capítulo treinta y dos.

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Julián.
Quince años.

Como de costumbre, con Camila habíamos venido al río. Después de pasar años sólo los dos, éste ya se había vuelto nuestro lugar.

Si mal no recuerdo, comenzamos a venir a los nueve o diez años todos los fines de semana con nuestras familias y, una vez que cumplimos los doce, ellos se cansaron de nuestra rutina y nos permitieron venir cuando queramos en bici. Por ende la salida ya no era semanal, sino diaria.

En mi opinión, no era tanto desgaste físico pero, según Camila, prefería caminar en el infierno antes que hacer ésto bajo el sol a las cinco de la tarde. Obviamente sólo le gustaba quejarse porque, aunque lo quiera ocultar, le gustaba venir acá. No por nada lo hacía casi todos los días.

— Qué paja que te tengas que ir a Buenos Aires, es bastante lejos — se quejó, acostada junto a mí, mirando el cielo. Éste tenía un color azul grisáceo, quizá acompañando la melancolía que yo sentía.

Hace un mes viajé a Buenos Aires y me probé en River, ayer por la noche llamaron a mi vieja, tenía que asistir a una segunda prueba y, si la pasaba ya quedaba dentro del club, lo que significaba mudarme.

No me quería ir pero, si quería cumplir mi sueño, no me quedaba opción.

— Si, ya sé — bufé — pero vamos a seguir hablando por teléfono y capaz que una vez al mes pueda venir a verte — traté de animarla.

A decir verdad, yo no me sentía para nada bien al respecto. Andaba más triste de lo normal y el tema en sí me estaba costando pero, no quería que ella me viera así, menos cuando sé que puede sentirse igual de mal que yo.

Nos costaba mucho separarnos. El año pasado me fui de vacaciones a Pinamar en Buenos Aires y, esos quince días, ninguno de los dos la pasó muy bien que digamos. Es más, el estar incomunicados empeoraba las cosas. Mi mamá se mensajeaba con Nilda, la mamá de Cami pero, no nos dejaban hablarnos entre nosotros únicamente porque les divertía vernos así.

El premio a las peores mamás se lo llevaron ellas.

— Lo dudo — murmuró, torciendo el gesto.

Tomé su mano y llevó su mirada allí.

— Es raro que ahora tu mano sea más grande que la mía — rió.

No podía explicar lo que significaba para mí su tacto, de alguna forma me ponía nervioso e incluso contento. Quizá porque no era algo que sucediera seguido, el ser "cariñosa" conmigo, digo. Aunque era extraño porque, con Francisco, Ro o cualquier persona, siempre podía ver que actuaba con más naturalidad ese tema; se abrazaban seguido, caminaban de la mano, besos en las mejillas, etcétera. Pero no conmigo, nunca. Parecía que se limitaba o hasta le daba vergüenza. No sé.

— No es raro, siempre fuiste más chiquita que yo — sonreí.

Y era verdad, desde que la conozco su contextura física siempre fue más pequeña que la de cualquier persona. En los primeros años de secundario era gracioso verla, en las clases de educación física jamás llegaba a la red.

— Cuando te vayas, no voy a venir más acá — murmuró, mirando el río.

— ¿Por qué no? es mejor si lo hacés, hasta puede ser que así me sientas más cerca — hablé en el mismo tono que ella.

— Ah, es verdad — frunció el ceño rápidamente, haciéndome reír —. No me explicaste cómo es el tema ese, osea cuándo te mudas — prosiguió.

— En realidad no hay nada asegurado — relamí mis labios —, mañana viajo, el domingo hago la segunda prueba y el lunes ya estoy acá devuelta. Van a tardar en llamarme, seguramente un mes o así — expliqué, mirándola fijamente.

Me encantaba.

Amaba cada facción de su rostro, la forma en la que miraba o hasta hablaba. Pero aún más amaba lo torpe y distraída que era, cómo le costaba seguir el hilo de las conversaciones porque siempre tenía una pregunta de más respecto al tema o tenía que repetirle las cosas porque no entendía, no me molestaba en lo absoluto hacerlo, aunque la peleara constantemente por ello.

— Qué paja — bufó —, si fuese mala hasta te diría que no vayas.

— Ya sos mala — sonreí al ver cómo su rostro demostraba su exagerada indignación.

— Vos sos el malo, me vas a dejar sola y seguro te consigas alguna porteña insoportable y sean amigos para siempre — dramatizó, haciendo gestos graciosos con sus manos.

— Dejá de joder, Camila — reí —, capaz no quedo y me tenés acá rompiendo las bolas por años.

— Sí vas a quedar — tomó mi mano con más seguridad y me miró —, yo sé qué sí.

— No sé — suspiré.

— La próxima vez que vengas ya vas a haber ganado varias copas, vas a ser famoso y los de River te van a amar — respondió segura.

— Si gano algo, te tenés que hacer de River por mí — traté de bromear y negó.

— Jamás, no sólo amo a Boca sino que también me encanta pelearte por eso — admitió riendo.

— Qué me importa — me encogí de hombros desinteresado, causando que ría aún más —. Creo que si te hacés de River nos tendríamos que casar, no hay opción — bromeé.

— Una razón más para no hacerlo — sonrió y rodeé los ojos —. Mentira, mentira — continuó risueña, mientras soltaba mi mano y se tiraba encima de mí para abrazarme.

Besé su sien y volvió a su respectivo lugar. Me sorprendió que volviera a tomar mi mano, apoyó su cabeza en mi hombro y suspiró.

— Lo que más miedo me da es que sé que éstas van a ser las últimas veces — murmuró, jugueteando con los dedos de mis manos.

— ¿Por qué hablás como si nos fuéramos a separar? — fruncí el entrecejo —, que me mude no significa que dejemos de ser nosotros, así como estamos ahora, nada va a cambiar.

— No sé, tengo un mal presentimiento.

— ¿De qué? — pregunté confundido.

— De que no te voy a ver más — se separó un poco para mirarme a los ojos.

— Basta — saqué un mechón de pelo de su cara y lo coloqué detrás de su oreja —, no importa qué pase, no te voy a dejar.

Deposité un beso en su frente y asintió no muy convencida.

— Además, ¿cómo te voy a dejar? Mirá lo que sos; insoportable — bromeé, generando que ella me pegue un manotazo en el hombro y se separe de mí —. ¿Quién más va a hablarme hasta fastidiarme? — continué jocoso.

La acerqué a mí una vez más rodeando mi brazo por encima de sus hombros y nos quedamos en silencio, el ruido del río podía calmar cualquier malestar.

— Vos sos insoportable — murmuró después de unos minutos, haciéndome reír.

Me sentía inseguro. Tenía el constante pensamiento de disfrutar éste momento lo más que pueda, como si no nos quedara más tiempo y, no entendía por qué. Se sentía como una despedida y no me gustaba en lo absoluto. Sin embargo, tampoco me asustaba.

No importa qué llegue a pasar, a éste punto, Camila era mi otra mitad y nadie podía negar o cambiar eso, ni siquiera yo o incluso la distancia. Era lo único que aseguraba, siempre va a ser ella.

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