder respirar bien. Tomé mi celular y le mandé un mensaje a Rocío mientras intentaba calmarme.

En menos de treinta minutos, escuché cómo me golpeaban la puerta.

Su rostro reflejó asombro y, ¿cómo no? seguro me veía miserable. Ella dió un paso para abrazarme y mi llanto volvió. Sentía como el pecho y la garganta me ardían de tanto llorar.

— Ay, beba ¿qué pasa? — preguntó acariciando mi cabello.

— Me parece que volvió a pasar — respondí, con la voz ahogada.

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