capítulo cuarenta.

1.2K 98 18
                                    


— ¿A dónde vamos? — pregunté entre risas, mientras prácticamente Julián me arrastraba hacia quién sabe dónde.

Era de noche y habíamos decidido venir a cenar a Capital, queríamos disfrutar éste último tiempo lo más que podíamos ya que solo faltaban dos días para que se mudara.

— ¿No te parece que si no te contesté las últimas cinco veces es porque no quiero que sepas? me estás estresando — bufó.

— Literalmente me estás secuestrando y te quejas vos, caradura — traté de molestarlo.

Paró en seco y me miró con el semblante serio, haciéndome reír.

— Llegamos, molesta — indicó, dirigiendo su mirada hacia el otro lado de las rejas que se encontraban frente a nosotros.

El museo de Bellas Artes.

— ¿Por qué vinimos si está cerrado? — fruncí el entrecejo, viendo el cartel que indicaba la hora de cierre a las ocho de la noche.

— Porque para nosotros no lo está — sonrió, abriendo el portón.

Me tomó de la mano y me guió por un camino bastante largo hacia la entrada. Las puertas del establecimiento se abrieron, dejándonos ver a un señor de altura baja con un traje negro.

— Buenas noches chicos, ¿cómo les va? — preguntó siendo lo más amable posible, dándonos las manos a ambos.

— Bien, bien, gracias. ¿Y usted? — respondió Julián.

— Bien, gracias por preguntar. Tienen una hora y media para recorrer todo hasta que las luces finalmente se apaguen, cualquier cosa yo estoy en el tercer piso que es recepción — explicó, más para Julián que para mí —. Que disfruten la velada — sonrió y, finalmente, desapareció de nuestra vista.

— Muchas gracias — Julián le devolvió la sonrisa y me miró —, ¿y? — preguntó una vez que estuvimos solos.

— Raro — me sinceré, con el entrecejo fruncido, haciéndolo reír.

— Vamos — incentivó, tomándome de la mano para ingresar y comenzar a recorrer cada pieza de arte.

Disfrutábamos el silencio, apreciando las obras y leyendo a los autores de las mismas e incluso a quiénes eran dedicadas.

— ¿Cómo hiciste para que nos dejaran pasar — pregunté, sin dirigirle la mirada.

— El chabón que nos dejó es hincha de River y le tuve que cambiar una de mis casacas firmadas por ésto, más una entrada al próximo partido — explicó y asentí.

— ¿No puede perder el laburo por ésto? — fruncí el entrecejo y se encogió de hombros, desinteresado.

Me quedé observando una pintura en especial. No podía explicar qué es lo que me llamó la atención pero estaba compuesta por distintas tonalidades de azul, retratando dos cuerpos abrazándose con fuerza, como si se estuvieran despidiendo.

O quizá yo lo interpreté así y sólo es un abrazo común.

— Ésta me hace acordar a vos — murmuró mirándola detalle por detalle al igual que yo. Soltó mi mano y colocó ambas en los bolsillos delanteros de sus jeans.

— ¿Por? — fruncí el entrecejo.

— No sé, el color azul de por sí me hace acordar a vos — se encogió de hombros.

— ¿No era tu favorito? — inquirí.

— Ajá — asintió y relamió sus labios.

Sonreí cabizbaja y traté de continuar apreciando la pintura pero, ya no pensaba en otra cosa que no fuera él. Y no quería verlo nada más que a él.

epifanía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora